Hierro 3
Intentar desentrañar los
misterios que envuelven a las películas de Kim Ki-duk puede ser en sí una
paradoja: el cineasta coreano se empeña en demostrarnos que es posible narrar
una fábula como si el autor no acabara de comprenderla.
Hierro 3 puede no ser la mejor película de
Ki-duk, pero fue con la que yo le descubrí. A partir de entonces, dediqué
varias semanas a encontrar casi todas sus demás obras, porque me llamaba la
atención que un autor fuera capaz de crear películas tan hermosas de ver como aparentemente
faltas de pretensión. Poco importa si la historia que se nos presenta tiene
sentido, poco conseguiríamos sacar de un estudio sociológico o de una
interpretación a partir de intenciones simbólicas, que son las dos corrientes a
las que apunta esta cinta. Conocemos una parte de la sociedad a través de un
excéntrico que se dedica a invadir provisionalmente hogares, con el único afán
de habitarlo y mejorar la convivencia: arregla los relojes o lava la ropa. Su
encuentro con una antigua modelo, maltratada por su marido, da comienzo a una
de las historias de amor más consistentes que uno ha podido observar, aunque
sólo sea porque demuestra que el amor puede suceder en silencio.
Poco a poco, y merced a
la supervivencia en el extremo, que será la cárcel o las cárceles -una prisión
real y un hogar en el que la sociedad y la brutalidad encierran a la muchacha-
lo que transforme esta fábula en un cuento de fantasmas. Para que exista un
fantasma, el cuerpo debe morir. Aquí, al contrario, conseguimos creer en los
fantasmas sin la intervención previa de la muerte. La situación, o el relato,
es desconcertante, pero ese desconcierto se transforma en belleza. De hecho,
esta es la gran aportación de Ki-duk a la historia del cine contemporáneo. Es
posible que desde Carl Theodor Dreyer no viviéramos esta sensación con tanta
intensidad.
Hemos construido una
sociedad en la que el tiempo se mide como si se tratara del espacio, cuando el
tiempo no es ninguna dimensión. La eternidad, ya se sabe, no es la suma de segundos
hasta llegar al infinito, sino la ausencia total de segundos, la ausencia de
tiempo. Entre los paradigmas sobre los que hemos construido esta sociedad, además
del tiempo concebido como la maldición de los relojes, está la propiedad como
sinónimo de posesión, la vida privada como sinónimo de posesión, la voz propia
como sinónimo de posesión, los vínculos con los demás como sinónimo de posesión…
y así podríamos seguir hasta llenar unas cuantas páginas. Nuestros
protagonistas de Hierro 3 derriban todos estos prejuicios y nos muestran
que es posible caminar entre el ruido con que los demás ejecutamos nuestras
vidas, para lo cual basta con el silencio. No ha fallecido ningún cuerpo, pero
ellos sí recogen las cualidades que se precisa para transformarse en un
fantasma.
El silencio puede ser, para
la ciencia, la ausencia total de sonido. Pero no lo será para la poesía, en la
que se puede enunciar varias formas líricas de silencio, desde el canto de los
grillos o de los pájaros, hasta el firmamento acribillado de estrellas en una
noche fría en la montaña. Todas estas formas de silencio, las que entendemos
como naturales, suceden lejos de la civilización. Lo que hemos construido, las
ciudades y sus prolongaciones, como las carreteras y aeropuertos, son fuente
constante de ruido. Hemos dicho que todas las formas de silencio suceden lejos
de la civilización y hemos de rectificar, pues el hombre civilizado creó la
música y ésta, en sus versiones más armónicas, contiene mucho silencio. El cine
también es una expresión de nuestra sociedad, de nuestra civilización, y al igual
que la música, es capaz de recopilar esas formas creativas de silencio que se
idean con poesía. No podemos evitar mencionar algunos de estos logros: Primavera,
verano, otoño, invierno… y primavera, Aliento o El arco.
Narrar una fábula como si
uno no terminara de comprenderla, nos ubica en el entorno de los inadaptados. Y
ya sabemos que ser un adaptado en una sociedad enferma no puede ser síntoma de
buena salud mental. Hay momentos, muchos, en los que nos viene bien, para seguir
madurando, que nos recuerden qué es lo que podríamos ser, frente a lo que los
demás esperan que seamos. Gracias, Kim Ki-duk, por Hierro 3.