París siempre valía la
pena
Alejandro Padrón
Kálathos
Madrid, 2021
221 páginas
El amor platónico no defrauda.
La nostalgia imposible, tampoco. El deseo sano, como es por ejemplo
el deseo de amistad, es un valor seguro. En un mundo donde hasta las ciencias
exactas son líquidos, no está de más buscar cimientos personales en la
imaginación. Conviene asentarse sobre los valores que uno crea para resistir a
las tormentas, a los volcanes, a las mareas y a los discursos. Si uno tiene fe
en la literatura, lo mejor que puede hacer es agarrarse a un mástil firme para
asentar los pies en medio del tifón. El escritor venezolano Alejandro Padrón se
aferra a Hemingway, que es una apuesta firme tanto en su obra como en su
biografía. Hemingway representa al tipo duro al que le iba dar y recibir golpes
en el ring, y también al intelectual que se negaba a serlo porque prefería
mostrar una cara poco amable, un gusto por las armas y los animales como
trofeos que también reflejaba en sus novelas. Sin embargo, a Hemingway se le
escaparon algunas páginas de otro calado en obras como Las verdes colinas de
África, en las que mostraba una sensibilidad más humana: ahí está reconociendo
la más hermosa bóveda del cielo que uno puede contemplar, la belleza de la luz
y homenajeando a la sabana.
Como homenaje es como
debemos rendir cuentas ante esta novela, en la que Padrón crea una narradora,
una fotógrafa, que acompañó a Hemingway en muchas circunstancias mientras
pisaba las calles de París. Encontramos a un Hemigway arrollador, vital, pero
al que vemos con una cierta distancia, como si el autor estuviera más
preocupado por respetarle que por convivir con el héroe que recrea su
imaginación. El centro de interés será el narrador amigo que regresa a
París cuarenta años después de aquellos sucesos y va disparando la cámara por
los lugares que compartieron, cuya voz se confunde con la de una fotógrafa a su vez admirada. Y al mismo tiempo revive con una memoria en la
que la melancolía se ve empañada por una redacción bastante neutra. Que no se quiera
caer en un lirismo que el propio Hemingway hubiera odiado es una de las labores
que marcan las costuras de esta novela.
Narrada desde el punto de
vista de la amistad, por la obra van desfilando personajes que no entramos a
conocer en profundidad, que son enumerados, y cuyo atractivo radica en lo que
sabemos de ellos, como Gertrude Stein o Joan Miró. Damos por supuesto que sus
personalidades, o lo que ha calado en el acervo cultural acerca de sus
personalidades, será gancho suficiente para resultarnos de interés en una obra
a la que a tantas buenas intenciones le convendría añadir, aunque sea muy de
vez en cuando, una última revisión, como, por ejemplo, aquí: “Contó que había
estado a punto de morir por las esquirlas de metralla recibidas en su pierna
derecha, particularmente en su rodilla”. Es complicado morir por un disparo en
la rodilla, a no ser que exista riesgo de gangrena, por ejemplo, o de
amputación con grave pérdida de sangre o algo por el estilo. Se comprueba que
lo truculento también está alejado de las pretensiones de un intelectual
Alejandro Padrón.
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