Tal vez viajar
Ricardo Martínez Llorca
La huerta grande
262 páginas
Tal vez viajar
Ricardo Martínez Llorca
La huerta grande
262 páginas
Anarquía
para jóvenes (y para los que no lo son tanto)
Carlos
Taibo
Libros
de la Catarata
Madrid,
2025
126
páginas
Un
día Robin Hood decidió refugiarse en el bosque, pero eso que parecía una huida
no consistía tanto en esconderse como en crear una nueva sociedad. Allí reunió
a un grupo de proscritos, cuenta la leyenda, con todas sus familias, y crearon
una comunidad resistente. Todo se gestionaba entre ellos. La escala de las
decisiones sólo podía ser humana, porque todos se conocían y todos se querían.
Al fin y al cabo, les había reunido un malestar común, la persecución y el
acoso de un tirano. Refugiados en el bosque, que convirtieron en su territorio,
se encontraban a salvo y aunque Robin Hood tuviera las características de un
líder, sobre todo en la batalla, cada voz era escuchada y cada decisión que se
tomaba tenía que ser aprobada por la mayoría de la tribu. Podríamos interpretar
esta leyenda como la primera experiencia popular e intencionada de socialismo
libertario, o comunismo libertario o comunidad anarquista, que se lleva a cabo
en Occidente. Es una leyenda, pero el fundamento es el bienestar, es generar
bienestar convenciéndonos de que es posible una civilización, una sociedad,
amable, de escala humana.
Carlos
Taibo (Madrid, 1956) lleva años solicitando permiso para exponer que este tipo
de sociedades son posibles. Ahora vuelve a indicarlo con este ensayo pensado en
cómo explicar este tipo de sociedades a los jóvenes, pero cuyas garantías de
comprensión se extienden mucho más allá. No está mal revisar en qué consiste en
anarquismo en un momento en que se da por supuesto que la sociedad no puede ser
otra que esta, dividida en Estado y gobernada por la avaricia de una economía
capitalista que no tiene freno. Taibo divide el ensayo en tres partes: una
consideración general del proyecto anarquista/libertario, que ocupa el grueso
del volumen; unas reflexiones y observaciones sobre la juventud, que no dejan
de ser subjetivas y cariñosas; y unas conclusiones en las que se incluyen las
principales reflexiones que se han ido gestando a lo largo del libro. El
lenguaje es, como siempre en este autor, divulgativo, claro y sencillo, lo cual
equivale a decir que su elaboración está bien fraguada. No es fácil escribir
sin caer en la oscuridad.
Taibo
atiende a cada faceta en un capítulo corto, aunque a lo que mas importancia irá
dando será a factores ecológicos, a la autogestión, a la dimensión social y
colectiva. El anarquismo, sostiene, cuestiona la jerarquía, rechaza todas las
formas de dominación, defiende cabalmente la igualdad y contesta a lo que
significa la propiedad privada. El anarquismo supone apoyo mutuo, democracia
participativa y construye una sociedad emancipada producto de la libre decisión
de las personas. Para ello es preciso convencernos de que el Estado es un
sistema de distribución del poder que siempre beneficia a unos privilegiados.
De ahí que Taibo se refiera constantemente a cuestiones éticas, que son las más
abandonadas por la política actual y las corrientes mediáticas, que la limitan
a la corrupción, algo inherente al Estado, como es inherente el latido al
corazón. Sus ejemplos sobre los beneficios y las dimensiones humanas de la
sociedad anarquista (o libertaria, pues usa ambos términos como sinónimos y
lamenta la apropiación que de este segundo hacen políticos salvajes, como Milei)
son constantes y atienden a momentos históricos, pero también a situaciones comprometidas
en las que el pueblo tuvo que organizarse al margen de las autoridades, y este
pueblo suele ser el pueblo humilde. La renuncia a los tópicos es una de las
apuestas de divulgación de nuestro autor, que nos sugiere que desde hoy mismo
se puede empezar a demostrar que las cosas se pueden hacer de una manera diferente,
más humana, más próxima a nosotros.
Tal
vez no haga falta ni siquiera reformular la teoría anarquista, da por supuesto
Carlos Taibo, pues basta con prestar atención a los beneficios de la vida a
pequeña escala, de la convivencia, para darse cuenta sus buenas aportaciones.
Lo que sí conviene, en temporada de huracanes, es repetir el mensaje con calma,
serenamente, para combatir lo que siempre quiso combatir el anarquismo: la
desigualdad y la pobreza.
He
decidido declararme marxista. Volumen 1
Jon
Lee Anderson
Varios
traductores
Debate
Barcelona,
2024
788
páginas
Contaminados
por los exabruptos, por el parloteo idiota, por los insultos y todos los discursos
de muchos fanáticos que nos acosan tratando de hacernos odiar a cuenta de
estupideces, volver a leer las crónicas de Jon Lee Anderson (California, 1957)
nos hace recordar cuáles son los motivos por los que merece la pena preocuparse,
perder el sueño. Estamos frente a un cronista que entiende que el oficio de
escribir es una forma de lealtad: hacia las propias líneas que elabora y hacia
el propio planeta al que mira. A pesar de enfrentarnos a algunos de los peores
momentos que se han vivido en el planeta en las últimas décadas —esta antología
recoge artículos publicados entre 1980 y 2024—, uno siente que hay cierto
enamoramiento en su capacidad de observación y comprensión, o en la dificultad
para comprender. La escritura, que es pensamiento, sirve para intentar poner en
orden las ideas que van cruzando por su cabeza de forma caótica. El caos, bien
lo sabe Lee Anderson, es imprevisible y el universo es caos. También a pequeña
escala, donde sentimos más claro que está caminando, no que se ha llegado a
ningún destino.
El
lector puede tener la impresión, durante la lectura de las crónicas, de estar
asistiendo de nuevo a la historia reciente, por todo lo que le afecta
emocionalmente. Lee Anderson es un escritor impecable, alguien que teniendo muy
claro a dónde pretende llegar se limita a sugerir, permitiendo que el lector
saque conclusiones. Sorprende la facilidad con la que oculta sus ideas previas,
como si no existieran, cuando sabemos, concluyentemente, cuáles son los
principios ideológicos a los que se agarra Lee Anderson, por haberlos leído en sus
entrevistas, donde da buena cuenta de su sensibilidad política e histórica. De
hecho, el título de esta antología, He decidido declararme marxista, es
una frase que escribió en un diario adolescente pero que no ha sido capaz de
olvidar. En cualquier caso, tampoco empaña su labor, en la que nos hace asistir
a distintos lugares del planeta para mostrarnos las naturalezas abiertas
impregnadas de virus a los que él es receptivo como lo somos frente a una
película que nos emociona. En este primer volumen, que reúne textos alrededor
de dos centros de interés, por un lado guerras y conflictos, y por otro poder y
política, viajaremos por todo el planeta, con esa habilidad que destaca David
Rieff en el prólogo, encontrándose con el perpetrador antes que con la víctima
para tratar de explicar por qué se perpetra la violencia, sin moralizar, intentando
trasladar la información necesaria para que sea el lector quien pueda
moralizar. El periodista, nos muestra Lee Anderson con su oficio, es testigo,
no fiscal.
Vuelve
a sorprendernos la vitalidad que sobrenada en las crónicas de Lee Anderson, a
pesar de estar mostrándonos los estragos que ocasiona quien ocasiona los peores
conflictos. Para transmitirnos tanta entereza, es imprescindible seguir
conservando la fe en la raza humana. Y es que no cesa de encontrar humanidad,
rebeldía, allí a donde va este hombre que se confiesa antifascista, escéptico
ante la autoridad, que aborrece la injusticia racial y el colonialismo, y es
ajeno a los puntos de vista conservadores, que creció en varios países. Sobre
este sustrato ha ido creciendo la documentación que va acumulando Lee Anderson
para entender que aquello que él refleja no es un paréntesis, pues todo remite
al humus del pasado —geopolítico, social, económico y, sobre todo, humano y de
fracaso humano—, sobre el que habitan estos protagonistas de los que él habla
tras haber empapado con sus vidas y absorbiendo lo frenético. Lo que Lee
Anderson consigue transmitir es que aunque un periodista de campo no debe
perder nunca el vértigo, para compensar bebe de algo que se asemeja mucho a la
amistad: no se trata de ser un héroe, sino de intentar ser uno más, estar cerca
de los locos y los sufrientes. Lo que nos seguirá emocionando es la sinceridad.
Y ahí es donde se muestra como el gran maestro. He decidido declararme
marxista es, posiblemente, el libro más importante que se ha publicado en
España este año. Después de su lectura, solo cabe esperar un rato muy largo
para recobrar el aliento.
Fuente: Zenda
Un
héroe olvidado
Michael
Smith
Traducción
de Tomás Fernández Aúz
Capitán
Swing
Madrid,
2024
520
páginas
Para
quien esté familiarizado con la época en que las expediciones suponían descubrimiento,
los apellidos Amundsen y Scott, Shackleton o Nansen no le resultarán extraños.
Pero también será familiares otros, como el del propio Tom Crean, el irlandés
que participó en varias expediciones a la Antártida y de todas ellas regresó
ileso. Era un secundario de lujo, una de esas personas que garantizaban suelo
firme, un pilar que sostenía todo el edificio. En este libro, el especialista
en exploraciones antárticas Michael Smith (Londres, 1946) reivindica su figura
y nos convence de que Crean se merece una leyenda, su propia Eneida, su propio
canto epopéyico. Este proyecto lo inicia Smith intentando construir una
biografía, pero lo que termina por escribir es un nuevo relato de las
expediciones británicas más populares al gran continente helado, las lideradas
por Robert Scott y por Ernest Shackleton. El gran problema al que se enfrenta
el autor es a la escasa documentación que se puede hallar sobre la vida de Tom
Crean. Tal vez fuera suficiente como para escribir una biografía novelada, pero
la intención de Smith no es esa, la intención de Smith es reflejar la dureza de
la vida en las expediciones extremas a principios del siglo XX, y el mérito que
tiene no ya la propia supervivencia, sino ser un partícipe activo en la
supervivencia de los compañeros de viaje.
Crean,
no quepa duda, es uno de esos personajes que portan la antorcha cuando todos nos
adentramos en una cueva oscura. Porque es un titán, pero también un tipo muy
humilde. Vive en la época en que los viajes no tenían fecha de regreso, y estas
grandes expediciones podrían demorarse hasta quién sabe cuántos años, si es que
conseguían regresar los que participaban de ellas. Una buena parte del libro
está concentrada en representar la dureza del territorio, y en consecuencia el
esfuerzo que suponía su exploración para los que viajaban hasta allí, tal vez
rayando la locura, pero sin duda mostrándonos la mejor faceta humana, esa que
solo aparece en situaciones extremas. La filosofía de la exploración que expone
Smith a lo largo de más de quinientas páginas es la filosofía del aprendizaje,
de quienes desean participar del mismo en un diálogo permanente con la
geografía y los encuentros.
Es
fácil deducir, por lo que estamos comentando, que la figura de Tom Crean, que
no deja de ser elogiada una y otra vez por el autor, es el centro de interés
del libro, sirve para organizar la exposición principal, que son los relatos de
las expediciones en que participó. Volvemos a acompañar a Robert Scott en su coronación
de plata, y volvemos a conocer a los que navegaron en el Endurance y resistieron
en la que es la mayor batalla épica de supervivencia que de la que se tiene
noticia en el mundo de la exploración. Ante la dificultad que supone construir
al personaje con lo poco que se puede hallar sobre él, Smith opta por construir
su entorno y nos entromete en él de modo que volvemos a darnos cuenta de lo que
supuso cada paso que él dio. El lamento por todo lo que no podemos saber sobre
él es constante. Incluso en los capítulos finales, donde se nos habla de un
Crean familiar, empeñado en llevar una vida hogareña en una aldea de su viejo
condado de Kerry.
Smith
se propuso llevar a cabo un proyecto muy ambicioso, tanto como escribir una
obra voluminosa sobre alguien que se merece mucho más que esto. Esa ambición le
lleva a entregar lo mejor de sí mismo a la hora de mostrarnos la erudición que
posee sobre estas expediciones, y a la hora de analizar los aciertos y errores
de las mismas. El libre está lleno de detalles precisos que lo enriquecen. Pero
lo que más lo enriquece, sin duda, es la emoción de compartir otra vez estas
aventuras con los personajes que tanto queremos, porque son los que van a
encender la luz en épocas oscuras.
Fuente: Zenda
Vivir
en zapatillas
Pascal
Bruckner
Traducción
de María Belmonte
Siruela
Madrid,
2024
153
páginas
«Henos
aquí invitados a retirarnos a nuestro interior porque el afuera es el abismo».
La
conclusión es el inicio y es el tono mantenido a lo largo de este ensayo de
Pascal Bruckner (París, 1948), que se revuelve contra la vida actual. Lo que
hemos ido construyendo no es tan bueno, aunque sí puede ser muy confortable. «Antes
la vida privada tenía necesidad del afuera, estaba inacabada, era su único
privilegio. Ahora, secundada por la arborescencia de Internet, es solipsista y
se embriaga consigo misma, con las sombras que ella toma por realidad». No es
el primer intelectual que critica la vida moderna, algo que sucede desde hace
siglos, aunque sí es de los pocos que están consiguiendo resumir todo lo que ha
afectado, campo por campo, punto por punto, el confinamiento por el Covid-19 a
la convivencia y a los impulsos personales. Bruckner entra en el asunto a
través de Oblómov, el personaje indolente y bastante estúpido, aunque con un
potencial intelectual enorme, de la novela de Goncharov. E intenta actualizar un
espíritu, el de no salir de casa, que se está haciendo demasiado corriente: «El
carcelero está en nuestra cabeza», nos advierte.
En
realidad, de lo que trata este ensayo es de la paranoia. La define
constantemente: «Pero bien podría prevalecer otra tendencia generada por la
hidra del miedo: el triunfo de la reclusión, del estar acurrucado», «El
Covid-19 ha resucitado las dos grandes fobias modernas: la paranoia, el miedo
del otro y la hipocondría, el miedo de sí», «Si la casa se convierte en
calabozo, mata el apasionante cuerpo a cuerpo con lo real, deja de ser el hogar
para convertirse en un búnker». Y esta paranoia afecta a la sexualidad y a las
amistades. Bruckner actualiza cómo están funcionando las relaciones sociales y
personales, y los fundamentos con que nos vinculamos a los demás, a partir de
la evolución de los principios de convivencia institucionales, de la
legislación, de las evoluciones físicas, religiosas o psicológicas, de las
nuevas aceptaciones y los límites nuevos. Se muestra vehemente a la hora de
exponer sus preocupaciones —«Es sintomático de nuestro tiempo que ya no se
hable más de cambio, sino de salvación»—, que tienen que ver con «las fronteras
erizadas de fosos, barreras, matacanes». «La libertad se ha convertido en una
carga de la que solo nos libra el cercado», expone en una singular paradoja que
vuelve a definir la paranoia.
Habla
de romper la somnolencia de los días idénticos como respuesta a una vida que se
está volviendo ordinaria, urbana y demasiado bajo control. Nos recuerda que la
soledad es una patología y la solitud un descanso, aunque adopten la misma
forma. Y en el paso por su recorrido, va encontrando fuentes en poetas,
filósofos, artistas, gente que nos muestra las versiones de todas las formas
posibles de relacionarse con el mundo, mientras desglosa el significado de cada
parte de lo que compone una casa o un hogar, el lugar del que nos resistimos a
salir como se resistía Oblómov. Bruckner no es ajeno a la religión o a la espiritualidad,
ni siquiera cuando regresa a la caverna de Platón o a los cuadros de Hopper. En
realidad, nos está apuntando que hay salida mientras nos dicta, una y otra vez,
que debemos reaccionar, que aún estamos a tiempo. En ese sentido, este libro es
militante, porque confía en el ser humano.
El
tiempo de los lirios
Vicente
Valero
Periférica
Cáceres,
2024
215
páginas
«Su
elevado idealismo: autenticidad, religiosidad, pureza, devoción, sentimiento y,
por descontado, formas y colores de los maestros antiguos». Así se refiere
Vicente Valero (Ibiza, 1963) a la esencia de los pintores alemanes de la
Hermandad de San Lucas, que buscaban esencias pictóricas y morales a principios
del siglo XIX. La intención, sin duda, se puede trasladar al espíritu de este
libro, un diario de viajes que abarca un par de semanas recorriendo la región
de Umbría, en el centro de Italia. El tiempo de los lirios es el reflejo
de un viaje que busca afectar al pathos, es decir, al atractivo emocional, a
los sentimientos gestados tras las impresiones que llegan a lo más profundo. Con
aspecto de diario, en el que la entrada de cada día es larga, Valero estructura
la obra como si se tratara de una guía de viajes: retratando cada paso que da,
y a partir de lo que encuentra asociándolo con referencias que atañen a lo que
consideramos alta cultura o cultura clásica: literatura, pintura, arquitectura.
Así vamos acompañándole en lo que ve, en lo que reconoce y en su erudición.
El
libro está afectado por la admiración a la leyenda de San Francisco y los
términos en los que éste entendía la espiritualidad. De hecho, el autor se
mueve dentro de una burbuja que sugiere que solo puede gestarse en un lugar tan
hermoso y sereno como esta región italiana, y lo que caracteriza a la atmósfera
que se respira en la burbuja es una religiosidad que entiende que el bienestar
espiritual es la mejor expresión de felicidad posible. No sabemos si para
Valero hay otras formas válidas de espiritualidad fuera de esta tan próxima al
misticismo, porque defiende la artística, la silenciosa, la que se aproxima a
los rezos católicos, en definitiva, la religiosa. Y para expresar estos
principios recurre a un estilo que contrasta con la prosa entrecortada que tan
frecuentemente leemos en la actualidad: sus frases son largas, llenas de subordinadas,
y siempre buscando el efecto de algo que llamaríamos sublime, de no creer que este
adjetivo puede suponer un defecto si lo entendemos como algo pretencioso. No es
el caso. La escritura de Valero es culta y sosiega. Surge de lo emotivo, pero
pasa por un filtro poético.
A
pesar de tratarse de un intento de viaje, que viene a significar un intento de
sentirse viajero, la obra está atravesada por el turismo cultural: «Las
nuestras están siendo, ciertamente, unas vacaciones espirituales», reconoce, distinguiéndose
así de las formas más frecuentes de turismo, el de diversión, el de actividad,
el de playa. Esta espiritualidad está dentro de él, como no puede ser de otra
manera, y brota con los constantes encuentros que el arte ha tenido en la
historia con la iglesia, sobre todo los más humildes, los alejados del mármol y
las enormes dimensiones. Ahí es donde transpira un amor de connotaciones
románticas que ya existía dentro del autor antes de ponerse en marcha. Valero
viaja, eso sí, ratificando que la educación sentimental que le ha ido
construyendo es una buena educación sentimental. Como lo demuestran ciertos
pasajes de la vida de San Francisco, que para él son la representación idónea de
la sabiduría. Es posible que no hubiera hecho falta emprender el viaje para
llegar a estas conclusiones, pero el viaje ratifica, el viaje consuela, el
viaje sirve de acicate para escribir esta obra en la que estamos leyendo
constantemente quién es Vicente Valero, como sucede en los mejores ensayos. El
propio Montaigne lo expresó en alguna ocasión: el objeto de sus ensayos era él,
el cuidado de sí mediante el autoconocimiento. Esa es la línea que Valero ha elegido
seguir para trasladarnos lo que supuso para él este viaje.
Fuente: Zenda