Música
en la oscuridad
Antonio
Iturbe
Seix
Barral
Barcelona,
2024
410
páginas
Entre
la oscuridad de la época de la dictadura de Primo de Rivera y la —más oscura
todavía— de Franco, sucede esta obra, Música en la oscuridad, la nueva
novela de Antonio Iturbe (Zaragoza, 1967). La sensación de ser muy pocas las
ocasiones y espacios para el desarrollo de la libertad, de la música, del arte,
se impone al final de la lectura. Los momentos en que uno es dueño de sí mismo,
en que no hay opresión en el ambiente, son tan escasos que conviene
aprovecharlos, aunque solo sea para poder quedarse a vivir en ellos gracias a
la memoria. De memoria social e histórica trata este libro, que responde a las
mismas intenciones que proyectos de otros autores contemporáneos, como Ignacio
Martínez de Pisón o Alfons Cervera, que es la de recordarnos que la historia no
es lo que cuentan los libros de texto, sino lo que han vivido las personas, nuestra
gente. Lo que más importa a Iturbe es el factor humano.
«La
banda lo mira expulsar la primera voluta de humo con ese temor antiguo de la
España encorvada.
«—Toquen
—les dice sin alzar la voz.»
Quien
da la orden es el alcalde, el cacique, a quien los músicos acobardados y torpes
ven como al enviado que impone los caprichos de los dioses. Pero entre 1930 y
1936 habrá una serie de cambios que llegarán a permitir al sastre, que es el director
de la banda de música de un pequeño pueblo, llegar a lo más sagrado: ganarse el
respeto de la gente, es decir, sembrar amistad. La tarea no será fácil. Iturbe
ha elaborado una novela a partir de una pequeña historia real, la de un
clarinetista que demuestra que ninguna siembra es el balde. Y eso que se
encuentra con un terreno duro, en el que los habitantes son gente temerosa de
Dios, que en otro autor daría pie a un encuentro entre ilustración y barbarie,
pero en Iturbe, que no esconde esta mala suerte, no coloca como prioritario: en
el libro leemos, más bien, un encuentro sin discrepancia entre bondad y obstinación.
No se trata tanto de mostrar una confrontación como de allanar un camino a
través de la música, que es tanto como decir de la armonía. Será la fe en la
armonía, también en la del ser humano, la que sostenga a nuestro protagonista
en un lugar donde hasta el momento se ha impuesto un tipo de vida que ha
arrollado a la gente, que les ha encorvado la espalda.
Iturbe
nos lleva a una época de la que no hay tantos registros sobre cómo vivía,
hablaba, se comportaba la gente, aunque sí los suficientes sobre movimientos
políticos que afectaban a la historia, a la filología de la historia. Será un
periodo de cambios que en algún momento dejará de estar al fondo de la vida en
la pequeña población a la que nos lleva, para pasar a ser casi protagonista.
Las transformaciones son evidentes, como lo será, ya lo apuntamos más arriba,
regresar a los momentos oscuros desde los que vinimos. Iturbe nos ayuda a
llegar hasta allí gracias a la recuperación de palabras ya en desuso, y a un
lenguaje sencillo que genera la atmósfera precisa. Tal vez cabría decir que la
novela podría haber ganado intensidad perdiendo páginas, pero las intenciones
del autor son las de demorarse para gestar ambiente, escenario, entorno. En
esta obra lo que es necesario para la representación es tan importante como la
representación misma. Aunque lo prioritario será, volvemos a decirlo, la humanidad,
esa gente que está haciendo lo imposible para evitar que el mundo les pase por
encima.
Fuente: Zenda