El joven Moncada
Alexander Lernet-Holenia
Traducción de Adan Kovacsics
Minúscula
Barcelona, 2006
148 páginas
15 euros
Oxígeno para la comedia
¿Puede una comedia ser una obra
maestra? Si uno dedica un tiempo a revisar las novelas que podría catalogar
como obras maestras, incluso las obras de teatro de ese calibre, rápidamente
cae en la cuenta de que la casi totalidad son tragedias o, todo lo más,
tragicomedias. Cabe preguntarse, en consecuencia, qué sucede con la literatura,
con la narrativa. ¿A qué se debe ese ajuste dramático entre las intenciones y
la escritura?
Probablemente no sea este
terreno, destinado a reseñar libros, el hueco oportuno para debatir acerca del
asunto. De hecho, en tan breve espacio es bien difícil alcanzar ninguna
conclusión, y mucho menos razonarla. A no ser, claro está, que uno posea las
dotes de aforista de Canetti o Cioran. Sí que debemos justificar esta reflexión
ocasionada por la lectura de esta gratísima sorpresa, El joven Moncada, que aterriza avalada por una de las mejores editoriales
de nuestro país: Minúscula. ¿A qué se debe que uno no se atreva a igualar esta
comedia con lo mejor de la literatura? La respuesta cabe buscarla en la
historia y las influencias de las que bebe, tan a la luz para el lector. Si la
estructura se asemeja a las obras con carambolas de Shakespeare, los momentos
en que se detiene la acción principal para encajar una más corta nos remiten a
Cervantes; los personajes están sacados de la mejor picaresca, con alguna
vuelta de tuerca muy inteligente, muy sutil, cargando de un ingenio socarrón
los diálogos de manera que, sin que estemos convencidos de que fuera esta la
intención del propio Lernet-Holenia, nos acerca a Groucho Marx. Podríamos
indagar más en los orígenes literarios de estos personajes vividores,
estafadores, o en las regiones narrativas que agrupa, desde la novela
itinerante al enredo claustrofóbico. Pero ese juego lo dejamos para el lector,
y confiamos en que sean muchos los lectores que participen de él. Sólo
pretendíamos insinuar que ese flujo que nos conduce a lo ya leído es lo que
priva a la novela de una catalogación superior.
El joven Moncada es una obra que nos habla sobre la conveniencia de
tomarse la vida en serio, proponiendo que cualquiera tiene capacidad para
transformar hasta las miserias en una fábula desternillante o que al menos nos
gratifique con una sonrisa. Ahora bien, para alcanzar el objetivo cabe exigirse
una locuacidad vivísima, producto tanto de la rapidez mental como de la
observación de la vida cotidiana, de la experiencia del día a día. Todos los
protagonistas, españoles vistos por un autor austriaco que homenajea a la
literatura clásica de nuestro país, poseen una capacidad de análisis
extraordinario, y también de deducción, inducción o generalización. Desde Juan
Moncada, un joven irónico, arrojado y enamoradizo, al anciano Moncada, un
aristócrata indispuesto a la hora de tocar fondo. Y cada uno de ellos elabora
sus propios planes para salir adelante económicamente, sin trabajar y engañando
con una travesura sin maldad, o al menos sin transmitir maldad en el tono en
que está escrito el libro.
Maravillosos los diálogos de los
que no nos resistimos a presentar algún ejemplo: “-¿Cuál es su formación
académica? –Bueno, no está mal. Gané un partido de cricket y un campeonato de
pesca en el Guadalquivir”. “-¡No me diga que aún hay gente en el mundo
dispuesta a hacer una reverencia ante la diplomacia –exclamó Cortes (se trata
de un embajador)”. “-La necesidad de tener dinero llega hasta las clases más
bajas… (pronunciado por un duque arruinado)”. “-Yo jamás preveo mis
decepciones. Si las previera no serían decepciones, claro.” Pero fuera de
contexto las frases tal vez pierdan su gala. Mejor será que se animen a leer la
novela.
Fuente: Tribuna/Culturas
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