La zanja
Carlos Eugenio López
Pre-Textos
Valencia, 2021
149 páginas
La referencia a El
desierto de los tártaros es inevitable. El libro de Buzzati es tan
intrigante, tan imaginativo, tan extraño y tan humano, que el propio Borges
dijo de él que Kafka lo creó como precedente. Se trata de una de esas novelas
que a cualquiera le hubiera gustado escribir. Hasta tal punto que Coetzee creó
un libro semejante, que no oculta, sino que muestra, todo lo que el genio sudafricano
le debe al italiano: Esperando a los bárbaros. El recurso a un hecho que
nunca llega a suceder, en este caso una invasión, a un territorio alejado y
casi improbable, pero posible, a un aislamiento absurdo, a un personaje que no
entiende nada pero asume la inmovilidad, regresa con esta novela, La zanja,
que se hizo con el Premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Carlos Eugenio
López (León, 1954) sale airoso de esta apuesta y crea una novela muy digna, de
una sencillez estremecedora y escrita con un cuidadísimo lenguaje. De hecho, lo
primero que percibimos es una escritura muy afinada, rica en matices pero con
la sonoridad precisa para hacer creíble la voz del narrador, un militar recién
llegado a la estepa en la que se cavó la zanja donde, por regla general, debería
haberse levantado una muralla defensiva. El narrador nos habla desde la
memoria, destrozado por años de alcoholismo y afectado de soledad extrema. El
lugar es una planicie ignorada, donde el calor satura un verano de seis meses y
la nieve y el hielo cierran el paisaje los seis restantes. Los habitantes del
destacamento son apenas dos oficiales, tres sargentos, un cabo y un número no
definido de soldados, nativos del lugar, de los que apenas sabemos nada, que
son bajitos y que su comportamiento es próximo al de los animales. De este tipo
de encuentros es de los que debe proteger a un país, al que podríamos imaginar
como un reino feudal, una zanja estúpida en mitad de la nada.
A los tres años de estar
en su destino, y ya entregado al alcohol como lenitivo, el narrador recibe su
notificación de ascenso y traslado, pero jamás llegará la siguiente misiva, como
no llega nunca los patrones al castillo donde les aguarda el agrimensor K. Estamos
en un lugar de una pobreza extrema, en la que apenas acompañan a los personajes
las moscas, en el que nada cambiará y nada está destinado a cambiar. Ni
siquiera después de la muerte de los protagonistas, o de un suicidio cerrado en
falso. En realidad, el único elemento que serviría para distorsionar y poner
fin al absurdo es un polvorín, del que apenas tenemos noticias. El resto es la
espera, que todos sabemos sin sentido, que daría, precisamente, sentido a la
enorme zanja: la espera del ataque de un enemigo, cuyos rasgos desconocemos, del
que no sabemos si existe ni en qué forma existiría, que el narrador asume como
una ficción cuyo fin es posponer, sine die, una situación que da lugar a nada.
Y sobre esa nada se construye esta inquietante novela, que debería destacar
dentro del panorama narrativo español de estos últimos años. Le deseamos la
mejor de las suertes.
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