Tokio, estación de Ueno
Yú Miri
Traducción de Tana Óshima
Impedimenta
Madrid, 2022
186 páginas
El existencialismo puede
considerarse un lujo burgués. En realidad, quien tiene más motivos para
sembrar, regar y cultivar un pensamiento existencialista, está tan preocupado
por la subsistencia que no se puede permitir dejar volar la imaginación ni dejarse
caer en ciertos sentimientos. Un día desaparece tu hijo, al cabo de un tiempo
lo hace tu mujer. Con los pies en el aire, sólo te cabe la necesidad animal de
seguir respirando como motivo para vivir. Y apenas te planteas nada más, aunque
reconoces que eres un ser invisible envuelto en harapos. De hecho, los harapos
tienen una consistencia mucho más material que tu propio cuerpo, que necesita
todavía de alguna comida y algo de agua para seguir siendo, para no comenzar
una extinción más allá de la tumba.
Hablamos de un tipo
solitario que escribe como si se limitara a ser un observador de su propia
vida. Aunque esa vida tiene un presente y un pasado, al que asiste, y nosotros
con él, de forma alterna. Tanto en el presente como en el pasado, todo suceso
es una traba, todo lo que acontece son tropiezos, todo parece no tener otro fin
que no sea el de hacer la existencia más y más difícil. La historia que nos
plantea Yú Miri (Tsuchiura, 1968) nos habla de la vida como lucha, pero atenaza
el aliento porque, sin demolernos con metáforas ni maldades secas, nos expone
que nadie nos ha facilitado ningún arma, ninguna herramienta, para acudir a
esta lucha.
En realidad, no somos
dueños de nuestro destino. Ambientada en un Japón que bien podría representar
cualquier otro lugar del planeta, o al menos del planeta que entendemos por desarrollado,
la historia de este sin techo nos recuerda que no somos dueños de nuestro
destino. Y mucho menos cuando hay alguien poderoso que necesita que se limpien
las calles por las que va a pasar. Y esa limpieza incluye los harapos que
abrigan nuestro cuerpo, ese que va dando tumbos, bandazos, sin saber a qué
atenerse ni proponerse atenerse a nada. Nos desesperamos, pero mantenemos la
respiración, a falta de saber cómo mantener la dignidad. Y todo esto en un
ambiente en el que Miri nos recuerda, constantemente, la estupidez de lo
convencional.
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