En jardines ajenos
Peter Stamm
Traducción de María Esperanza Romero
Acantilado
Barcelona, 2006
149 páginas
14 euros
Un europeo de visita
Perteneciente a la última hornada
de buenos escritores herederos de la literatura alemana, una de las pocas
lenguas que siguen conservando buen hacer entre los autores que predican con
ella, Peter Stamm regresa a las mesas de novedades tras las gratas sorpresas
que supusieron sus obras anteriores, Agnes,
Lluvia de hielo y Paisaje aproximado,
todas ellas publicadas, también, por El Acantilado. En este caso el volumen
recoge once relatos en los que el autor se muestra como un visitante que escoge
a gente, y después pretende reconocerlos con breves y sencillas pinceladas tras
las que, tal vez, se oculte algún diagnóstico psicológico que baile entre la
patología y lo razonable. En un primer vistazo, al lector se le ocurrirá pensar
que se encuentra ante otro epígono de la literatura norteamericana breve, pues
el uso de frases cortas, la fluidez de la lectura, la facilidad de la narración
que nos traslada de una línea a otra, de un párrafo al siguiente y de una
página a la consecutiva sin que devorar el libro nos canse, nos remite a
escritores tan conocidos que no merece la pena mencionarlos. Sin embargo, hay
otro nivel de lectura, el de una elaboración más compleja, el que puede crear
una persona más sabia gracias a la conciencia cosmopolita, que nos habla del
mejor espíritu de la Europa
de librepensadores, e incluso de poetas. En este sentido, el de un compromiso
intelectual, Stamm deja atrás a esa gente de Estados Unidos que a causa de
dedicarse tanto a una literatura que no se fija en las demás, termina por
fatigarnos con cierto aire provinciano, en un sentido peyorativo del término.
Pensemos que existe, al igual que
en los cuadros de Hopper, un cierto aire de soledad de los protagonistas, pero
también una cierta ilusión por vivir, la certeza, en el fondo de sus
convicciones, de que va a suceder algo que tal vez pueda llamarse vida, o en
último término será el final de la vida. En cualquier caso, algo que significa
vivir. Además, no se elude el desafío social, la lucha de clases que aparece
muy difuminada, en último término, tras las actuaciones de unos personajes de
muy variadas situaciones socioeconómicas. Actitudes narrativas como esta son
las que distinguen a un gran narrador de un autor de panfletos. De alguna
manera, este volumen es también una lucha contra la endogamia literaria, como
se refleja en los múltiples orígenes de los seres que por aquí desfilan, o en
los variados escenarios, en la concepción del mundo como un mapa global sobre
el que cualquiera puede desplazarse, descubrir y descubrirse, respetando la
idiosincrasia de las regiones y la presencia que unifica a las mismas, que es
la del hombre.
Es posible que ninguno de los
cuentos sea una obra maestra, ni La
visita, que nos presenta a una anciana aguardando la compañía de lo que fue
su familia, en trance de decidir, suavemente, que sólo queda esperar a la
convicción de que ya es hora de despedirse, ni La pared en llamas, donde un vagabundo recogido por una troupe de acróbatas del motor conoce a
una chica y vive su última tragedia en una descripción hermosísima. Puede que
tampoco lo sea el deseo de tener sensaciones que invade a la mujer que cuida el
jardín de su vecina en el cuento que da título al libro, ni el ensimismamiento
que padece el hombre de Toda la noche
durante una nevada, ni las extrañas formas de conocerse hombre y mujer en Como una niña, como un ángel o Fado, que de alguna manera acaban
culminando en el penúltimo relato, El
experimento, donde por primera vez asistimos a la posibilidad de que los
seres se toquen. Lo dicho, puede que no sean obras maestras, pero sin duda es
literatura de la buena.
Fuente: Tribuna/Culturas
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