Nuestra casa en el bosque
Andrea
Hejlskov
Traducción
de Ilana Marx
Volcano
Madrid,
2018
313
páginas
Este
libro nos devuelve a la memoria la película Capitán
Fantastic, con un pero: la cinta protagonizada por Vigo Mortensen comienza,
aproximadamente, donde termina el libro. Una familia numerosa opta por una vida
salvaje. En la ciudad creían haber encontrado un equilibrio, una vida cómoda,
pero el vacío que provoca la neurosis urbana, cuando uno se detiene por un
instante, es demoledor. Poder ver desde fuera la conciencia, el constructo de
normas que creemos pertenecen a la moral, pero son reglas de convivencia, nada
que ver con la ética, pesa demasiado. Nuestro entorno nos dicta que si uno es
normal, le va a ir mejor. Pero esa elección es también un disparo a ciegas.
Cuando uno opta por una u otra dirección, lo hace a ciegas. Delante solo hay
una niebla muy espesa que puede ocultar el barranco de la normalidad o el
paraíso que uno puede construirse. Y ellos, los padres de la familia, quieren
ver solo el paraíso o al menos el paraíso de ser protagonistas de su propia
vida. Uno puede pasar los años que transcurren en este valle de lágrimas
acomodándose y sin hacer nada, o hacer algo, intentando luego buscar soluciones
sobre la marcha, y al menos largarse de esta forma de existir con el buen sabor
que da el haberlo intentado. Como el Capitán
Fantastic, existen soluciones intermedias entre la vida salvaje, en la
naturaleza, y la farsa de los hogares americanos, que es con la que todos
comulgamos. En la película, se abandonan los rigores del bosque y el monte por
la vida autosostenida en la granja, tras episodios traumáticos y mucha
negociación. Aquí no diremos cómo se termina la historia, si es que termina,
pero sí se puede mencionar la negociación permanente, no siempre vocal, y el
condicionamiento del clima.
Cuando
la familia de Andrea Hejlsokov opta por abandonar la ciudad danesa para
adentrarse en el bosque de Suecia, los días son largos y la naturaleza ofrece
su cara más amable. Es casi imposible no sentir momentos de felicidad en el
bosque. Si bien, lo primero que Hejlskov reconoce que aprenden es que la
felicidad no se da sin interrupción. Y también que frente a la conciencia ellos
han puesto en la balanza los sueños, y los sueños, desean, pesan mucho más.
Allí conocen a personajes extraños, la mayoría algo solitarios o gente que ha
elegido compartir la soledad. El principal amigo es un tipo que se llama El
Capitán, alguien con tanto dolor en el pasado que ha elegido olvidar, porque el
duelo es demasiado doloroso. Será él quien les ayude durante la construcción de
su casa de troncos, mientras viven a lo largo de meses en una especie de tipi
indio y van adaptándose a las costumbres del bosque. Hejlskov padece fuertes
dolores y comprueba que el reparto de tareas sigue la tradición de género. Su
marido se dedica a talar árboles mientras ella barre un suelo que siempre está
sucio, por ejemplo. Y así es como la acompañan unos dolores permanentes y se
cuestiona su amor. Como lo hacen sus hijos, de quienes no se indican la edad,
pero sabemos, por sus reacciones, que uno de ellos es un bebé y otros están en
crisis de pubertad.
El
libro, escrito con frases cortas, contiene su parte de Robinson y su parte
existencialista. Y no niega el debate que se abre sobre esa forma en que se les
puede estar mirando desde la distancia de las luces de ciudad. Hejlskov sabe
que se les tildará de egoístas, y en cierta manera lo son. Al fin y al cabo,
¿se puede no ser egoísta si uno pretende lo mejor para sí y los suyos? Se les
tachará de pequeñoburgueses, pero se trata de es parte de la burguesía que nos
regala una lección, es decir, que comparte con toda la sinceridad: no porque
compartir sea parte de la conciencia, sino porque sienten que algo es suyo y lo
quieren poner en común. Frente a su elección, está el Matrix en el que vivimos los demás, el teatro digital y el mundo
prefabricado, la conciencia de los anuncios de margarina. Y así van superando
los escollos mientras dura el idilio con la naturaleza. Que la felicidad venga
por momentos, o que se pueda perder y recuperar un enamoramiento, son las
mejores lecciones que ofrece el relato. Lo otro es, como dice Hejlskov,
agarrarse a la propia terquedad. Hasta que llega el invierno y las
transformaciones de la naturaleza supondrán cambios, también, en los actores de
esta historia real, esta historia que no se acaba nunca.
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