Crónicas a contrapelo
Cristina Guirao
Newcastle
Murcia, 2022
148 páginas
«Hay una manera transversal de viajar que consiste en no ir a
los lugares comunes a encontrar lo que dicen las guías, sino en dejase fluir
por la vida del lugar. Esta es la principal diferencia entre el turista y el
viajero. El viajero busca experiencias del mundo que le rodea, de las personas
y de los lugares que visita».
Esto comenta Cristina
Guirao (Murcia, 1964) antes de referirse a Paul Bowles: «”el turista acepta su propia civilización sin
cuestionarla”, no así el viajero,
“que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan”».
En este debate sobre la diferencia entre el turista y el viajero, que puede
llegar a obsesionar a alguna gente empeñada en ser viajero, frente al turista
de masas, Guirao concluye que el turista no busca nada de sí mismo ni del
mundo, pues sólo pretende olvidarse del mundo, busca la diversión. Conocer el
mundo de primera mano es un atrevimiento sólo comparable a conocerse a uno
mismo. En ese sentido, el viaje forma conciencia, o al menos una conciencia en
la que quepa algún principio no fundamentado en lugares comunes. Tal vez ahí
esté la esencia que distingue al turista del viajero, en que el segundo se llama
a sí mismo a ir configurando un alma, a entender que ésta está en movimiento,
que estancarse es lo mismo que hacerse cada día más pequeño. Así, sus
movimientos están dotando de significado a su vida. Tal vez, con atrevimiento,
podríamos decir que gracias al viaje está forjando una identidad y que esa
identidad merece la pena conocerse. Y conocerse, también, por uno mismo. Aunque
suene demasiado a libro de autoayuda.
Tal vez estos artículos de Cristina Guirao
contribuyan más a esclarecer el sentido del viaje cuando nos habla de sus
registros que cuando reflexiona sobre el significado: «Es clara la conexión
entre ruinas y romanticismo, esos paisajes plagados de tiempo artístico que invitaban
a los románticos a huir del propio tiempo e imaginar otros mundos posibles más
épicos o heroicos.» Estamos frente a una autora que se comporta como un flâneur,
o como una flâneuse, y lo fía casi todo a la mirada. Guirao va
acumulando un bagaje visual con idea de incrementar no sólo la erudición, sino
también la sabiduría de la serenidad.
El libro, que añade a las piezas de viaje
textos sociales sobre enfermedades sociales o la contribución de las mujeres a
la cultura, es, en buena medida, la confesión de una pasión: «para entender los
textos basta la filología. Para entender la realidad, es necesario la teología»,
dice Guirao que dijo Walter Benjamin, uno de sus autores de cabecera. Esta
pasión se mantiene a pesar de ir reconociendo, poco a poco, que ese mundo que
le gustaría encontrarse, del que saca apuntes aquí y allá, está agonizando: «Sin
duda, la realidad de sentirnos cada vez más póstumos a nuestro tiempo es la gran
catástrofe del siglo XXI». Frente a la delicadeza con que propone asomarse al
mundo, nos encontramos la exhibición masiva a través de las pantallas. Este
mundo necesita más poesía y menos Instagram, pero esa guerra, que inventaron quienes
prefieren la redo social, no es del mundo que nos gustaría habitar.
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