Dos toneladas de pasado
David
Torres
Sloper
Palma
de Mallorca, 2015
219
páginas
Estas
son algunas de las reglas que en mayor o menor medida regulan la construcción
del relato norteamericano, ese que se enseña en los talleres de escritura
creativa: un final sorprendente reducido a las dos o tres últimas líneas; los
problemas de comunicación o la incomunicación o los diálogos en paralelo, es
decir, sin diálogo; un estrato más o menos profundo de algo más o menos
misterioso, sino siniestro, aunque sea suavemente; la ocultación de los rasgos
que constituyen la razón de la actuación del personaje, mientras sabemos qué
piensan de él los demás a partir de tres o cuatro adjetivos; el realismo de tal
o cual calidad o, para abarcar a casi toda la escuela, la alegoría de la nada.
Todo ello está presente en los relatos de David Torres (Madrid, 1966), además
de su conciencia europea, esa que le lleva a cuidar el sonido de la prosa, a
saber que no debería narrar dos historias diferentes con idéntico lenguaje.
Dos toneladas de pasado es
una recopilación de algunos de sus relatos, un libro que, por tanto, no está
pensado como un volumen único. Así pues, cada narración tiene su enjundia y
cada una de ellas debería ser explicada por separado. La norte del Eiger abre el volumen, un relato de juventud en el que
dos personas que no son alpinistas acuden a una de las mecas de este deporte
buscando una explicación. Pero esa explicación no tendrá lugar, jamás podrá ser
puesta en palabras, porque las palabras pertenecen al reino de la razón y el
reino de la razón a la inteligencia que manipula la materia gris. Mientras que
aquello por lo que se mueve la gente es mucho más instintivo, porque el amor es
más instinto que razonamiento, y la pasión y el entusiasmo. A continuación
viene el relato que da título al volumen, Dos
toneladas de pasado, que surge de un encuentro con borrachera de por medio,
entre tres amigas. Una de ellas pretende transformar el síndrome de Diógenes en
arte; otra las fotos de familia, también en arte, y la tercera quiere inventar
un relato de ciencia ficción. El azar provoca que alguna de ellas pueda
inventarse un personaje distinto al que es, lo cual permitirá descubrir su
propio secreto.
La guardia nocturna versa
sobre esa idea de que todo lo que sucede te roza, pero que uno no es capaz de
hallar sentido entre tanto roce hasta que se imponen dos sabores: la locura y
la sangre. Escenas del paraíso es un
desencuentro de una pareja, en la que ella accedió a llevar la vida de él, la
de un arqueólogo tipo siglo XIX, hasta provocar la desaparición del buen
salvaje; y en este caso, bueno es lo mismo que rijoso. Mal fario presenta un personaje con la imperiosa necesidad de
inventarse ser alguien, por muy cutre que ese alguien sea. La ciudad según Paul Taylor es, por encima de todo, un buen
ejercicio de estilo, tomando como referencia a Borges. Mutilaciones recuerda un poco a algún relato de Roald Dahl, aunque
aquí alguien pretende hacer del gore una denuncia artística, sin saber muy bien
qué es lo que se está denunciando; o sea, que bien puede estar definiendo qué
es la locura. Rey de Ítaca es una
demostración de que las historias que merecen ser contadas son las historias
clásicas, bien mezcladas con las historias de los perdedores. Preparativos habla sobre esa soledad que
sentimos, que sabemos, que es la única compañía en los momentos duros; la
soledad, o también el ángel de los sueños, ya que los sueños expresan miedos o
deseos.
El
libro termina con El último concierto de
Toño Balandros, una novela corta escrita a varias voces, en la que cada una
de ellas crea al mismo personaje, que es distinto, a su vez, para cada uno de
los miembros de un espantoso grupo musical. Su trayectoria artística acabó mal,
pero siempre quedó un poso de lealtad que sirve un poco para ayudarse, y
también para tener la confianza suficiente como para ponerse verdes unos a
otros, y reunirse para meterse en un gran lío. Con esta narración termina una
recopilación de relatos que mereció la pena rescatar.
Fuente: Culturamas
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