miércoles, 29 de mayo de 2024

MÚSICA EN LA OSCURIDAD

 

Música en la oscuridad

Antonio Iturbe

Seix Barral

Barcelona, 2024

410 páginas

 

 


Entre la oscuridad de la época de la dictadura de Primo de Rivera y la —más oscura todavía— de Franco, sucede esta obra, Música en la oscuridad, la nueva novela de Antonio Iturbe (Zaragoza, 1967). La sensación de ser muy pocas las ocasiones y espacios para el desarrollo de la libertad, de la música, del arte, se impone al final de la lectura. Los momentos en que uno es dueño de sí mismo, en que no hay opresión en el ambiente, son tan escasos que conviene aprovecharlos, aunque solo sea para poder quedarse a vivir en ellos gracias a la memoria. De memoria social e histórica trata este libro, que responde a las mismas intenciones que proyectos de otros autores contemporáneos, como Ignacio Martínez de Pisón o Alfons Cervera, que es la de recordarnos que la historia no es lo que cuentan los libros de texto, sino lo que han vivido las personas, nuestra gente. Lo que más importa a Iturbe es el factor humano.

«La banda lo mira expulsar la primera voluta de humo con ese temor antiguo de la España encorvada.

«—Toquen —les dice sin alzar la voz.»

Quien da la orden es el alcalde, el cacique, a quien los músicos acobardados y torpes ven como al enviado que impone los caprichos de los dioses. Pero entre 1930 y 1936 habrá una serie de cambios que llegarán a permitir al sastre, que es el director de la banda de música de un pequeño pueblo, llegar a lo más sagrado: ganarse el respeto de la gente, es decir, sembrar amistad. La tarea no será fácil. Iturbe ha elaborado una novela a partir de una pequeña historia real, la de un clarinetista que demuestra que ninguna siembra es el balde. Y eso que se encuentra con un terreno duro, en el que los habitantes son gente temerosa de Dios, que en otro autor daría pie a un encuentro entre ilustración y barbarie, pero en Iturbe, que no esconde esta mala suerte, no coloca como prioritario: en el libro leemos, más bien, un encuentro sin discrepancia entre bondad y obstinación. No se trata tanto de mostrar una confrontación como de allanar un camino a través de la música, que es tanto como decir de la armonía. Será la fe en la armonía, también en la del ser humano, la que sostenga a nuestro protagonista en un lugar donde hasta el momento se ha impuesto un tipo de vida que ha arrollado a la gente, que les ha encorvado la espalda.

Iturbe nos lleva a una época de la que no hay tantos registros sobre cómo vivía, hablaba, se comportaba la gente, aunque sí los suficientes sobre movimientos políticos que afectaban a la historia, a la filología de la historia. Será un periodo de cambios que en algún momento dejará de estar al fondo de la vida en la pequeña población a la que nos lleva, para pasar a ser casi protagonista. Las transformaciones son evidentes, como lo será, ya lo apuntamos más arriba, regresar a los momentos oscuros desde los que vinimos. Iturbe nos ayuda a llegar hasta allí gracias a la recuperación de palabras ya en desuso, y a un lenguaje sencillo que genera la atmósfera precisa. Tal vez cabría decir que la novela podría haber ganado intensidad perdiendo páginas, pero las intenciones del autor son las de demorarse para gestar ambiente, escenario, entorno. En esta obra lo que es necesario para la representación es tan importante como la representación misma. Aunque lo prioritario será, volvemos a decirlo, la humanidad, esa gente que está haciendo lo imposible para evitar que el mundo les pase por encima.


Fuente: Zenda

lunes, 27 de mayo de 2024

UN INMENSO AZUL

 

Un inmenso azul

Patrick Svensson

Traducción de Carolina Moreno Tena

Libros del Asteroide

Barcelona, 2024

274 páginas


 


No se trata ya de esa soledad que uno siente frente al mar, la que nos llega casi como una mística, sino de saltar desde la más tierna curiosidad por nuestra relación con él, hasta un extraordinario agradecimiento por la historia que esta relación ha generado. «Es una pulsión que tiene un vínculo muy estrecho con el deseo», escribe Patrick Svensson (Kvidinge, 1972), «es el ser humano que está constantemente en contacto con lo que es la humanidad, un sentimiento de pertenencia y de cohesión que se extiende más allá de los mares del planeta y de las generaciones. Es el ser que observa, que describe, que busca y que explora. Es el ser que sondea». Un inmenso azul es un particular homenaje al mar que debería ser leído en todos los institutos y, nos atreveríamos a decir, en cualquier facultad, sea de la especialidad que sea. Es un entretenidísimo libro divulgativo en el que el autor se detiene en varias etapas de la historia de la humanidad en la que los vínculos han sido muy especiales, en momentos en que hemos salido mejores gracias al agua. ¿Por qué mejores? Porque hemos seguido reconociendo la magia, el enigma, lo contemplativo, sin enturbiar el impulso del conocimiento: hemos seguido en lo poético mientras nos adentrábamos en lo científico.

«Porque cuando se trata del mar, en realidad, esto es lo único de lo que podemos estar completamente seguros: siempre quedará espacio para más preguntas», sostiene mientras se adentra en la exploración, la pesca, los fósiles, los abismos, hasta terminar en quienes piensan el mar. Cada uno de los episodios viene representado por alguien elegido como muy significativo en su ámbito. Ahí está Magallanes, como el gran explorador, pero también quien fuera su esclavo, su intérprete y, finalmente, su traidor, y tal vez el primero en dar la vuelta al mundo pues fue capturado en Malaca y se perdió su rastro en Filipinas. También tiene presencia los cazadores de ballenas, de cachalotes, las criaturas más semejantes al Leviatán, que terminaron por ser considerados aventureros a pesar de practicar uno de los oficios más rudos. Y la evolución de los métodos de sondeo, porque el protagonismo del fondo marino, el lugar más desconocido de nuestro entorno, no puede evitarse, y que nos lleva hasta los pioneros en su exploración con un rudimentario batiscafo en los años sesenta. Conoceremos a un panadero escocés que recopilaba fósiles en sus paseos y dio con el del primer pez que se reprodujo de forma sexuada. Y terminaremos con una de las mujeres que más han contribuido a nuestro amor por el mar y la naturaleza, Rachel Carson, que nos ayuda a centrar nuestros vínculos en el sentimiento, que cree en algo muy semejante a la hipótesis de Gaia, que está convencida de que «el ser humano se vuelve mejor persona con el mar (…) es una parte de un ciclo y que este ciclo es una interacción continua e infinita de la que ninguna forma de vida puede excluirse».

Escrito con una sencillez que da envidia, Un inmenso azul nos demuestra que la esencia del hombre es el viaje, entendiendo por viaje cualquier desplazamiento empujado por la curiosidad y que da lugar al asombro. Desde una inteligencia espacial que sostiene que para comprender el mundo que nos rodea es necesario sentirlo, Svensson nos habla sobre los beneficios salvíficos de relacionarse con la naturaleza y con los pequeños y grandes prodigios que nos están esperando si nos atrevemos a indagar en los descubrimientos. Es un libro que muestra un infinito respeto por el mar y por el hombre, que nos señala hacia dónde dirigirnos cuando nos queremos perder en secretos, porque perderse es un arte que nos ayuda a congraciarnos con nuestra parte más sensible. Un inmenso azul es un libro deslumbrante que nos ayuda a querer conservar lo mejor que nos rodea y lo mejor que hemos creado.


Fuente: Zenda

miércoles, 22 de mayo de 2024

LAS REINAS DEL MAR

 

Las reinas del mar

Mauricio Wiesenthal

Acantilado

Barcelona, 2024

444 páginas



 

Mientras nos empeñamos en llegar a la cima de la nada, olvidamos que el viaje es meta, porque es compañía, música, baile y amor. En realidad, nos convencemos de que debemos sumar alguna medalla para compensar las desgracias, para sentir que nada nos impide superarnos, ni siquiera las amputaciones. Pero esto es una forma muy poco refinada de tortura. Impide salir a la calle con ánimo de aprovechar lo que pase de largo dejando que pase de largo. ¿Es preferible ser espectador del mundo o protagonista de una vida? Nos convencemos de que debemos ser ambas cosas y nos esforzamos por ello, cuando lo ideal sería no proponerse ni la actividad ni la contemplación: para conocerse a uno mismo, nada mejor que centrarse en los demás. Incluso en la etapa de la vejez, cuando creemos que ya no hay que rendir cuentas, cuando sabemos que nadie nos está esperando en ninguna parte. De lo contrario, caeríamos en el riesgo del exceso de narcisismo mitificando nuestros días y nuestras noches.

La vida de Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) se ha consagrado al sacramento del viaje. En buena medida, ha contribuido a la sacralización del viaje ideal, que en nada se asemeja al del turista, donde todo está diseñado para garantizar seguridad. En este libro, Las reinas del mar, el propósito es biográfico, partiendo de los grandes barcos en los que ha vivido, partiendo de la realidad y el simbolismo del mar y la navegación. Hay lamento y hay oda a lo que él ha sido, a lo que le ha formado, lo cual nos lleva a un cierto tono elegíaco, pero vital. Wiesenthal nos habla mucho más de enamoramientos que de lugares, de sensaciones que de actos. Se muestra como un hombre de otra época, bastante renacentista, y nos devuelve esa anglofilia que ya habíamos descubierto en anteriores obras. La otra filia que se destaca tiene que ver con un cierto espíritu aristocrático, con una clase social en la que se impone, o se debería imponer, la exquisitez, las buenas maneras, el buen gusto. Aunque pueda ser un oxímoron, asistimos a la esencia de la vida de un bohemio con dinero. Hay un nivel de lectura reaccionario, pero sin asustar, pues nos referimos a ese pensamiento que todos tenemos con frecuencia, cuando estamos convencidos de que la vida era mucho mejor antes. En realidad, antes éramos más jóvenes y más capaces de actividad, de hedonismo, de movimiento.

No se puede ser sublime sin interrupción, por muy esteta que uno sea. Ese propósito nos llevaría a darle más importancia al parecer que al ser, cuestionando nuestro ego: «un espíritu de libertad intelectual y de elegancia ilustrada que marcó mi formación», dice Wiesenthal cuando descubre la cultura francesa. Más adelante se justifica, anunciándonos el porqué de ese estilo de escritura que es poco frecuente en la literatura actual: «Si cuento estos pormenores es porque creo que así mis lectores comprenderán mejor mi estilo antiguo de romanceador, mi personalidad y mi forma de narrar alla maniera modernista, cuando consigo surfear las ondas, complaciéndome en la bajamar de mi vida y en la pleamar de mis últimas memorias». Esa sinceridad nos da las claves, las razones por las que puede interesarnos esta obra.

martes, 21 de mayo de 2024

LA PLAYA

 

La playa

Marina Perezagua

Pre-textos

Valencia, 2024

330 páginas

 



Nace un bebé, y es prematuro, demasiado prematuro, y entonces el mundo debería venirse abajo, pero no lo hace, porque lo que sostiene esta eternidad que llamamos existencia es el amor. Sólo una cosa merece la pena, y ésta es querer y ser querido. «No es que no quiera a mi madre. Es que me resulta imposible quererla», dice la narradora de esta obra, La playa, con la que Marina Perezagua (Sevilla, 1979) vuelve a demostrar que es una de las mejores escritoras de nuestra literatura actual. Serán los fundamentos del amor, que no son expresables, los que mantengan entera a nuestra narradora ante las situaciones críticas que se van a suceder mientras se intenta sacar adelante a un bebé delicadísimo. Y, mientras tanto, como en una gran terapia, es capaz de situar la relación con su propia madre, que también es de amor, aunque este se manifieste a través de la ausencia, aunque este debería expresarse con rabia, cosa que no se hace porque lo que importa es la criatura que viene a mejorar la vida.

La narradora, que en algún momento nos confiesa tener el mismo nombre que la autora, va dejando caer que padece ataques de pánico o un trastorno obsesivo compulsivo, así como su debilidad por el agua. Destaca la soledad en la que se encuentra. Es cierto que en algún momento se habla de amistades que la ofrecen apoyo, pero pasará meses sola en el hospital, mientras su hija va creciendo con el apoyo de unos profesionales capaces de hacer las operaciones más increíbles para sacar a la niña adelante, a esa niña para la que ella está escribiendo este dietario. La soledad de la madre resulta ensordecedora. La manifestación central de la misma pasa por la desidia de la propia madre, la abuela del bebé, que parece irse explicando, aunque sólo sea un poco, en un marido agresivo, del que apenas quedan dos frases, y un episodio muy trágico, con muerte inocente incluida, del que ella es responsable. Pero esta soledad nos servirá para darnos cuenta de la importancia del amor maternal, que será el motor de la obra, porque nada cubre tanta extensión como ella, como la maternidad, que aquí es bendición y es herida.

El miedo, el odio apaciguado, la lucha por mantenerse a flote, lo vulnerable y, en definitiva, el dolor, son las impresiones que van conmoviendo al lector constantemente, sin que exista ningún atisbo de autocompasión ni de pornografía emocional. Perezagua sabe que lo que nos afecta es lo sincero. Debemos aquí mencionar, aunque uno se resista a que ello forme parte de la valoración literaria, la sospecha de que esta obra tiene un sustrato en una experiencia personal. Pero eso no importa. La obra trata sobre la reconciliación: «Lo pienso y tal vez algún día deje de pensar así, pero en este momento aún lo creo: mi cuerpo es un fracaso», sostiene al inicio del libro; «si no lo consigues creo que me volveré mala, una mala persona», afirma más adelante; «a mi madre le gusta la calle. Salir. Y nosotras estamos encerradas», comenta. Y así mientras no cesa de mirar hacia su hija, que ya es más valiosa que el resto del universo, porque lo sustancial es descubrir la capacidad inmensa de querer.

Da la sensación de que La playa es una obra escrita con las tripas, es una obra emocional. Sin embargo, los efectos están perfectamente medidos. A lo que ayuda la literatura es a sanar, a poner las emociones en su sitio, a salir de uno mismo y verse en la distancia adecuada como para que lo que uno sufra no sea lo fundamental, sino que lo sea lo que uno comparta: «Empiezo a refugiarme en la duda. A veces, la duda suele menos que la esperanza. Pero te miro y todo se vuelve certeza. Tu peso en gramos es una certeza. Tu baja temperatura es una certeza». Estamos, sin duda, frente a uno de los mejores libros que leeremos este año.


Fuente: Zenda

jueves, 16 de mayo de 2024

UNA HISTORIA PARTICULAR

 

Una historia particular

Manuel Vicent

Alfaguara

Barcelona, 2024

204 páginas

 



«Acababa de cumplir setenta y cinco años, y me preguntaba si resultaba estético estar cabreado». Estético. La escritura de Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) siempre ha respondido a criterios que tienen que ver con la belleza, pero siempre ha sido una postura ética, una mirada compasiva o una identificación de justicia. Aquí vuelve a sacar lo mejor de sí mismo para enfrentarse a su propia historia, llegando a una vejez en la que demuestra congraciarse con la vida, porque no existe ni una sola palabra que contenga un ápice de rencor en esta revisión estética, ética. Al mismo tiempo que nos demuestra que lo importante de ser uno mismo es estar en paz con quien has sido, vamos a asistir a apuntes para un resumen de la historia de España desde la postguerra a nuestros días. «A mí solo me gusta contar lo que he visto, lo que me ha pasado, la gente a la que he conocido, los sucesos que he presenciado», reconoce en la primera página de este hermoso libro, que comienza con una recuperación de la infancia que enseguida nos hace pensar en la que puede ser su mejor obra, Contraparaíso.

Pero el niño que sentía el sol como una bendición irá creciendo y por el camino solventará sueños y deseos, penas y alegrías, encuentros y desencuentros, además de su afán por ser escritor, lo cual le supone congraciarse hasta con la mentira: «Se miente para defenderse, se miente para agradar, semiente para convertir la realidad en una obra de arte». Se miente incluso a la propia memoria, porque es imposible ser fiel a ella cuando uno proyecta sobre lo que guarda su manera de entender la vida, pero esa mentira no es necesariamente una caja de Pandora: detrás vendrá la conciliación de la belleza, de algo que uno no se atreve a llamar sabiduría por miedo a ofender la humildad del otro: «¿Qué otra cosa puede uno esperar de la vida sino que al final una perra te sea fiel, te recoja la pelota, te sonría cuando la acaricias y llore cuando te mueras?».

Y resulta que los perros son la parte más especial que rescata de su vida cuando llega a una edad en la que no tiene que rendir más cuentas. Los episodios en que se divide la obra son breves, concisos, elaborados a una distancia que Vicent domina a la perfección. Excepto en un caso, que es cuando trata sobre los perros que han colmado de bien sus días, en los que se extiende tanto que da la sensación de haberse detenido para evitar que el libro se prolongue en exceso. Si en todos los capítulos saca a flote al hombre sentimental, cuando habla de sus mascotas nos lleva al borde de las lágrimas. En realidad, Vicent trata con lo sensorial tanto en lo que se refiere a la literatura como en lo que atañe a lo que mejor sostiene nuestras vidas, que es la amistad. Y mientras tanto, va repasando sus vínculos con los sucesos que nos atañeron, de tal manera que transmite la impresión de haberlo vivido con la intensidad con que se viven los sueños.

Mitificar desmitificando es el principal propósito de esta obra, que nos enfrenta con sabiduría y belleza a los que somos, que es a la vez condena y salvación. Lo que importa, lo hemos dicho al principio, es llegar al final de la vida sin rencores, sin odios, sin veneno.

miércoles, 15 de mayo de 2024

CUATRO CUENTOS CUÁNTICOS

 

Cuatro cuentos cuánticos

Javier Argüello

Random House

Barcelona, 2024

202 páginas


 


Todos lo hacemos, porque en ello nos va la salud mental: hay que idear un relato sobre la vida propia que nos permita reconciliarnos con lo que no podemos dominar. Eso que llamamos destino, la parte de la existencia de la que es imposible adueñarse, no debería ser escollo para pasar con solvencia por este mundo, al menos mientras tengamos a mano una herramienta ideal con la que contrarrestar sus males, esa experiencia ciega que conocemos como realidad, y esta herramienta es la imaginación. Bajo esta premisa, Javier Argüello (Santiago de Chile, 1972) crea estos cuatro relatos que nos vuelven a amistar con las artes de narrar. Si en su anterior libro, Ser rojo, lo prioritario era dar cuenta de una educación sentimental a través de un texto autobiográfico, en estos Cuatro cuentos cuánticos se nos devuelve al camino de la ficción, de los motivos por los que la ficción es necesaria, por los que no deberíamos ceder su autonomía ni a la tecnología ni a la ideología. Si defendemos la autonomía de la ficción, estamos defendiendo también la de la realidad, pues esta es más creíble cuando comparte el espacio y el tiempo con otras formas de vida.

Argüello reconoce en el tercero de los relatos, Un cuento inglés, las referencias literarias que ya habíamos intuido previamente: Borges y Bioy Casares. Esto implica, por otra parte, el concepto de fantasía que ambos autores argentinos manejaban, no permitiendo que terminara de levantar los pies del suelo, soldando algunos puntos con los de la realidad. Así al narrador de estos cuentos, y lo decimos en singular, pues por el trabajo que Argüello hace con la voz da la sensación de tratarse siempre de la misma persona, le cuesta separar la realidad de la ficción. Pero sabe, eso sí, que lo que importa es narrar. En el último cuento, Quantum Beijing, encontramos algún párrafo que nos puede servir como guía acerca de este proyecto literario: «Lin quiso saber más acerca de la conferencia y le expliqué que había empezado hablando de una teoría de la física que dice que es la conciencia la que crea la realidad, y que eso se parecía mucho a lo que decían los griegos acerca de que eran las historias las que daban forma al mundo». Los dos universos posibles por los que deambula nuestro narrador interfieren entre ellos, pero no lo bastante como para no poder configurar un relato de aspecto coherente. La realidad también está formada por sensaciones, y las sensaciones no son menos intensas en la ficción. De hecho, será en la región ficcional donde ocurran cosas que realmente importan, aunque sólo sea por deseo, dado que la experiencia del mundo puede ser una cárcel. La ficción nos permite recorrer las calles de los alrededores sin riesgo a sufrir daño. Nos ayuda, pues, a salir de nosotros mismos, mientras que la realidad nos obliga a salir de nosotros mismos, pero nos muerde los tobillos y nos empuja a querer encerrarnos.

Entramos así en universos posibles, no en universos probables, dado que el único universo probable será, casi seguro, este tangible. Argüello sabe que esos universos posibles nos emocionan, y que las emociones son las sustancias que debemos defender. Las emociones, con las que resulta tan complicado construir un relato literario, pero que Argüello consigue destilar en forma de narración, son tan verdaderas como el hambre y el pan. «¿Para qué vas a escribir un libro si no es para contar historias?», le pregunta un personaje a nuestro narrador, que apenas tarda unos renglones en encontrar la respuesta: «para ella la realidad y las historias eran la misma cosa». Javier Argüello es, sin duda, uno de los escritores actuales más interesantes en nuestra lengua.


Fuente: Zenda

lunes, 13 de mayo de 2024

ASÍ ES EL JUEGO

 

Así es el juego

Esmeralda Berbel

Comba

Barcelona, 2024

330 páginas

 

 


Cuando es preciso, Esmeralda Berbel (Badalona, 1961) demuestra una solvencia estilística admirable: «No puedo ahora desenterrarme y decirte como hija cuánta flor hay en mi costado, cuánta agua maloliente, cuánto río lleno de sangre; cómo me he vuelto reina de las sábanas de hilo caro, cómo hemos desflorado las flores vivas de nuestros almohadones. Oír la cal trashumando mi piel fría convertida en oro». Pero su primera preocupación, al menos la que se desprende de la lectura de este volumen en el que se recogen sus cuentos, es la definición de personajes a través de la sensibilidad. A estos personajes, que son los que la preocupan, su fuente de inspiración, el sustrato sobre el que dejar caer la curiosidad, les da voz, los convierte en narradores. Espíritus sensibles, asistimos a cómo van construyendo lo que sienten a partir de un episodio significativo de su existencia, de un momento clave, de la etapa más significativa. Berbel no entrega el cuadro completo, como no podía ser menos cuando nos coloca en los sentidos de narradores que atienden a su parcela de realidad, con lo que empuja al lector a convertirse en cómplice de casi todo: debemos completar el cuadro mientras nos estamos identificando con el que vive la historia. Parece fácil y, de hecho, Berbel nos relata esos instantes con sencillez, pero cuando alguien trabaja mucho y tiene mucho talento para el trabajo, lo que hace es simplificar, no complicar las cosas. Y mucho menos en términos de comunicación.

Estamos frente a unos relatos en los que se atiende a la belleza de lo pequeño, sin que esto sea una categoría evaluable: lo bello es que las mariposas sean pequeñas y los océanos grandes. Esa categoría entra, sobre todo, en el fenómeno del tiempo antes que en el del tamaño: leeremos un fragmento de vida, en un sitio y un momento concreto, en el que el protagonista debe aprender algo nuevo. Eso supone plantearse qué es lo que debe aprender, generalmente vital, y cómo saldrá de ese momento bisagra. Berbel no tiende a ofrecernos el resultado, pero sí a indicar que hay salida y que ella, creadora de estos personajes por los que siente debilidad, espera que al otro lado aguarde la calma. Ese es, posiblemente, el mensaje más concluyente que nos llega desde estos relatos. Como es de prever, por norma general suponen encuentros e interrogantes, y fallas de comunicación, en las que por momentos da la sensación de que los personajes hablan más para sí que para la gente con la que comparten secuencia. Esto da un efecto de intensidad a las relaciones humanas, muchas de las cuales se asemejarán a las que conocemos de primera mano.

Somos vacío y lo que importa es ser conscientes de qué nos llenamos. El destino puede escoger lo concreto por nosotros, pero nuestra sensibilidad, y aquí hay mucha, elige la calidad con que combinemos esas cosas concretas: aquí cabe enamorarse, por ejemplo, porque el enamoramiento es parte de la elección de una vida poética, de una mirada que tiende a la sugerencia en lugar de a la certeza, de una conciencia de lo que nos falta y no de la estupidez de la abundancia. Esta es la esencia de este volumen que recoge dos libros de relatos, Así es el juego y El hombre que pagaba noches enteras, el segundo de ellos publicado originalmente hace más de veinte años y ya casi inencontrable. Y en esta esencia, repetimos está la sensibilidad por encima de cualquier otro valor literario: la mirada, sí, y la palabra, pero también los olores y, sobre todo, la piel.


Fuente: Zenda

martes, 7 de mayo de 2024

ELIZA

 

Eliza

Myriam Ybot

Itineraria

Las Palmas, 2024

258 páginas

 



Todo soñador se ha quedado corto. La historia es esencialmente transgresión, o al menos así desearíamos que fuera. De ahí nuestra debilidad por Richard Burton (el viajero, no el actor), David Livingstone, Francis Younghusband, el Duque de los Abruzos, Amundsen y Nansen, Mungo Park, George Mallory, Shackleton y toda esa enorme lista de exploradores que encabezan una más enorme, la de los que los acompañaron, en una época, principios del siglo XX, en que el planeta estaba todavía virgen para los occidentales. Pero transgredir no quiere decir protagonizar una travesía por el Himalaya con un calzado de suela de esparto, o internarse en las selvas de África armado con un cuchillo de untar mantequilla. Uno transgrede cuando el viaje es interior, cuando el viaje le transforma. No hace falta mucha hormona, pero sí mucha sensibilidad para caminar e ir aprendiendo.

Eso es lo que le ocurre a Eliza Drake, la protagonista de esta novela, una mujer británica que el 1910 se embarca sola rumbo a las islas Canarias. Ahí está la soledad como sinónimo de aventura, en lugar del riesgo, y el contraste con todos los grandes expedicionarios que estaban cartografiando el mundo, para definir que no es necesario ser excesivamente bravo a la hora de sentirse protagonista de la propia vida. A nuestra disposición está todo lo que pueden registrar los sentidos, que son miles de millones de matices. En buena medida, esta obra de Myriam Ybot (Madrid, 1965) es un homenaje a una época, aquella en la que a uno le era todavía posible reinventarse por el sencillo hecho de alejarse de sus raíces. Pero también es un homenaje a un lugar, a unas islas de las que es posible enamorarse, y más sencillo, más puro, resultaba en una época en la que las noticias del exterior nos llegaban de guindas a brevas.

Yobt compone un texto amable que tiene lugar entre Tenerife y Lanzarote. La obra se lee con facilidad, y en el momento en que vamos descubriendo que tal vez se centra en un estrato social con el que sentimos una afinidad muy limitada, la alta burguesía, nos descubre que esta gente no está sola: «el pueblo canario, del que forman parte los sirvientes, los agricultores y pescadores, los tenderos y los trabajadores de la exportación, parece muy diferente. Hay quien los tilda de desfachatados, irrespetuosos o arrogantes, pero yo prefiero considerarlos orgullosos y libres», dicta en una de las cartas que encabezan cada capítulo. Será esta relación, el impulso a conocerles, además de a conocer los paisajes, lo que haga avanzar en la lectura con mayor interés que cuando los encuentros son entre gente de otra cuna. Los homenajes que mejor valoramos serán siempre estos, en los que la mirada más afectuosa se deposita en los que tuvieron peor suerte que uno mismo.

ESTA ES TU CASA, FIDEL

 

Esta es tu casa, Fidel

Carlos D. Lechuga

De Conatus

Madrid, 2024

137 páginas


 


La memoria debería ser algo tan sagrado y cuidado como un valle de cerezos. Pero la condición humana nos lleva a la melancolía, no sólo por impulsos que se gestan en nuestro interior, sino también obligados por las consecuencias de los actos de los demás. Esta condición humana llega a extremos que no deberíamos haber conocido, como cuando se trata de las decisiones de un líder que afectan obligadamente a todos los que le rodean. No cabe entrar a valorar grados de culpa ni efectos rebote, ni siquiera entrar a matizar los aspectos de la presión de los más alejados, porque alguien intentó que se viviera bajo la presión de una leyenda, y eso afecta al relato. Al final, cuando Carlos D. Lechuga (La Habana, 1983) entra a hablarnos de su pasado, nos encontramos con las miserias que hemos conocido a través de tantas voces. Será esa dualidad que navega entre la desmitificación, que supone a veces enfrentarse a demasiada suciedad, y el apego al pasado, que es nuestra propia leyenda, la del valle de los cerezos, lo que dé a este libro de memorias y tono magnético. Uno quiso ser niño y se encuentra con que se vio obligado a ser otro niño cuyas características no respondían exactamente a las que se supone debe tener la infancia. Y así sucederá también con la juventud y hasta con la vida laboral, que en este caso es la de alguien dedicado a la dirección cinematográfica.

No saber si se fue feliz nos habla de una construcción de la personalidad en desarrollo. Para definirse, Lechuga ha puesto tiempo y tierra de por medio, y se entrega a una escritura en párrafos cortos, porque los recuerdos no vienen concatenándose como en una novela decimonónica. Lechuga es sincero, muy sincero, porque nos va sugiriendo que lo que uno puede de verdad conocer es lo más próximo. Y que a esa distancia, a la que llega nuestra aura, pueden encontrarse las razones que justifican toda una vida y nos indican que estamos eludiendo cualquier interpretación maniquea, pues lo que tenemos delante es un testimonio. No sabe bien si el niño que está creciendo en el hogar es el mismo que el que está creciendo en la calle. De esta etapa de relato de crecimiento saldrá, eso sí, alguien preocupado por el cine y por la justicia.

Pero el asunto que más presencia va adquiriendo a medida que se avanza en la lectura es un miedo bastante físico: «En el totalitarismo, todo el mundo tiene mucho miedo, porque como en una mafia controlada, todo el mundo se siente en deuda y todo el mundo está embarrado». Uno se ve obligado a cuestionarse hasta su propio espíritu crítico. Hay una maldición entre los espíritus creativos, que se ven empujados a cierta clandestinidad para no ponerse en peligro, lo cual lleva a un tráfico ilegal de libros y películas, y también de remedios de santería, como los que practicaba su abuela, casada con un embajador del régimen cubano. Para poder existir, muchas cosas no deben apartarse de las sombras, como la homosexualidad, que también atraviesa las páginas que ocupan estas memorias. Por aquí transita Gabriel García Márquez, el espíritu de un vecindario, una madre epiléptica y el aplomo de la censura. Aquí está muy presente la disfunción entre vida pública y vida privada, que es una congestión propia de quien vive atrapado: «Fidel había logrado lo que más quería: separar a la familia cubana», afirma, para añadir, unas páginas más adelante, la expresión que mejor define este libro testimonial: «Tu deseo no le importaba a nadie. No eras la prioridad». Luego vino el enfrentamiento con la administración, a cuenta de una película que se sostenía sobre una relación diferente, y la muerte de Fidel, que tuvo cierto efecto de cafetera en ebullición. Sobre este país y estos años, no dejamos de leer testimonios, y todos parecen conservar el valor más importante, que es el contenido de la humanidad o, lo que es lo mismo, el deseo de pasear por un valle de cerezos.


Fuente: Zenda

jueves, 2 de mayo de 2024

JARROA

 

Jarroa

Andrea Fernández Plata

Caballo de Troya

Barcelona, 2024

150 páginas

 



La memoria es el lugar más bonito del mundo. Allí no hay edificios corroídos, porque hasta la herrumbre de los hierros es un estampado en cualquier forja. Cualquier sonido es música, y, además, el tipo de música que uno siempre ha deseado escuchar, la que le tranquiliza, la que supone armonía. Los colores son puros y hasta aquel desplante que tanto te enervó en su día, hoy es un motivo más para sonreír y pensar que gracias a ese acicate aprendiste un poco más lo que supone vivir tranquilo. Y luego está el lugar de la infancia, con toda su magia, donde uno proyecta lo más especial de su memoria, ese lugar que da pie a crear un nuevo Macondo, por ejemplo. Que es lo que sucede en esta novela, Jarroa, donde Andrea Fernández Plata (A Illa de Arousa, 1985) confía casi todo a la creación de un lugar mágico, de un misticismo tan personal que uno no puede sino confiar en que de allí solo se destilarán, a la larga, cosas buenas, de esas que sobreviven en la memoria: «Una isla es un agujero en el tiempo. Aquí, las horas en los relojes que lleva la gente no sirven de nada. El miedo también es un agujero negro. Cuando te acercas lo suficiente, te caes con todo lo que llevas puesto».

Este lugar funciona, en buena medida, como un sueño: es un sitio donde pasean a sus anchas los miedos y los deseos. Es antiguo y es misterioso, pero posee un fondo musical acogedor. De hecho, es el oído de la autora el que va recreando la atmósfera, que se impone también gracias a que nos encontramos en una isla. Es una isla real, en el mar, y también en la imaginación, que inca sus raíces en la memoria. Una vez aislados, allí donde nos encontremos tendremos que regirnos por las reglas que va construyendo el lugar, que son autónomas y generan su propia coherencia, como en cualquier locura. Estamos en otro lugar, en otro tiempo, en una isla endogámica, donde la familia cobra un peso específico superior al que posee en las urbes. Estaremos rodeados de fantasmas, que es casi tanto como decir de nostalgia. En esta nueva visita al lugar de la narradora, se nos irá presentando el sitio como estampas que configuran una composición que se asemeja bastante a los sueños, sí, pero también a la realidad: conocemos parcialmente y luego debemos apreciar qué emoción se impone. Ni en los sueños ni en la realidad hay trama. Eso es lo que hace que esta obra sea interesante, y nos lleve a darnos cuenta de que a veces para crear una novela basta crear un ambiente, si este es tan potente, si en él reconocemos memoria, imaginación.

miércoles, 1 de mayo de 2024

EL REENCUENTRO DE LOS COMPAÑEROS DE ARMAS

 

El reencuentro de los compañeros de armas

Mo Yan

Traducción de Blas Piñero Martínez

Kailas

Madrid, 2024

266 páginas


 


Ser niño significa sentir el impulso de trepar a los árboles. Como Cosimo, el protagonista de El barón rampante, que decide quedarse a vivir en los árboles como Peter Pan decidió no salir jamás de la infancia. No es casualidad que Mo Yan (Gaomi, China, 1955) elija este enclave, además junto a un río, para que tenga lugar el encuentro y la conversación entre dos compañeros, dos personas que fueron amigos en la infancia e inseparables durante los años que pasaron vestidos de uniforme militar. Aunque habría que decir que no se trata exactamente de un encuentro entre ellos, sino entre uno de ellos y el fantasma del otro. Pero los fantasmas son tan reales, al menos en esta obra y en buena parte de la literatura de Mo Yan, como las personas de carne y hueso. Al igual que las sensaciones en los sueños son de la misma intensidad que las de la vigilia, las presencias de los muertos suponen la misma entrega de amor que la que prodigamos a los vivos. Para darle mayor emoción a la situación que se crea, Mo Yan la sitúa junto a un río, ese escenario donde los niños van a pescar, como hacía Huckleberry Finn, por ejemplo.

Pero no es esa inocencia la que se irá imponiendo, aunque sí es el sustrato. A lo que vamos a atender es a un torrente de sucesos que nos viene dado por un torrente de palabras, que nos desbordan, en la que se nos va relatando la vida de estos dos personajes a través de la voz de uno de ellos, el vivo. Estas vidas tienen la característica principal de haber sucedido con los pies en el aire. Da la sensación de que la pregunta latente a lo largo de la lectura es si vivimos en vano. Tal vez ese sea el tema sobre el que orbita esta ficción, en la que los sentidos son algo más que condimento, son la fuente de conocimiento principal, y los fantasmas, que es tanto como decir la inevitable memoria, nos lleva a pensar en la imposibilidad de resolver el oxímoron de Gogol: no pueden existir las almas muertas. Las almas, por definición, son nuestra parte inmortal, y esa es la parte que inquieta a nuestro autor. Es en el alma donde uno sufre la presión de la disciplina, el absurdo de la rutina militar, el absurdo de la sociedad dividida por estratos o el absurdo de las imposiciones cotidianas, a las que con frecuencia llamamos tradición. Nuestros dos soldados fueron más bien indisciplinados, al igual que fueron niños que jugaban junto al río, lo cual nos lleva a concluir que una de las intenciones de Mo Yan es la de hablarnos de la necesidad de cultivar un sentido de libertad que, a la fuerza, sucede contracorriente.

Esta libertad que reclama también ocurre dentro de su cabeza. Mo Yan es un autor que se permite a sí mismo cualquier licencia creativa. De ahí que asistamos a una cadena de ocurrencias que parecen no seguir ninguna estructura, como si fuera un relato surrealista, pero que sin duda sí tiene un propósito: la libertad frente a la disciplina, dudar si vivimos en vano. «Me veía limitado en el movimiento de mi propio cuerpo y mis extremidades, pero mi capacidad de pensar era extremadamente libre y me sentía más despierto e inteligente que nunca», asegura en algún momento nuestro narrador. En realidad, no deja de sospechar que debe haber alguna deuda que saldar y de ahí que haya podido encontrarse con el fantasma, junto al que revisa su pasado como haría tumbado en un diván vienés. Como suele ocurrir tras la lectura de cada obra de Mo Yan uno sale de esta novela preguntándose de qué calidad es la sustancia de eso que llamamos realidad. Por algo se mereció el Premio Nobel.


Fuente: Zenda