Miedo
Patricia Simón
Debate
Barcelona, 2022
250 páginas
Tal vez el futuro se
limite a esta noche, tanto para los ricos como para los humillados y ofendidos
que toman al asalto su particular Palacio de Invierno. No existe el tiempo, o
es materia deleznable, como denunciaba Borges, y por tanto deberíamos actuar
como si no existiera. Creemos que la realidad se articula sobre dos pilares,
que son el dolor y la locura, por el acoso constante que sufrimos, pero,
deberíamos plantearnos, es posible que la realidad no esté del todo bien
dibujada. ¿Qué es la realidad? Podemos describir hechos concretos, sucesos,
anécdotas o incluso el argumento de una vida particular, pero de ahí a definir
la realidad media una gran distancia.
Leemos Miedo. Viaje
por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio, de Patricia Simón
(Estepona, 1983) y asistimos a un despliegue de recursos inmenso, que intentan
abarcar toda la realidad, o al menos lo que un buen reportero entiende por
realidad. El concepto de realidad de un reportero es muy necesario, pues sin
él, sin esa mirada, sin su curiosidad, ¿qué sería de los que no nos atrevemos a
salir de casa? ¿Qué nos quedaría? Patricia Simón abraca toda la enseñanza de su
vida como periodista y como lectora, como persona que ve y a través de la
mirada reconoce los sentimientos, a partir de epígrafes que vincula al miedo:
miedo a los otros, miedo a la pobreza, miedo a la soledad, miedo a la muerte. A
la hora de desplegar su literatura, pues de literatura se trata, Simón utiliza
estos centros de interés para relatar, para pensar, para nutrir las sensaciones
con la técnica de una bola de nieve: a medida que rueda cuesta abajo, va
recogiendo más y más masa, más consistencia, más razones.
Su lucha es contra la
desigualdad que se impone como realidad. No deberíamos acomodarnos a su
presencia, cada vez más aguda. Nos limitamos a percibirla como un estímulo más,
sin plantearnos que debería ser interpretada, razonada y combatida. De hecho,
en buena medida nos limitamos a actuar sobre ideas recibidas, siguiendo su
dictado, reforzándolas: “Corremos así el riesgo de, al engrosarlas hasta la
caricatura, terminar siendo presos de ellas, que nos aprisionen en su molde a
imagen y semejanza”. Así pues, de haber
una revolución, ésta debería empezar con el individuo. Patricia Simón llama
miedo al sentimiento universal que mueve al mundo, al compendio de aversiones
que nos inmovilizan o nos llevan al odio, que son hermanos siameses: entre el
canalla y el cobarde no existe gran diferencia, si nos atenemos a los
resultados sociales de sus actos. Y es sobre el ser social sobre el que
reflexiona, a partir de innumerables ejemplos recogidos en los años de
aprendizaje pisando la piel del mundo allí donde más se tensa. Contra ese
miedo, sólo cabe responder con amor.
Será el amor o, para poder
explicarnos sin abstracciones, el hecho de amar y ser amado, lo que nos ayude en
la lucha contra el malestar, contra las angustias y ansiedades que resultan de
nuestros vínculos con una sociedad que tiende a lo tóxico. Y será esa
toxicidad, que está llegando a extremos patológicos en las rutas de comunicación
mediática y de política institucional, la que impulse a la autora a no ceder en
su tarea, que es periodística, sí, pero que también pretende ir definiendo la
naturaleza humana. Ser maleable es un riesgo del que uno sólo se libra siendo
consciente de que lo es, arropándose en el diálogo y el sentido crítico. Y
mientras tanto, vamos defendiendo una sociedad organizada sensata, humana,
crítica y cooperante, que en buena medida se asemeja a otra de las frases célebres
de Borges cuando dijo no saber nada de política: “Creo en las personas, no en
los Estados. Supongo que eso me hace fundamentalmente anarquista”. De ahí, a Aristóteles
y su deseo del bien que es belle y sublime si atañe a un pueblo entero, y a
abogar por políticas públicas humanistas.
En un planeta donde sólo
está bien visto expresar una emoción, el enfado, nos recuerda que el periodismo
puede traernos la fe en las demás, en la salud de expresarlas para poder
combatir las injusticias, que nuestra autora no consiente. Si hay un rasgo que
caracteriza a quien ha escrito este libro, es, precisamente, este: no consentir
la injusticia que siempre ataca a los más vulnerables: “No basta, como sostiene
el mítico reportero Robert Fisk, con que «las generaciones futuras no puedan decir
que no saben lo que ocurrió». No era nuestra vocación, ni nuestro
cometido hablarles a los que aún no han nacido. El periodismo sin capacidad de
incidencia, de combatir la impunidad, se vacía de significado. Y entonces, es
lógico que sus crónicas, sus palabras, terminen heridas de muerte, y sus
destinatarios, la ciudadanía, carcomida por la impotencia, sorda, impasible, en
coma”.
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