Desvío a Trieste
Javier Jiménez
Fórcola
Madrid, 2023
334 páginas
Placer es lo que le hace
a uno darse cuenta de que no está muerto, y es algo que brota muy de vez en
cuando. Si uno sabe dónde encontrarlo, lo mejor es salir en su búsqueda, pues
más adelante apenas le quedará otra cosa que el recuerdo de los labios de la
primera persona que besó y ver asomar el sol cada mañana. Uno tiene derecho a
crear sus propios mitos, que le ayudarán a sentir placer, y hasta tiene derecho
a intentar explicarlos, a pesar de que la razón puede liquidar parte del
misterio que los sostiene. El mito, por definición, intenta explicar aquello
que no puede aclarar la ciencia. En cualquier caso, si se pretende entrar a
conversar con él, lo mejor es hacerlo a través de una declaración de amor. Este
es el ejercicio que ejecuta Javier Jiménez (Madrid, 1970) en esta obra, Desvío
a Trieste, en la que da fe de sus pasiones, de sus filias, con lo cual uno
reconoce que dedicar los minutos a los odios y las fobias es una pérdida de
tiempo.
El libro se sostiene
sobre los viajes a Trieste, pero no tanto los protagonizados por el autor
físicamente, que apenas aparecen mencionados, sino por los que le orientan
hacia ese lugar, en un recorrido cultural. Iremos revisando historia,
literatura, música, arte, espacios, iremos comulgando con personajes históricos
y con conflictos, se nos describirá la vida de aquellos que dejaron registro y,
por tanto, son a quienes nos resultará más sencillo conocer, son gente con algo
de fama. La formación de Javier Jiménez será la alguien con intereses de erudición,
teniendo a la erudición por una cultura elegante, pero que está al acceso de cualquier
persona. Aunque la ilustración, pues hablamos de un autor ilustrado, tendrá
cierto tono de impostación, dado que la memoria que salta al texto es una combinación
de memorias prestadas: el libro está colmado de citas, la aparición de las
comillas es una constante, y en ese sentido el mérito está en saber traerlas a
colación sin interrumpir las reflexiones ni el interés. Al final del volumen,
se nos entregará un índice onomástico de casi veinte páginas.
Aunque esta estrategia
nos lleva a pensar, en ocasiones, si el autor no estará sustituyendo cultura
por la cultura. Podríamos considerar que hay bastante de academia en las
fuentes, que si se nos habla de historia o de mundo artístico, se nos está
hablando de la historia oficial o del arte oficial, de aquello que aparece en
los libros de texto, pero que Javier Jiménez maneja en profundidad y gestionando
las asociaciones oportunamente. Sin duda ha leído muchas biografías y
hagiografías, tantas como para llevarnos a pensar que nuestro autor vive el
pasado como un deseo. Por utilizar la expresión de Magris de la que se sirve el
propio Javier Jiménez, siente «nostalgia de pureza». En la educación sentimental del autor está
muy presente eso que conocemos como sensibilidad estética, y que en este caso
se traduce en escuchar a Debussy, pasear por el museo del Prado o leer a Mauricio
Wiesenthal. Aunque las notas musicales, las lecturas y las miradas parecen no
terminarse nunca. Estar enamorado de las sensaciones y emociones que estas experiencias
le producen a uno supone, cómo no, un cierto narcisismo artístico del que el
lector podrá aprovecharse con gratitud, si siente que este modelo de cultura
comulga con el propio o que debería ser mucho más frecuente si se quiere que el
mundo sea mejor. En caso contrario, coloca al autor en un lugar diferente y le
llevará al lector a preguntarse algo así como: vale, tú allí y yo aquí, y ahora
¿qué? Porque Trieste debe ser, y ha debido ser algo más que Joyce y Svevo, que
la ópera y la pinacoteca; Trieste también ha debido ser el barro que pisaban
las criadas y los porqueros, sobre el que también nos gustaría tener noticia.
Pero esa suele ser labor de novelistas más que de historiadores o de, como en
este caso, filólogos de la cultura.
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