Sobre la noche el
cielo y al final el mar
Raúl Zurita
Random House
Barcelona, 2021
229 páginas
Hay “un lugar donde la mente y la vida son espacios a corregir”.
Esto sostiene Raúl Zurita (Santiago de
Chile, 1950) en un libro que es memoria y la memoria se comporta como un
líquido: busca su camino y lo va encontrando, drenándose por el suelo que nos
impide ver bajo nuestros pies, atravesando los muros que deformaron el mundo.
La voz de Zurita, tierna y lírica, libre, nos recuerda, una y otra vez, que
necesitamos amor. O, para ser más concretos, que necesitamos amar y ser amados.
Serán estos sentimientos los que corrijan la mente y la vida y, tal vez, sea la
memoria el lugar donde intentaremos corregirlas.
Zurita gestiona su prosa
a través de los años de juventud, que en Chile fueron años de terror, y
consigue sacar belleza allí donde se impuso la oscuridad y el plomo. Va
componiendo una serie de cuadros sentimentales que perfilan al narrador, o al
poeta, pero que poco a poco construyen un paisaje colmado de seres humanos, de
compañeros, de amigos. Su pretensión es atrapar sensaciones a partir de unos
recuerdos que se han mostrado huidizos: el poeta tiene que convocarlos para
trazar sus perfiles, y es la búsqueda a lo que asistimos. Las preguntas, bien
lo sabemos, contienen más sabiduría que las respuestas. Envejecer significa
despegarse del afán de certezas, pero también aprender a separar el grano de la
paja y dejar que las pequeñas cosas se las lleve el viento.
Zurita se obliga a
recordar, pero no se obliga con violencia, sino con el ímpetu que da la
nostalgia. Sentimos nostalgia de la energía perdida, de la posibilidad de salir
corriendo, de unos encuentros amorosos menos apagados, de sentirnos con
capacidad de una lucha físicamente más activa. Aunque seguimos en la brecha,
con las herramientas que aprendimos, gracias a las preguntas, a esgrimir para
modelar el mundo, entre ellas la poesía. Tenemos la impresión de que Zurita
está cancelando deudas políticas de un tono más o menos agresivo, o más bien agresivas.
Y nos preguntamos si ésta es una de las funciones de la literatura. Zurita también
parece cuestionárselo. Y la respuesta será más individual que social. La mejor
conclusión que uno puede sacar de este libro de memorias de un gran poeta, es
que ahora, en la vejez, somos más recuerdo que actividad, pero debemos ser
conscientes de que no se puede vivir sólo de esa bondad. De ahí que tengamos
que seguir encontrando amapolas que nacen en los estercoleros.
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