Los últimos pianos de
Siberia
Sophy Roberts
Traducción de Ramón Buenaventura
Seix Barral
Barcelona, 2021
445 páginas
El libro comienza con
leyendas, la de Siberia o la de los pianos que sale a perseguir por el territorio
más extenso del planeta –“Estos instrumentos no solo cuentan la historia de la
colonización de Siberia por los rusos, sino que también ilustran la capacidad
de los seres humanos para soportar las más extraordinarias calamidades”-. Y es
en boca de una de las personas con quien comparte el tiempo Sophy Roberts donde
encontramos el ánimo para emprender la aventura: “el único modo de que ocurra
algo interesante es intentar algo difícil”. En seguida se nos habla de la
historia de la aristocracia en la época de los zares, que va compartiendo lugar
con historias privadas, para las que la labor de la autora es mucho más
gratificante, y mucho más compleja: surgen de las entrevistas, de los
encuentros, de la memoria propia y no de la documentación y la memoria prestada.
Hasta que llega la revolución y todo se transforma, pues serán estas vidas
privadas las que se impongan, gracias a que quien comparte con ella el viaje,
los que allí habitan, ejercen de Cicerones geográficos y humanos. Se va imponiendo
la cercanía, la empatía, una forma de amor que es hacia toda la humanidad, no
sólo hacia el amigo o el familiar, una madurez a la que llegan muy pocas
personas. Los pasados que vamos conociendo, los de cada individuo, son
terribles por las condiciones de vida y por los motivos que hicieron de Siberia
una leyenda. Ahí están las referencias a Solzhenitsyn y, sobre todo, a Shalamov,
el autor de esa obra maestra que es Relatos de Kolimá, y que sirven para
ubicarnos en el sustrato que dará lugar a leyendas, en las que no son ajenas otras
figuras, como Dersu Uzala o el Chéjov que viajo a la isla de Sajalín cuando
ésta era una colonia penitenciaria.
Siberia es tierra de
exilio y tierra de destierro. Esto da lugar a un constante pulso entre la libertar
y la servidumbre, que mantiene un tenso duelo al que podemos asistir a lo largo
de las páginas del libro. El duelo nos ayuda a sentir que no debemos abandonar
el relato, pero no hay que suponer que se trata de una tensión dañina: Roberts
nos habla con serenidad y sabe confiar en lo positivo que brotará de la
experiencia. Nos lleva a lo extremo, sí, como a la gente que calla o la gente
que intenta olvidar. Y, sin embargo, la esencia de su trabajo es recuperar
memoria: cada instrumento que va encontrando contiene muchos vínculos, algunos
simbólicos, como los ligados al viaje y a los lugares, y otros más humanos,
como los que se refieren a unos propietarios que tienen mucha alma, o el “extraño
nudo que uno a un país con su pasado”: “Yo había venido a Sajalín en busca del
Becker de la señora E, o al menos de algo que me hablara de los tiempos de
Chéjov, cuando la cultura rusa del piano se imponía en todo el imperio. En
lugar de ello había encontrado amor y humanidad en la última casa del final de
la última calle del callejón sin salida de Rusia, donde, en un momento dado de
la historia, la muerte alcanzó sus medidas más tétricas”.
Si la literatura nos
enfrenta a la dualidad de la memoria -echar de menos o aprender-, aunque no
renuncia a la melancolía, Sophy Roberts opta por aprender, que es lo que nos
ancla al presente y nos anima a la hora de enfrentar el día, a la hora de ventilar
nuestros instintos y nuestros prejuicios.
Fuente: Revista de letras