A
lo lejos
Hernán
Díaz
Traducción
de Jon Bilbao
Impedimenta
Madrid,
2020
340
páginas
El
viaje que propone Hernán Díaz (Buenos Aires, 1973) en A lo lejos, sigue
la dirección contraria al de los sueños, que en Europa, por ejemplo, es el
viaje al sur y en Estados Unidos el viaje al oeste, a California. Ahora mismo
se trata de la búsqueda de un mejor clima y una sensación de que el tiempo y
las rutinas del tiempo no nos dominan; hace cien años suponía una intención de
aventura, un viaje de pionero, un atrevimiento. Y, en ambos casos, posee un
punto perfecto de locura. El protagonista del viaje desconoce cuál será su
destino, pero en esta búsqueda encuentra una paradoja: por una parte, pone en
marcha los mecanismos para dominarlo, pues, al fin y al cabo, es él quien
empieza a poner un pie delante de otro para ir avanzando y eso es construir la
suerte propia; pero, por otro lado, nada sabe con certeza acerca de lo que le
saldrá al paso. En ese sentido, comienza una novela de aprendizaje, una suerte
de Bildugsroman que, como en esta novela, se extiende a lo largo del
resto de la existencia. Nuestro protagonista, un sueco que desconoce el inglés
y se encuentra en la última etapa de la adolescencia, parte desde San Francisco
con intención de llegar, por tierra, a Nueva York, donde cree que encontrará a
su hermano mayor. A lo largo del viaje, irá creciendo, sí, pero no tanto para
convertirse en un adulto como para transformarse en lo que sea que nos
transformamos después de la adolescencia. De hecho, por mucha que sea la edad y
las vivencias de los personajes que le van saliendo al paso, de ninguno podemos
decir que se trata de un adulto.
Tal
vez la intención oculta de Hernán Díaz sea recordarnos esa afirmación de Malraux,
quien sostenía que el problema de este mundo es que no hay adultos. Ni siquiera
en situaciones extremas, como las que atraviesa Hakan, el hombre obligado a
aprender a existir y que se ve en tesituras que le empujarán, y con él al
lector, a pensar que existir se parece más a la supervivencia que a la vida
retratada en películas como Cantando bajo la lluvia. De ahí que se
imponga la perplejidad. Hakan es un tipo perplejo, ante las actitudes de los
demás, ante el imperio de los parajes e, incluso, ante su propia fuerza física.
Es un gigante casi mudo en un país de pendencieros, es un voyeur en una tierra
en construcción y por tanto violenta. Es alguien que parece carecer de
atributos en la mirada del narrador, objetivo, misericordioso pero viendo todo
desde una distancia enorme, la suficiente como para eliminar trazos de empatía
propios del realismo y meternos en el mundo de referencia de Hernán Díaz, que
es, como se ha expresado anteriormente, el de Cormac MacCarthy, sí, y también
el de Jack London. Caminamos con él sin terminar de conocer cuáles son las cualidades
de Hakan, sin saber bien si podemos llegar a conocerle. Y así nos preguntamos,
por ejemplo, a qué se debe el cariño que le profesan varios de los seres con
los que se encuentra, con los que comparte un periplo de años. Tampoco
terminamos de entender el odio, del que solo se nos da a conocer las consecuencias,
los términos en que se establece su interacción.
Al
margen de esos episodios, Hakan debe sobrevivir en soledad sobre buena parte de
la geografía, siempre inhóspita: desiertos, praderas, montañas, bosques,
territorio sin civilizar, naturaleza virgen que no ofrece garantías de
supervivencia al hombre. Son los capítulos que beben también de Robinson Crusoe
y la soledad de los Robinsones. Es el paisaje, en estas ocasiones, el que le va
formando, y lo hace no solo emocionalmente, sino también socialmente. Tenemos
la impresión de que estas experiencias contribuyen a su mutismo, a darnos a
conocer, o a desconocer, a este personaje críptico. Un luchador que se aferra
con frecuencia a la necesidad animal de seguir respirando, y que, aquí y allá,
se da de bruces contra caricaturas. Pues quienes le acompañan, temporalmente,
en la ruta, son hombres trágicos, son mujeres con drama, pero con una
distinción propia de la caricatura: al filo de la exageración, dan de sí todo
lo que pueden respetando su propia autonomía, su supervivencia. Muchos de ellos
le quieren, pero le quiere también la soledad.
Escrita
sobre una estructura tan sencilla que da envidia, escrita con un estilo
indirecto reducido a los huesos, A lo lejos es una epopeya a flor de realidad:
un mundo creíble, un pasado que nos hubiera gustado echar de menos.
Fuente: Revista de letras
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