martes, 31 de enero de 2023

MODULORAMA

 

Modulorama

Nieves Mories y Francisco Jota-Pérez

El Transbordador

Málaga, 2022

240 páginas

 



Entre los años 1905 y 1911 Winsor McCay publicó en el New York Herald algunas de las mejores páginas de la historia del cómic, bajo el título Little Nemo in Slumberland. En ellas, un pequeño se acostaba cada noche para sumergirse en un mundo onírico en el que todo podía ocurrir. Sujeto a una destreza gráfica limpia, académica y muy versátil, McCay utilizaba este recurso para dejar que la imaginación se desbordara y nos sorprendiera constantemente, recordándonos que existe un mundo en el que las sensaciones son tan reales como las de la vigilia, pero que no podemos controlar. Durante los periodos de sueño somos reos de una libertad creativa que nos puede saturar, pero que nos permite librarnos de tantos acosos, depurarlos a través de la pérdida de control. Ahí podemos expresar nuestros miedos y nuestros deseos sin tener que someternos a ninguna frontera.

En ese sentido, los autores de este Modulorama retoman el reto y nos llevan a un espacio tan caótico como podía ser Slumberland, una población llamada Reparación no por casualidad, ya que los sueños reparan el trabajo de la mente durante el día en la que las imágenes se sucederán creando sorpresas crueles y denunciando el horror, la fealdad. El esquema es en cierto modo iterativo, como en los cómics de McCay: allí era el pequeño el que se sumergía en el sueño, aquí será el lector el que se disponga a recibir el impacto creativo al que asiste acompañando a Lucas, el recién llegado, un tipo que quiere tocar la guitarra, y a Anna, que será el personaje de la población que muestre interés por construirse. Lucas, por su parte, es una representación de la necesidad que tenemos de descubrirnos, y para ello no está mal confrontarnos con lo difícil.

«Los picos de los albatros crepitan (clac, clac), imitan el sonido de su mechero. Sobrevuelan los tejados de ese pueblo ocre, arenoso, lanzan sus sombras en picado desde las azoteas, pero nunca bajan a ras de suelo».

Hay una música más barroca que gótica en esta obra, en la que la descripción de ese territorio busca confrontarnos con lo absurdo a partir de la suma de focos de atención. Esa parte, el desplazamiento a través del texto, nos remite a El Bosco y sus simbólicas representaciones de dolores e infiernos. Aquí estamos en un lugar claustrofóbico, un sitio que desde hace décadas no crece ni decrece, una población estancada en 512 habitantes que esperan. ¿A qué esperan? No se aclara, porque seguramente ellos mismos lo ignoren. Esa postergación de lo que sea que deba salvarles, de la parusía de una gente sin religión, será parte de la crisis de sensaciones, de la decadencia, será una metáfora del temor que tenemos a estar viviendo los momentos previos al fin.

«No le importó que pareciese la zona de exclusión tras el impacto de una bomba nuclear, como tampoco le molestó el olor salobre, o que la salina destrozara sus mucosas poco a poco».

Allí nos espera el deterioro, en un terreno que jamás sufre el beneficio del sol, por el que los autores nos llevan con una libertad inusitada tanto en el manejo del lenguaje como de las asociaciones. Estamos ante una novela posmoderna, en el sentido más académico del término: se ha terminado el racionalismo y se han liquidado los grandes sistemas filosóficos; estamos en tiempo de relativismo y nos cuestionamos toda objetividad. Como hizo Winsor McCay, pero aquí, dejándonos un sabor inquietante en la memoria.

jueves, 26 de enero de 2023

AL FINAL, ASUNTOS DE VIDA O MUERTE

 

Al final, asuntos de vida o muerte

Henry Marsh

Traducción de Eduardo Hojman

Salamandra

Barcelona, 2023

270 páginas

 



«Ya no tengo la excusa del artesano que, después de detectar todas las fallas en lo que ha hecho, aunque sean invisibles para los demás, puede prometer que lo hará mejor la próxima vez».

En este libro hay muchos ecos de despedida, y esa resonancia hacen de él una maravillosa pieza de sensibilidad y destreza a la hora de sortear los últimos días. El resultado es conmovedor. Henry Marsh (Oxford, 1950) es un neurocirujano al que descubren, a los setenta años, una enfermedad que es frecuente, y que suele suponer la consciencia de que uno está al final de sus días. Los tratamientos te harán mejorar, pero nadie se libra de un cáncer de próstata de forma perenne. Sera hora de hacer balance y lo que consigue, al expresarlo, es compartir. Compartir una experiencia como ésta sin caer en excesos sentimentales es todo un reto, un gran ejercicio literario, del que Marsh sale dándonos una lección que de vez en cuando nos viene bien recordar: todo arte debe estar vinculado a lo más sentido de la vida, no al onanismo artístico.

Para llegar allí, Marsh se vale de su saber como científico, descubriéndonos verdades acerca de la medicina y sus tratamientos, así como de los métodos de diagnóstico. Nos habla con eficacia cuando se refiere a ello y sentimos que estamos ante un buen profesor. Y también comenta mucho sobre su pasado, del cual ha ido filtrando lo imprescindible, mostrándose a sí mismo como una persona imperfecta y vulnerable, y ahora como un anciano sereno, pero con las cualidades necesarias como para encariñarse con él. Y éstas consisten en la pasión por sus nietas o el reposo que uno termina buscando al final de sus días, tras haber sido un tipo colaborador y entregado. Las sinapsis con que está trenzado el libro son sorprendentes, recurriendo de forma alterna a lo humano y a lo divino: en este planeta, y dentro de nuestros cuerpos, todo está encajado. Puede que sea un hombre materialista, pero es un hombre estupendo, una persona con alma que piensa que el alma está en las conexiones neuronales.

Marsh se cuestiona cómo de saludables son las construcciones de tratamientos médicos que hemos ido creando, mientras se siente un privilegiado por estar, por fin, al otro lado. Nos habla como médico y como paciente, y como médico que debería haber empatizado con los pacientes mucho más, o así cree él que debería haber sido, y como paciente que se enfrenta a los médicos con empatía. El lector sabe que está frente a un ejercicio del yo en el que lo que importa es lo universal que puede haber en ese yo, que es muy especial. En ese sentido, uno tiene la impresión de que es posible escribir una elegía digna y suave sobre uno mismo, cuando la vida aprieta y le exige responder ante ella, hacer balance, explicar que todo mereció la pena y que merecerán la pena los últimos días. En realidad, Al final, asuntos de vida o muerte es uno de los mejores libros que hemos leídos acerca de envejecer. La ciencia y los sentimientos están al servicio de lo que más merece la pena en esta vida, que es querer y ser querido. Poner cualquier otro proyecto por delante de éste será una patología, será cultivar el mal.

sábado, 21 de enero de 2023

LA CONSPIRACIÓN

 

La conspiración

Paul Nizan

Montesinos

Barcelona, 2023

261 páginas

 



Paul Nizan (1905 – 1940) se movió, como tantos otros intelectuales en la época de entre guerras, en una militancia que abarca tanto la literatura como diferentes formas de implicación política. De su pluma nacieron varias novelas y obras de filosofía materialista. Preocupado por la historia y su decurso, se consagró a la crítica social y política. Su último libro, La soiré de Somosierra, estaba guardado en forma de manuscrito en la mochila que portaba cuando desapareció en el frente de Dunkerke. Poco antes, en 1938, había publicado esta novela, La conspiración, en la que unos jóvenes buscan soluciones en acciones conspirativas, acompañando a lo convulso de su tiempo, y se nos muestran fuera de la realidad, pues en ningún momento nadie sugerirá que si algo cambiará el rumbo del planeta será la tribu, el proyecto comunitario, y no la negación.

Estamos en los momentos en que el fascismo y el nazismo imponían su hegemonía en Europa, donde se debatía acerca de las consecuencias de la obra de Marx y del comunismo. Nizan, que se ganaba la vida como periodista, retratará una juventud que posiblemente sea muy similar a la propia, retratando una edad en la que uno se puede sentir culpable tanto en la acción como en la inmovilidad. El grupo de muchachos burgueses crean una revista denominada Guerra Civil, lo cual nos permitirá conocerlos en las reuniones y debates que mantienen, en las salidas que pretenden clandestinas o rompedoras y en la búsqueda de cómplices. El mundo parece fragmentado y así asistimos a su descripción, a través, mayormente, de los lugares que ofrece París, que vamos atravesando en una obra que es coral, aunque cada uno de los personajes posea diferente peso en el desarrollo de la trama y de las intenciones. ¿Cuáles son estas intenciones, que destacan por encima de la estructura? Nizan nos habla de crecimiento y por tanto de la búsqueda de la rectitud moral. En este caso, por medio de unos personajes que pretenden ser dueños de su destino. Ser virtuoso no es algo que brote de las intenciones de ser virtuoso, como la conspiración no brota del deseo de conspirar. En realidad, su revolución posee un carácter muy limitado:

«La Revolución será técnica. Lo difícil es inventar actos que sean a la vez útiles a la Revolución y que constituyan para nosotros acontecimientos irreversibles. Ya no debemos creer que, conocida la verdad sobre el mal, el mal sea abolido. Hay que destruir el mal. Filosofar a martillazos. Inventar cosas irreparables».

El porvenir que ellos entiendes, que es el político y el social, está empañado de fatalidad. O a su juicio está empañado de fatalidad. No hay tantas opciones en tiempos de posguerra y nos debatimos junto a las corrientes comunistas o socialistas. Es salir de París lo que interrumpirá un poco esa monomanía, cuando uno de ellos se enamora mientras conoce la vida de provincias, la de los aristócratas ajenos al tiempo, carentes incluso del devenir de su propia decadencia. La realidad puede transformase de puertas hacia dentro o permanecer en los mismos paradigmas. Pero regresar a París implicará refrescar los propósitos y darse cuenta de cómo ha evolucionado la mentalidad de sus compañeros. Hay cierta indagación acerca del alma humana, por parte de nuestro autor, que nos remite a párrafos de Dostoievsky o de Conrad. Y nos lleva a preguntarnos, una vez más, si se puede hacer ley a partir del conocimiento particular, si tratamos con personajes o con ideas encarnadas.

Poco a poco la acción va dejando sitio al debate, a la imposibilidad de hallar soluciones. Para poner en marcha esta maquinaria, Nizan se vale del narrador omnisciente la mayor parte del tiempo, pero recurre a la literatura epistolar o al diario cuando es preciso. Y todo con un estilo que vuela bajo, que no se despega de las calles y los hogares. Montesinos ha recuperado, para nuestra dicha, una novela estupenda.

 

miércoles, 18 de enero de 2023

PEQUEÑAS LABORES

 

Pequeñas labores

Rivka Galchen

Traducción de Inga Pellisa

Tránsito

Madrid, 2023

170 páginas



 

            Que nazca un bebé se asemeja bastante a crear el universo. En cuanto ves su rostro, da la sensación de que estuvo siempre allí. ¿Puede existir una paranoia salvífica? Tal vez sí, y tal vez tenga que ver con nuestra capacidad de crear vida. Nuestros días no transcurren en silencio, pero esos ruidos podemos interpretarlos como un conjunto armónico, a pesar de que sólo escuchamos fragmentos, piezas deslavazadas que reflejan distintos humores. Debemos repetirnos que en el caos, que es como nos llegan los sonidos, también hay armonía: lo podemos comprobar cada noche, con la experiencia visual que surge al levantar la mirada para ver las estrellas. Para mirar las estrellas debemos, eso sí, bajarnos de nuestro trono de oro y apartarnos de la contaminación lumínica. Así es como Rivka Galchen (Toronto, 1976) afronta la experiencia de reflejar la armónica convulsión interna que supone la llegada de un hijo, alejándose de los púlpitos intelectuales para buscar la armonía de la música, que llega en ese caos de emociones que intentamos siempre, en un intento que siempre fracasa, traducir a palabras, a sonidos, a música. En realidad, el cuerpo de estos textos es pura poesía.

            ¿Somos directores de escena o somos actores? La pregunta puede provocar resistencia o puede ser el origen de las dudas que nos llevan a buscar belleza. La duda es, posiblemente, el asunto que más ocupa a Galchen en esta obra. En realidad, la duda y la extrañeza van ligadas, y ser madre por primera vez puede ser muchas cosas, la mayoría buenas, sin detritus, pero nos lleva directos a un mundo extraño. El sol, eso sí, sigue saliendo por el horizonte cada mañana y nosotros sabemos que ese instante de pureza no se puede comprar en el mercado. Además, los cerezos florecen en primavera y esto nos remite a los grandes referentes literarios que aquí ocupan la cabecera de Galchen, que son El libro de la almohada y La novela de Genshi. La apuesta por intimar con la observación y con la delicadeza es patente, y Galchen consigue resultados soberbios en ese ámbito. Pequeñas labores es un libro que se le ha impuesto a su autora, una serie de textos breves que obedecen a necesidades y reflejan que las respuestas no están en la literatura, pero que la literatura nos acompaña en la búsqueda de respuestas. Es imposible no ser consciente, veinticuatro horas al día, de que la vida contiene mucho de absurdo, una sentencia que no nos deja a merced de ningún destino ni de ningún dios caprichoso, porque también sabemos que existe la moral del mar y la verdad de las flores.

La prosa de Galchen está al servicio de este tipo de pensamiento, de una construcción de filosofía en breves retazos y sin intentar construir impresiones aforísticas. Es difícil subrayar una frase concreta y es imposible no sentir la tentación de subrayar párrafos enteros. Iremos reconciliándonos con la idea de ser madre, que es una barbaridad y es un hecho natural, y en la idea de escribir para intentar hacer literatura, que a la hora de la verdad sólo sirve para facilitar el contenido de vivir que no es la felicidad, sino la búsqueda de la felicidad. Este es el carácter de estos textos de Rivka Galchen que con tanto acierto nos trae la editorial Tránsito.

martes, 17 de enero de 2023

EL SÓTANO

 

El sótano

Begoña Huertas

Anagrama

Barcelona, 2023

160 páginas

 



 Esa costumbre de reunir en un relato a un grupo de personajes en un lugar del que no parece haber escapatoria, puede tratarse de una gran metáfora. No podemos eludir a los demás, nuestros cuerpos no están solos, y sin existir un motivo aparente para poder alejarnos, no somos capaces de despegar. Buñuel llevó el relato al paroxismo en El ángel exterminador, pero se ha dado con mucha frecuencia, tanto en literatura como en cine, en formatos menos neuróticos. Ahí están los personajes coloniales, por ejemplo, o los que se encuentran en un hotel huyendo de la policía y los maridos desalmados. El mundo queda reducido a lo poco que tenemos a nuestro alcance y toda la humanidad será esa minúscula proporción con la que tenemos que convivir. Todo esto suena a amenaza, porque el resultado suele ser algo claustrofóbico y no se resolverá hasta que no entre una luz nueva a través de la ventana.

Sin embargo, en El sótano no habrá tal luz nueva, porque nuestros protagonistas están enfermos y a lo que se enfrentan es al final. Uno no puede dejar de leer esta novela de Begoña Huertas (Gijón, 1965 – Madrid, 2022) como una despedida y lamentar su desaparición. Begoña Huertas nos dejó obras que merecen mucho la pena, como sus relatos de A tragos o el libro testimonial El desconcierto, pero, sobre todo, de una novela muy consistente que se titula Por eso envejecemos tan deprisa. Su delicado estado de salud interviene en este El sótano, tanto por el ambiente que crea, a partir de un grupo que se concentra en un sanatorio para intentar reponerse de las enfermedades, como por el tono, con frecuencia casi aforístico al que se recurre, y que nos indica que apenas queda aliento para largas conclusiones. Así y todo, la obra parece tratar más con el no dolor que con el daño que sufren los cuerpos. Es inevitable deducir que la vida nos va desgastando, pero no hacernos creer que este desgaste supone sufrimiento:

«Es curioso que donde no hay nada, nada puede morir, y, sin embargo, todo lo ocupa la idea de la muerte. Una lágrima que cayera sobre aquel suelo alicatado no originaría nada. El espíritu escurriéndose por el desagüe.

«Por el contrario, donde el cambio es continuo todo aparece, crece, desaparece, y, no obstante, no hay muerte ahí donde todo está muriendo. Musgo en la roca, flor en el mugo, tallos en la madera.»

Como podemos comprobar, lo prioritario es la expresión a través del yo, la creación que hace de sí mismo la narradora, que tiene que encontrar su identidad en el grupo y en la situación. En realidad, nos está hablando de una etapa del amor en la que se proyecta hacia lo universal, que es tanto como decir hacia donde están hasta los desconocidos:

«Con el tiempo he llegado a la conclusión de que dos cosas merecen la pena en este mundo: el impulso creativo y el amor, si es que no son la misma (…). Ambas requieren una fuerza que no procede de la voluntad, una fuerza que no se construye con empeño intelectual porque es algo material, que sale del cuerpo, que se produce en el cuerpo. Será el aire oxigenando las células, los fotones atravesando la piel, el empuje d ellos músculos, yo qué sé.

«Sólo sé que a veces el peor enemigo no es el dolor, sino el cansancio.»

A pesar de la fatiga, se nos sugiere, conviene no rendirse. Y para eso se creó la literatura, que puede entenderse como una expresión de afecto hacia las personas.

miércoles, 11 de enero de 2023

EL VALOR DE LA ATENCIÓN

 

El valor de la atención

Johann Hari

Traducción de Juanjo Estrella

Península

Barcelona, 2023

442 páginas

 



La atención supone afecto. El afecto es la cualidad más humana, posiblemente la que necesitemos para existir una vez resueltas las necesidades de comer, beber agua, tener techo y dormir. El antónimo de la atención es la ansiedad. La ansiedad liquida el deseo de aprender, la curiosidad, cualquier forma de placer; provoca anhedonia e impide relacionarse con los demás. En realidad, aunque Johann Hari (Glasgow, 1979) trabaje en la divulgación a partir de entrevistas y lecturas científicas, mantiene un concepto de la atención muy oriental: no es imposible trazar una idea que una su concepto con el del Chi, pues el Chi nos remite a la energía que une la existencia de la vida con el equilibrio interior. La vida se ha llenado de furia, nos recuerda en varias ocasiones Johann Hari, y lo que necesitamos es compasión.

El valor de la atención es un libro magnífico, por su solidez, por sus pretensiones, por su redacción, por su composición. Tal vez no por su intrepidez, pero no se trataba de ser intrépido: Hari pretende dar forma a lo que de alguna manera todos intuimos, o al menos todos los que se han detenido a meditar un momento sobre qué está sucediendo. Sobrevivimos a una mayor velocidad; recibimos estímulos fragmentados; nos importa más tener razón que escuchar; estamos muy fatigados y dormimos poco; nos aturden con soluciones para no abandonar los teléfonos móviles ni las redes sociales; nos alimentamos mal; las ciudades no están pensadas para los atributos humanos, ni siquiera para hacer ejercicio; confinamos a los niños y les sometemos a instrucción en lugar de educar. Estos son algunos de los males que Hari va denunciando a lo largo de una larga temporada de investigación. Los demás hemos podido intuirlos, pero él se sumerge en el problema, porque es capaz de encontrar un nexo en todos ellos y lo califica como crisis de atención, y resuelve recorrer medio planeta encontrándose con científicos que los han analizado. No sólo topa con neurólogos, sociólogos o psiquiatras, también con emprendedores arrepentidos o madres escarmentadas, gente que tras un batacazo biográfico ha respondido llevando a cabo iniciativas positivas, que resuelven parte de esa crisis de atención. Entre ellas están los proyectos pedagógicos y las limitaciones a los algoritmos.

Si uno pretende hoy cumplir con todos los ritos de la modernidad, carece de tiempo y se condena al estrés. Esa modernidad es una construcción social, es decir, algo que se ha ido pactando entre la gente. Pero no parece que se trate de pactos entre individuos, pues da la sensación de que hay una manipulación muy interesada en este proyecto. Esa manipulación obedece, como no podía ser de otra manera, a los intereses de los más poderosos, al interés financiero de algunas personas. Hari terminará por maldecir el crecimiento económico, al igual que lo maldicen quienes combaten el cambio climático. A lo largo del libro, Hari expone soluciones individuales, sugiere formas de equilibrio para contrarrestar el acoso. Pero nos advierte de que estas apenas ayudan a la supervivencia de la atención, del Chi. En realidad, el problema es esa modernidad, ese mundo construido que puede resultar cómodo, pero es tan ingrato y nos provoca angustia, dolor. Reclama los momentos de plenitud, explicando que jamás han tenido su origen en lo que caracteriza este modo de vida, pasivo y con estímulos alternos. Lo que nos merecemos, y que nos es tan esquivo, concluye el lector, es el descanso. Descansar supone disponer del tiempo propio para sentir que se respira y uno no respira hacia afuera, hacia el ordenador o el teléfono móvil: uno respira hacia el interior, consiguiendo que el tiempo deje de existir. Es por ello que el libro comienza con una experiencia personal, retirándose varios meses a un lugar donde abandona toda conexión superficial con la realidad, para centrarse en la calma, en ver el mar y dar largos paseos sin tentaciones de interrupción.

Ya no está de moda ser neurótico. Y, sin embargo, no somos otra cosa, y eso nos hace presa de las peores influencias, y cómplices de la furia. Esa es la pretensión principal de este libro, que debería leer todo el mundo para darse cuenta de lo importante que es ponernos de acuerdo a la hora de programar y proyectar una vida.

miércoles, 4 de enero de 2023

UNA HEROÍNA INTERGALÁCTICA

 

Una heroína intergaláctica

Román Piña Valls

Sloper

Mallorca, 2022

266 páginas

 



La principal característica de la adolescencia es su brevedad. Si uno ha tenido algo de suerte, podrá recordar en esos días cierta belleza concentrada, que le ayudará a afrontar lo que viene después, que suele ser muy largo, con optimismo. Como toda explosión, termina y luego queda un campo que puede parecerse al paisaje después de la batalla o a un valle de cerezos en flor. La explosión no es sólo una maldición de los aparatos de guerra: también explota la primavera. Lo que es común a cualquier experiencia adolescente, eso sí, es sorprenderse a uno mismo por saberse vivo. Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) ha creado a su propio antihéroe para retratar la adolescencia, haciendo que hable como si pensara que ese es el final de nuestros días, que más allá no hay nada. Al contrario que en cualquier novela de iniciación, aquí no se crece para transformarse en un adulto, aquí se llega hasta la adolescencia y se vive la explosión con intensidad. Nuestro protagonista nos hablará desde la cárcel, desde la real, no desde la madurez como prisión metafórica, en la que nos ponen grilletes a cada paso. En la adolescencia soñamos mucho con la libertad, pero la libertad es algo que todavía no sabemos definir.

El pasado sobre el que habla el protagonista es más bien lamentable, un desastre, y a pesar de todo lo echa de menos. Esa es una de las razones por las que nos consterna tanto la memoria, porque uno siente melancolía, o puede sentirla, hasta de los peores momentos. Al fin y al cabo, ese derecho está trabajado gracias a que salimos adelante. Pero en este caso, Román Piña nos ayuda a cuestionarnos si el mundo era mejor antes, que es algo que todos pensamos en cuanto nos aprieta un poco el zapato. Gracias a ese principio, se evita la nostalgia fácil, la molicie sensiblera, y se nos enfrenta a un Peter Pan que no pretende seguir siendo niño, sino adolescente:

«—Lo malo es que ese tiempo ya nunca lo viviremos añadió Tobi. Nuestro tiempo es feo y sucio. Las chicas ya no llevan vestidos, ni los colegios organizan concursos de baile, ni se hace una música tan buena. En el caso, digo, de que realmente alguna vez todo eso existiera, como dice Jorge.»

Jorge es nuestro protagonista y Tobi su principal interlocutor, que es un amigo y será un fantasma. Y a los tiempos a los que se refiere es a los que aparecen en la película Grease, uno de los referentes generacionales que van desfilando por esta novela, que en ocasiones pretende recopilar todos los que lo fueron para quienes nacieron en los años sesenta, desde el Madelman hasta Olivia Newton John. De hecho, la relación de ocurrencias que van sucediendo parecen estar construidas sobre la memoria la propia y la colectiva, además de sobre la imaginación. Tal vez porque no puede existir la una sin la otra. Aunque los referentes principales no son tanto objetos o sucesos, apariciones o detalles, sino los asuntos que son más propios de la adolescencia de los chicos: las chicas y con ellas el gran amor por la chica idealizada, la música con los Beatles y John Lennon a la cabeza, la intimidad y la amistad, y también la tentación de los robos y el consuelo de hablar con un fantasma. En cuanto a lo tocante al sexo y a la pornografía, se nos muestra de forma dosificada, en función de provocar las reacciones de nuestro narrador, que es un muchacho vehemente. Todo ello contado con un lenguaje sin trabas, natural, en un ejercicio de estilo que se adecúa a las intenciones del narrador, y en el que florece el sentido del humor de Román Piña Valls, que es de las pocas personas a las que se le ocurriría describir los encuentros con las muchachas adolescentes como un «susto biográfico».

lunes, 2 de enero de 2023

MONDEGO

 

Mondego. La anatomía del fantasma de Joana Ayres

Rebeca Hernández

RIL

Barcelona, 2022

155 páginas



 

Para alcanzar la dignidad en medio de este naufragio, uno debe saber cuidar a las heridas que arrastra desde muy lejos, que son las mismas que nos ayudan a definirnos. Uno puede cargar con la culpa de todo sin matizar, y entonces padecerá una patología que suele definirse como depresión o como histeria. O puede reconocerla y hasta cultivarla, normalmente como se cultivan las plantas, sacándola a la luz y regándola con agua, de tal manera que puede llegar a convertir ese relato o esa impresión de la culpa en una poesía. Uno puede regresar, física o emocionalmente, al lugar de la desdicha, y hasta indagar en el pasado de los otros para intentar comprenderse a sí mismo. Y hacerlo con suma vigilia, dándose cuenta de que tiene un montón que aprender y que el aprendizaje está vinculado al poema, si es que nos interesa, como debería ser, entender la vida como un poema. Y para ello también puede acercarse a la vida de los demás y traducir a poesía cualquier conflicto existencial, y hasta, si fuera necesario, un arranque psicótico. Ya lo hizo Shakespeare, y tal vez esa sea la gran enseñanza del bardo inglés: en la premonición de una gran tragedia, podremos encontrar el azúcar de la belleza.

En Mondego. La anatomía del fantasma de Joana Ayres, leeremos un ejercicio de estilo que nos lleva por esa derrota. Alguien amó en el pasado como creemos haber amado nosotros, y la lectura de ese tiempo y esa emoción se transforma en una linterna que nos orienta en medio de la cueva. Viajamos a Coimbra, a un lugar de supuestos encuentros románticos, y encontramos a la figura gótica por excelencia, que es el fantasma. Es en fantasmas en lo que podemos traducir nuestras heridas, esas que nos ayudarán a tocar la dignidad en medio del naufragio. Para ello Rebeca Hernández se vale de un estilo que nos recuerda, por ejemplo, a Pascal Quignard. Y de una estrategia de composición que nos remitirá a Emmanuel Carrére, mezclando investigación e interpretación, recreación y reproducción. Así nos narra la historia del amor medieval, sobre el que investiga la narradora, Joana Ayres, en un relato fragmentado al que siguen poemas en prosa. Estos últimos, los poemas, acompañados de unos dibujos en los que lo inocente, lo naif, se cruza con lo medieval, remitiéndonos a los madrigales, a los trovadores. El afán de lirismo, identificado como lo íntimo, lo personal, las heridas, es el principal protagonista de este libro, que nos resulta acogedor, amable y fácil de leer e interpretar.

domingo, 1 de enero de 2023

LOS ARMARIOS VACÍOS

 

Los armarios vacíos

Annie Ernaux

Traducción de Lydia Vázquez Jiménez

Cabaret Voltaire

Madrid, 2022

218 páginas

 



Qué otra cosa, sino la incapacidad que tenemos para construirnos a nosotros mismos, y a pesar de ello lo hacemos. A pesar de tantos engranajes sucios, a pesar de un ambiente intoxicado, a pesar del peso de un pasado que nos gustaría que fuera diferente, que nos gustaría que transformara en realidad eso de que fue mejor. La memoria es una trampa, es una farsa, es un engaño. Para ser sincero, uno debe estar dispuesto a asumir la fiebre. Y eso de la catarsis a través de la literatura, de la ficción o de la autoficción, queda como una leyenda, porque el arte raramente, por no decir nunca, consigue cauterizar nada. Explicar, o explicarnos, no es lo mismo que curar, o curarnos.

«Mientras las demás escuchan horrorizadas la historia de María Gorettti, yo sueño con el muchacho salvaje e impuro al que esa idiota se negó incluso a besar. Dios, de todas formas, no puede amarme, los primeros serán los últimos. Hija del tendero Lesur, con los tipos que sueltan tacos sin parar, viciosa desde la primera confesión y además la primera de clase, nada que hacer…». De este cariz es el tono con el que nos hablará la narradora que crea Annie Ernaux (Normandía, 1940), en esta novela publicada originalmente en Francia en 1973. Ahí podemos reconocer qué piensa de sí misma y cómo maldice la suerte de haber nacido en un estrato social que considera peor que humilde, que considera vergonzoso. Sus padres regentan una tiendabar, ella duda si lo que sufre en la escuela es Bullying, cuestiona cualquier atisbo de valor en las figuras de los padres en cuanto asoma a la adolescencia… incluso llega a enfrascarse en el odio: «Mi padre se acuesta con la misma camisa que ha llevado todo el día, se afeita solo tres veces a la semana, va con las uñas negras. Mi madre lleva siempre el cuello de la blusa manchado de maquillaje, se encorva toda al bajarse la faja, se limpia la entrepierna detrás de la puerta del armario…».

Su salida partirá del éxito en los estudios y el objetivo de alcanzar la universidad, que será donde pueda, por fin, librarse de la sustancia pegajosa en la que se ha convertido su pasado. El refugio del estudio la hará más extraña aún, menos inscrita en lo que debería ser la realidad, aunque con visos de librarse de una maldición semejante a la que ha vivido, gracias al poco de éxito que esto le concede. Mientras tanto, finge o aprende a fingir, simula que le gustan las cosas que deberían gustarle, y se reconoce como una persona sin lugar: «Reviento de soledad y de odio», afirma, antes había asegurado que con quince años «no puedo seguir odiando yo sola».

Como siempre, Ernaux escribe tras haber eliminado las barreras de la autocensura. Da la sensación de no tener un plan previo, o que este sea muy sencillo: trazar en una línea cronológica el crecimiento emotivo de una mujer. Lo que sí es seguro es que las intenciones con las que se pone a la tarea son atrevidas y merecen la pena, pues existe un tono de denuncia sentimental en este microcosmos en el que se mueve la protagonista: «La voz potente de mi madre me revelaba los secretos de la vida en palabras densas y negras. Mi padre, no menos misterioso, baja la cabeza, sabe que la cosa acabará con alguna que otra gesticulación, los platos por el suelo de un manotazo, unas cuantas palabrotas y eso es todo», dice, al reflejar las impresiones de la infancia. La verdad es que si estamos tratando con un texto de denuncia, deberíamos deducir alguna manera de suponer cómo debería imponerse justicia, y esta es muy subjetiva y parte de la imagen que tiene de sí misma la narradora: «Niña malhablada, viciosa, y les mearía en la boca, toda esparrancada…».

En definitiva, estamos ante un texto en el que se nos desvela que la costumbre de vivir es algo más bien feo, en el que se nos habla de los años de infancia y adolescencia como de una ruta atravesando la antifelicidad, donde se nos impone el hacer como si fuera divertido, como si fuera seguro, como si fuera interesante, como si todo estuviera bien. Y todo con la potencia que Ernaux no cesa de explorar, la que requiere la historias que tan bien nos viene leer para darnos cuenta de que el mundo es algo distinto a fingir.