sábado, 30 de noviembre de 2019

EL PLANETA INHÓSPITO


El planeta inhóspito
David Wallace-Wells
Traducción de Marcos Pérez Sánchez
Debate
Barcelona, 2019
349 páginas

El concepto que más llama la atención, y que ya habíamos leído en escritos de Edward O. Wilson, es el de Eremoceno: nuestra época no se define tanto por el hombre como centro, que es lo que se correspondería con el Antropoceno, como por una de las enfermedades del hombre, que es la soledad. A partir de ahí tal vez se consiga explicar lo inexplicable: que ya se ha hecho demasiado tarde, pero que todavía podemos rescatar algunos harapos de la Tierra, los bastantes, quién sabe y quién lo desea, como para facilitar una vida habitable en los próximos años, con suerte durante décadas, con mucha voluntad, durante siglos. Sobre este humus, David Wallace-Wells construye este ensayo, que es también un alegato. Subtitulado La vida después del calentamiento, la obra se centra en una sola forma de vida, la humana. Ya conocíamos las previsiones acerca del resto de la naturaleza, así como las relaciones actuales de pérdida y dolor. Wallace-Wells reúne lo concerniente al hombre en un texto de una potencia arrolladora que nos pone los pelos de punta. Entre otros motivos, porque consigue explicarlo en un formato apto para todos los públicos. Pero, mayormente, porque la situación es tan alarmante, que no se puede encarar de una forma lenitiva. Wallace-Wells es didáctico y es genuino, y nos presenta la relación de calamidades a través de ejemplos, no poniendo en abstracto la defensa del planeta: “Parecemos incapaces de reconocer que el significado del cambio climático trasciende las parábolas”.
El libro se va desarrollando en capítulos que atañen al agua, al aire, al hambre, al océano, a las ciudades, a la salud mental e incluso a los colapsos -también el económico-, que es hacia donde se deriva nuestro actual trazado. Jamás se ha producido a escala global, pero civilizaciones enteras murieron colapsadas por el destrozo ecológico: los mayas, los habitantes de Rapa Nui, los vikingos de Groenlandia… Jared Diamond nos habló con contundencia sobre ello. De hecho, durante la lectura de una de sus obras maestras, Colapso, uno no puede dejar de sentir una emoción parecida a la crueldad que no sabe a qué atribuir. Wallace-Wells sí apunta hacia motivos de esta derrota, a funciones que él llama, por ejemplo, sistema climático de castas, o al nihilismo indefinido que es consecuencia del gran capitalismo industrial: “Para el mercado, esto es crecimiento; para la civilización humana, es casi un suicidio. Ahora quemamos un 80 por ciento más de carbón que en el año 2000”.
Los relatos, que también son objeto de estudio tras la abrasión que nos empaña al leer unas previsiones cuya única duda no es si tendrán lugar, sino cuánto demorarán en aparecer, como consecuencia del aturdimiento, no pueden tener otro carácter que no sea el del existencialismo climático. Son proyecciones de estudios, que se corresponden a un registro exhaustivo, sobre todo americano. Wallace-Wells no elude su malestar como miembro activo de este desastre y advierte contra las posiciones cómodas, como la confianza en la tecnología o la disociación cognitiva: “Pero lo clausuramos (la mirada hacia los horizontes a los que nos dirigimos) cuando afirmamos que cualquier cosa relacionada con el futuro es inevitable. Lo que podría pasar por sabiduría estoica es a menudo una coartada para la indiferencia”. Resulta complicado encontrar una definición mejor de cobardía, y hace falta mucho valor para leer este libro y para afrontar, a continuación, lo cotidiano: “Resulta que el problema no es la superabundancia de humanos, sino la escasez de humanidad”, dice, citando a Sam Kriss y Ellie Mae O’Hagan, y volviendo, casi sin proponérselo, al concepto de Eremoceno. Es posible que sea por este grado de entendimiento por el que debamos empezar a construir la solución, como apunta al recoger las palabras de Roy Scranton: “La mayor dificultad que afrontamos es filosófica: comprender que esta civilización ya está muerta”.

viernes, 29 de noviembre de 2019

EFÍMERA



  
14 de diciembre en Madrid

Nace EFÍMERA, primera librería Pop Up que reunirá a más de 30 editoriales independientes de nuestro país.

Una nueva propuesta cultural para dar visibilidad a proyectos editoriales emergentes.

El próximo 14 de diciembre abre sus puertas por primera vez EFÍMERA, librería Pop Up que, durante un solo día, reunirá a los proyectos editoriales independientes más interesantes de España.

EFÍMERA se instalará dentro del espacio La Industrial, en Malasaña, y será, sin duda, además de parada obligatoria para las compras navideñas, un evento imprescindible para tomarle el pulso a toda una nueva generación de editores que luchan porque sus libros lleguen también al gran público.

La unión hace la fuerza, y ante la dificultad para participar en las grandes ferias nacionales dedicadas a la literatura y la falta de visibilidad en medios de gran alcance, un buen número de pequeñas editoriales han puesto en marcha esta iniciativa.

  

EFÍMERA no es un mercadillo más donde cada editorial cuenta con un pequeño stand con sus publicaciones, es una librería al uso, con un montón de estanterías y un solo mostrador, pero con la particularidad de que todos los libros pertenecen a editoriales independientes emergentes de toda España.

Esta nueva Pop Up, que coincide además con los frenéticos días de compras navideñas, se dirige exclusivamente al público adulto. A lectores curiosos que disfrutan descubriendo nuevas propuestas editoriales alejadas de los convencionalismos comerciales. Libros arriesgados, valientes, crudos y salvajes, que de no ser publicados por editores independientes probablemente jamás verían la luz.

Y para hacer más cercano el mundo del libro al público asistente, los editores tendrán la oportunidad de hablar sobre sus proyectos editoriales en el espacio Editor’s Corner. Un espacio inspirador donde interactuar con los responsables de estas editoriales que tanto enriquecen el panorama cultural de nuestro país.




Editoriales confirmadas:

Altamarea (Madrid), Amor de Madre (Sevilla), Armaenia (Madrid), Automática (Madrid), Báltica (Madrid), Barrett (Sevilla), Bestia Negra (Madrid), Carmot (Madrid), ContraEscritura (Barcelona), Decordel (Madrid), Dieci6 (Sevilla), Dioptrías (Madrid), Distinta Tinta (Madrid), Ediciones Menguantes (León), El Ángel Caído (Canarias), Episkaia (Madrid), Esto no es Berlín (Madrid), Expediciones Polares (San Sebastián), Jekyll y Jill (Zaragoza), La Bella Varsovia (Madrid), La Biblioteca de Carfax (Madrid), La Moderna (Extremadura), La Umbría y La Solana (Madrid), Liana Editorial (Madrid), Liberoamérica (Madrid), Malas Tierras (Madrid), Ménades (Madrid), Orciny (Tarragona), Pez de Plata (Asturias), Piezas Azules (Madrid), Rayo Verde (Barcelona), Renacimiento (Sevilla), Sr. Scott (Madrid), Tránsito (Madrid), UVE Books (Segovia), Volcano (Madrid), Wunderkammer (Girona).


EFÍMERA
Sábado 14 de diciembre. De 11 a 21 horas
La Industrial. Calle San Vicente Ferrer, 33. Madrid


martes, 26 de noviembre de 2019

SU ÚLTIMO DESEO


Su último deseo
Joan Didion
Traducción de Javier Calvo
Random House
Barcelona, 2019
222 páginas

¿Cómo hacer del plan político mundial una novela que denuncie y nos alcance? Joan Didion (Sacramento, 1934) tiene la receta, como tiene casi todas las recetas de la literatura contemporánea. Y, además, sabe cocinarla. Su último deseo es una obra en la que se relata cómo funcionaba el mundo en los años ochenta. La protagonista intenta controlar lo que le acontece a diario, y termina por darse cuenta de que el destino nos arrolla. Ella, la cáscara de nuez en medio de la tormenta, es una mujer que abandona su trabajo como periodista para seguir la senda que marcó su padre, como si fuera importante ir tras los rastros de sangre, como si las sugerencias genéticas nos impusieran más que la propia invención, que los amores que uno se ha ido creando. Esa persecución la llevará hasta Centroamérica y los efectos de la política de Estados Unidos en la región: tráfico de armas, financiación de guerrillas, mantenimiento de estados fallidos, explotación de recursos bajo condiciones oscuras.
La novela traza lo abstracto, la política, dentro de lo concreto. Nos habla de la maldición que supone habitar un planeta en el que alguien ha condenado a alguien, así, en términos generales, y nos va poniendo nombres a los condenados y a los verdugos. Raramente se dirige hacia los malvados, los que decidieron, aunque todos sabemos quiénes son los que gobiernan el presente y uno se atrevería a decir el futuro, si es que esos que gobiernan pensaran que el futuro existe y lo tuvieran en cuenta. Cercenadas las vidas de los habitantes de regiones enteras, de países enteros, condicionadas por la presencia de violencias, la protagonista se pregunta qué diablos perseguía allí su padre, e indaga, con poco rigor, sobre su muerte. De hecho, la piedra arrojada al estanque que dará lugar a toda la producción de actos de los personajes, trazados con pinceladas tan leves como seguras, es la intriga por el último deseo, ese al que se supone que todos tenemos derecho justo antes de morir.
Didion despliega todos los recursos literarios del periodista, como si se tratara de una crónica larga, y de la novela, con el añadido de la imaginación que combina los elementos y suple las carencias. El estilo es ligero, hábil, perspicaz. El afecto es tan concreto como el de una novela romántica bien avenida, pues la motivación queda plenamente explicada, así como los cambios de rumbo en las inquietudes y las sensibilidades de los personajes. Lo terrible es la enseñanza sobre cómo nos arrolla el destino si nos alejamos de los cauces que alguien, al parecer alguien poderoso, el más fuerte, el más malo, ha decidido que sigamos. Como si nos tuviéramos que limitar a caminar por una senda trazada o someternos a otra voluntad, porque, de lo contrario, lo que nos espera es la tortura, esa actividad que se eterniza en cualquiera de los infiernos que han creado las religiones. Porque en el gobierno del planeta que se denuncia dentro de Su último deseo, política y religión se igualan.

viernes, 22 de noviembre de 2019

CRUZ


Cruz
Nicolás Ferraro
Delito
Barcelona, 2019
250 páginas

Uno nace con buena parte del destino escrito en el apellido. La herencia familiar desnorta con demasiada frecuencia, pero si, a mayores, el apellido tiene un peso simbólico, como por ejemplo Cruz, uno puede sentir que está condenado, que alguien le escribió el guion de la vida, que no puede pintar con colores fuera de las líneas del dibujo. En un caso como el del protagonista de esta novela, la maldición se ceba porque su padre echó demasiada sal a la tierra y su hermano quemó los puentes tras de sí. Sin otro piso bajo sus pies que el de la costumbre violenta, Cruz se ve empujado, sin ofrecer demasiada resistencia, hacia un mundo donde parece estar lo peor que es capaz de construir el hombre: la destrucción. Por allí campan los asesinatos, la tortura, las violaciones, la explotación de mujeres, el tráfico de drogas, la venganza, la competición, la avaricia, en definitiva, la maldad.
Pero no se trata de una maldad que exhibe su poder para definir el destino del mundo, no. No estamos hablando de empresas que se saben sacrificando poblaciones enteras a cambio de enriquecerse unos pocos. Se trata de una maldad de supervivencia, pues el pequeño mundo en el que vive Cruz está limitado por los márgenes de las páginas, del libro, de lo que es cotidiano en unos seres a los que apenas le llega al tobillo la condición de humanos. No abundan registros de buenos sentimientos, intenciones de salvar vidas, consejos sobre cómo ayudar a los demás. Las almas ya están en uno de los nuevos círculos del infierno y en él se mueven como títeres que no siguen una trama.
Por momentos da la sensación de una falta de plan previo por parte de Nicolás Ferraro, pues la historia va transcurriendo de manera itinerante: un encuentro dirige al protagonista en una dirección, hasta que en otro encuentro se ponga de camino hacia un nuevo lugar. Y, sin embargo, tal y como terminará explicando, siempre está presente el rol al que se debe, la herencia, el apellido, y una cierta complacencia, tal vez genética, tal vez heredada, sin renunciar a un aprendizaje sensorial, por lo violento, lo duro, la supervivencia extrema, única y autónoma. En la novela se derrama sangre, si bien no se trata ésta de la parte más siniestra que nos vamos a encontrar. Los muertos pueden antojarse personajes de cartón. Sin embargo, uno no puede dejar de sentir un dolor en el estómago cuando aparecen personajes femeninos y se delata su procedencia y su destino.
Es posible que no todos estemos condenados, que no todas nuestras vidas tengan un guion previo. Esta novela es una advertencia, y también un esparcimiento, vehemente y en carne viva, pero esparcimiento al fin y al cabo. Y eso no es algo que nos sobre.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

OFICIO DE MIRAR


Oficio de mirar
Antonio Pereira
Pre-textos
Valencia, 2019
300 páginas


¿De qué color es el espíritu de ese tipo que sale, cada día, al mundo con una sonrisa detrás de la boca y piensa: a ver qué pasa hoy? Ese individuo es Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923 – León, 2009), uno de los mejores cuentistas españoles de la historia, y la forma del viento que adopta su postura ante el planeta está recogida en Oficio de mirar, un dietario informal que acaba de publicar Pre-textos. Su estado de humor permanente, nada irónico y con un tono socarrón muy amable, de baja intensidad, sin decaimientos, pervive también en estos textos, escritos a salto de mata, cuando la ocasión le impone las palabras, las reflexiones. Pereira destaca como un observador perspicaz, un registrador de lo común, a lo que sabe extraer el partido que conviene para construirnos un presente del que quedan excluidas las agresiones. Aunque solo sea por eso, este escritor se merece la corona de laurel.
A lo largo de los días que se reflejan en el libro, que recoge textos desde 1970 hasta el año 2001, comprobamos que se trata de alguien que entiende que está invitado a existir, y además es invitado con frecuencia por amigos y conocidos, y que se emociona con la hospitalidad. Incluida la hospitalidad del planeta Tierra. Todos los que circulan por sus días y por sus páginas son seres de los que aprender que este viaje, pues son los viajes los que facilitan que los resortes creativos que dan lugar al dietario se pongan en marcha, se hace en un vehículo que se va llenando de regalos emocionales. Con su estilo casi perfecto, depuradísimo y bien macerado, Pereira nos habla desde la concordia, con serenidad. A veces uno se pregunta si se tratan de las reflexiones de un hombre maduro, o de un anciano, que ya no precisa rendir cuentas con nadie, que practica, en contra de la costumbre, esa pose de estar de vuelta, pero, a diferencia de la mayoría, habiendo ido previamente a muchos lugares. Aunque es más probable que nos encontremos frente a un talento de la naturaleza, frente a una persona que nació con una virtud genética, la que le permite asumir, desde el principio, cuál es su papel en la literatura y cuál es el papel de la literatura en sus días. Algo que significa que sabe separar el trigo de la paja y dejar que las pequeñas cosas se las lleve el viento.
En buena medida, estamos frente a un autor machadiano: es bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Su sabiduría se destila en una actitud básica: si uno pone resistencia frente a los acontecimientos que nos arrollan, generará más dolor. Así pues, la rebelión debe venir en términos humanos, en esencias casi personales, en las relaciones directas con los demás, con los pasos y con los lugares. Todo parece significativo, pero todo es sencillo, llano; todo adquiere las dimensiones que es capaz de manejar el ser humano. No hay excesos en el mundo que percibe Pereira y, de este modo, la amabilidad se impone. Como se va imponiendo el amor por la literatura y esa otra gran virtud que en el alma de Pereira se iguala con la literatura, y hasta se siente la tentación de identificarla como la misma cosa: la amistad. Y solo puede haber amistad, como solo puede haber literatura, si uno es sincero.
En el talento de Pereira de nuevo se produce un extraño vínculo, esta vez entre humor y sinceridad. Y es que para ver, pues repetimos que se trata de un gran observador, Pereira se vale de ambos para auparse por encima de los muros, reales y metafóricos, que hemos ido construyendo. Y lo que ve, lo que al menos separa como algo con valor (en el doble sentido del término) de lo que ve, siempre son sucesos y gestos que le producen alguna de las múltiples versiones del cariño. Uno siente, durante la lectura, que bien podría ser otro Pereira, pues este gran escritor parece querer desacralizar esa figura demasiado solemne, que es con la que representamos a los intelectuales. Pereira pretende, y consigue, ser uno más de nosotros. No importa que le acompañen Cela o Borges, pues él permanece fiel al hombre de Villafranca del Bierzo que vivía del comercio de productos electrónicos.
Y además era un poeta con un proyecto literario nuevamente sencillo, envidiable: “la poesía es una emoción recordada”. “Creo que cultivo la brevedad como una opción literaria porque soy un hombre cortés”. Y a los lectores no nos cabe ninguna duda: sus escritos contienen tanta cortesía como se pueden permitir las emociones recordadas.

martes, 19 de noviembre de 2019

TESTAMENTO DE JUVENTUD


Testamento de juventud
Vera Brittain
Traducción de Regina López Muñoz
Errata Naturae y Periférica
2019
846 páginas

“Muy pocas características del ser humano resultan tan desconcertantes como la capacidad de reducir acontecimientos de escala mundial a su propia dimensión”.
Y esta bien podría ser una de las virtudes de un gran libro: ser capaz de insertar todo el mundo en una sola historia. Una virtud que posee, con una combinación exacta de peso y ligereza, Testamento de juventud, de Vera Brittain (Newcastel-under-Lyme, 1893 – Wimbledon, 1970). Ligereza por su medida capacidad expresiva y el logro preciso de imágenes narrativas, que nos lleva a leer las más de ochocientas páginas de memorias sintiendo que somos parte de la historia, una historia que retrata mucho más que a una persona, mucho más que a una generación. Peso por la impresionante potencia que sentimos que estalla a cada paso, con su dosis de poesía y su espíritu de reconciliación. Pues tal vez éste, la reconciliación, sea el gran tema de un libro que a día de hoy se lee como historia y como humanidad. Es un retrato moral de una mujer que se abre camino a partir de algo inevitable: ayudar a los demás es un acto que, sencillamente, sucede, debe suceder, está sucediendo.
Se trata de una descripción sobre la resiliencia de la clase media y sobre la resiliencia de la mujer. En una etapa en la que ellas intentan que se las vea, que se igualen derechos, que se sienta su presencia más allá de los hogares e incluso dentro de los hogares, Brittain se ve inmersa en la Primera Guerra Mundial participando como enfermera voluntaria. Su relato, pura narración expresada con una sencillez que da envidia, estructurada con una sencillez inaudita y agradecida, trata con mimo a la memoria y, sobre todo, a los sentimientos que provoca la memoria, que son tan intensos como los del presente. Y así nos vemos siendo la propia Brittain durante la lectura. Es inevitable participar del relato, de esta evolución desde la ingenuidad hacia lo que viene después de la ingenuidad, que tal vez sería la vida adulta si el mundo se lo permitiera. Mientras ella lucha, no hay lugar ni permiso para las neurosis: aquí solo cabe seguir viviendo y provocar desencuentros con resentimientos, con la tradición estreñidísima que impregnaba Europa, contra las segregaciones -de clase, de género, de edad, de cuna, de nación-.
La sensación que se impone es la de un paseo. Brittain revisa años de su vida, en los que la poesía marca las etapas, revisitando aquí y allá si diario y sus cartas, como si caminara meditando. Pasear y pensar devienen sinónimos, se convierten en la misma cosa, en el mismo acto, en el mismo pecado. Porque el libro es demasiado brillante como para no considerar que contenga culpa, propia y social, como para pensar que saldremos de él igual que entramos. Es un despliegue de estados de ánimo que apenas se preocupa de recrearse en ellos de forma directa, estados de ánimo que debemos ir deduciendo, porque se nos habla con una distancia contemplativa que nos hace pensar, constantemente, hasta qué punto no habrá, a pesar de todo, una búsqueda de la belleza. En cualquier caso, se nos adiestra en la serenidad. Brittain consigue no caer en ningún tipo de patetismo y sortea las tentaciones de la autocompasión. Construye el libro del modo más sencillo posible y nos entrega un libro en el que hallamos valor y consuelo. Uno de los mejores que leeremos este año.

domingo, 17 de noviembre de 2019

NO LE HAGAS PREGUNTAS A LA TRISTEZA

No le hagas preguntas a la tristeza
Jesús Aguado
La línea del horizonte
Madrid, 2019
191 páginas

Debo empezar confesando que este libro no es la labor de un erudito. No soy experto en tribus de la India ni entiendo ninguno de sus lenguajes. Si me apuran, me confundiría, estoy seguro, a la hora de situar geográficamente muchas de ellas. Son cientos —solo en el área que comprende los estados de Bihar, Bengala y Odisha se contabilizan casi cien grupos tribales distintos— y suman una población aproximada equivalente a la de España. Las más importantes, como la de los Santal o los Kondh, tienen cuatro y un millón de miembros, respectivamente, pero hay algunas en claro peligro de extinción de las que sobreviven apenas unos cientos de personas.
Mientras predominó la creencia de una protohistórica invasión aria de la India, se les bautizó como adivasis, que significa «primeros pobladores»; cuando más adelante varios historiadores indios pusieron en duda esa posibilidad, se les pasó a llamar vanvasis, «habitantes de los bosques». En el Mahabhárata, la gran epopeya de la India, se menciona, entre otros, a los kiratas, una tribu de cazadores que vivía en las montañas. Pero todo esto, en efecto, es solo historia, ya que su presente es cualquier cosa menos alentador, entre otras razones porque esos bosques o montañas o esa caza, que han constituido la base de su economía desde tiempos remotos, están desapareciendo por la voracidad insana de un modelo de civilización moderna que, lo confiese o no, les considera un estorbo. Como la mayoría no tienen escritura y además están siendo, o desplazados por las exigencias bulímicas de la industrialización y la superpoblación —presas gigantescas como las del Narmadá (contra las que tiene escritos rotundos, y publicados en nuestro país, Arundhati Roy), que les obligan a abandonar sus selvas para consumirse en los arrabales de las grandes ciudades—, o aculturadas a pasos de gigante, pues no se pueden defender ni casi protestar. En la misma India es difícil encontrar buena bibliografía sobre sus tribus —casi toda la disponible son estudios sociológicos y antropológicos basados en una metodología obsoleta, espectaculares libros de fotos que apenas «cuentan» nada o los viejos manuales o diarios de los misioneros, algunos ejemplares como los de Verrier Elwin pero la mayoría manipuladores hasta la náusea—, lo cual no deja de ser un síntoma de lo relegadas que están en la práctica. La constitución las protege en teoría, junto a las castas más desfavorecidas, asignándoles una cuota en las escuelas y universidades o los trabajos estatales, pero los hechos hablan más bien de desidia, indiferencia y abandono. Su legado cultural está solo preservándose a cuentagotas, más fruto del azar y del entusiasmo de algunos individuos particulares que gracias a una voluntad firme y organizada de los políticos o las instituciones. Lo de siempre.
Mi interés por las tribus de la India, y más en concreto por sus poemas y canciones, me lo despertó la lectura del libro de Sita Kant Mahapatra que se cita en la breve bibliografía orientativa que se incluye al final de esta introducción, The Awakened Wind. Desde entonces he buscado más material y alguno he encontrado, pero la mayoría está descatalogado, ausente de las bibliotecas —al menos las que yo he consultado— o es inexistente.

Estos poemas supongo que fuera de contexto
dicen otra cosa que alrededor de una hoguera, como
canción de trabajo, en la pedida de una novia, como
entretenimiento de un día de mercado, como sortilegio
contra los malos espíritus, como broma o acertijo para
pasar unas horas antes de acostarse. Muchos de sus gui-
ños y de sus símbolos se pierden si no eres de allí, aunque
eso también le pasa a un Lorca traducido, pongamos,
al bengalí o a un Eliot vertido al chino. Lo que queda,
sin embargo, es lo que podemos asimilar e incorporar a
nuestras células, a nuestra visión del mundo, a nuestro
ser y a nuestro estar: lo que queda es lo traducible a
nuestros modos de tratar con los misterios insondables y
con la realidad cotidiana. Muy poco, porque eso no nos
hace viajar al corazón de lo que ellos son, al centro de
sus poblados, y demasiado, porque apenas les atendamos
desatendiéndonos, un segundo después de concederles
la palabra y callarnos nosotros, nos encontraremos de
pronto en un lugar desconocido y lleno de preguntas
para las cuales ninguna de nuestras respuestas habituales
nos servirá.

jueves, 14 de noviembre de 2019

BAJO LA VERDE FRONDA


Bajo la verde fronda
Thomas Hardy
Traducción de Catalina Martínez Muñoz
Alba
Barcelona, 2019
251 páginas

Antes de escribir Lejos del mundanal ruido, Tess de los d’Uberville o Jude el oscuro, es imprescindible entrenarse en la literatura. Para conocer tan bien el material del conflicto, sobre el que montará Thomas Hardy sus obras maestras, deberá haber explorado el del puro relato. De ahí este ambiente rural e ingenuo en el que respiran los protagonistas de esta novela, llena de buenas intenciones y mejores personajes. Hay mucha melancolía, como reconoce en la nota introductoria: “pretende ser una estampa veraz y de primera mano de gentes, usos y costumbres que eran comunes en orquestas de pueblo hace cincuenta o sesenta años”. La novela es casi naturalista, a pesar de la contradicción que supone esta revelación: difícilmente un autor joven podrá escribir “de primera mano” un reflejo del modo de vida que existía hace sesenta años, a no ser, claro está, que el mundo haya cambiado muy poco, casi nada, en ese tiempo.
En un tiempo en que la literatura se está fermentando en experiencias nacidas en la lectura, en lugar de gestarse sobre la propia vida, se agradece retornar al origen, a los autores clásicos, aunque sea en un tono próximo a las leyendas populares, que basaban su literatura no en estructuras complejas o lenguaje impresionista, sino en la realidad. Hardy nos habla de nuestros vecinos, de nosotros, en un ambiente casi ideal en el que lo que mueve a los personajes es el miedo, el miedo al cambio, el miedo al futuro. Y los personajes se agarran a los valores universales: el amor y la música. De esta combinación no puede salir nada dañino. Y eso se agradece.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

TEORÍA DE LA GRAVEDAD


Teoría de la gravedad
Leila Guerriero
Libros del Asteroide
Barcelona, 2019
196 páginas

El estado natural del alma es la duda. El dilema de Hamlet sigue siendo el humus en el que echamos raíces: “lo que más amamos, y lo que mejor nos ama, es, también, lo que mejor nos aniquila”. La paradoja, la aporía, el oxímoron, la contradicción, lo extraño dentro de lo que somos y lo que somos de cara al exterior, forman la esencia de estos textos de Leila Guerriero (Junín, 1967) que ahora recopila Libros del Asteroide bajo el título Teoría de la gravedad: “La única salida de emergencia es la que llevamos dentro”. Y así descubrimos, o redescubrimos, la cara B de esta cronista que nos ha acostumbrado a indagar en lo dorado y lo sacrificado de las personas, a través de unos perfiles tan potentes como hermosos, incluso en la derrota. Y esta cara B resulta ser un escrutinio hacia el interior, hacia ella misma o hacia quien cree que pude ser ella misma, hacia los temores y hacia los deseos, que son la sustancia de la que están hechos los sueños.
Si algo caracteriza y unifica a estos textos es el coraje. Y en este caso, para continuar con las paradojas, el coraje resulta casi sinónimo de poesía. Guerriero escribe como una forma de resistencia, convencida de que leer y escribir son balsas en una tormenta, naves pequeñas pero lo bastante sólidas como para salvarnos la vida: “Siempre preguntan lo mismo: si a uno, periodista, no le da miedo hacerse daño escuchando las historias dolorosas de la gente. A mí no. Lo que me da pavor es la escritura, ese bicho inhumano”. Inhumano, sí, y por esa misma razón capaz de llevarnos hacia la superficie y mantenernos a flote, una actitud que difícilmente somos capaces de llevar a cabo por nuestras virtudes intrínsecas. De ahí ese afán de remontada que se va desplegando en el aliento del lector a medida que vamos leyendo las columnas aquí recogidas: todavía tenemos un lugar hacia el que ir, todavía podemos navegar en el tifón sabiendo que hay una isla, la literaria, con las costas amables incluso en la desdicha.
Por esa razón Guerriero jamás pierde de vista el lenguaje, que es el instrumento del periodismo, de la literatura, de la comunicación y una de las herramientas más baratas y universales que nos permiten acercarnos a la belleza: “La ciudad estaba envuelta en una luz puritana, de lentitud enferma (…). Había una luz espectral, el sol como un ojo ciego, blando”. Para los amantes del lápiz les hacemos una advertencia: en este libro hay mucho, muchísimo que subrayar. Porque no es difícil encontrarse, en la memoria de la autora, la memoria propia. De hecho, da la sensación de que la memoria lo es todo para Guerriero, y ese todo incluye un estado emocional, la gran mayoría de los estados emocionales, pero también a la persona: parece mentira que por muchos devaneos sentimentales que nos sacudan, nos empeñemos en seguir siendo siempre la misma persona. Eso es lo que caracteriza lo que ella denomina, en algún momento, como el río dentro de mí: “la vida no es la vida sino una patética declamación de buenas intenciones, una renovación del permiso de postergarlo todo, una fe idiota en que nunca será demasiado tarde para nada”. A pesar de lo cual, ella se empeña en demostrar que sí, que merece la pena la resistencia, agitar los pies para no hundirnos en el Maelstrom, porque, como refleja citando a William Faulkner: “Entre la pena y la nada elijo la pena”.

martes, 12 de noviembre de 2019

LOS SABIOS DE LA OSCURIDAD


Los sabios de la oscuridad
Salim Barakat
Traducción de Haj Mahmoud y Jaume Ferrer Carmona
Karwán
Barcelona, 2019
347 páginas

Sucede en tiempos de cambio, en tiempos entre estaciones: un impulso, cualquier impulso, pone en marcha movimiento. El movimiento se multiplica, se desplaza, se agranda, se estira, se fractura o cualquier otra de sus modalidades, o todas a la vez, pero no deja de ser movimiento: crece y se desarrolla, y con él crece y se desarrolla todo lo que se sube a la ola, al viento, al terremoto, al fenómeno que está generando. El resultado puede ser el absurdo o puede ser una distorsión de la realidad; o puede ser la mismísima realidad vista con un telescopio, un microscopio o con una aguja clavada en la retina. Puede, incluso, ser el realismo mágico, esa creación que supuestamente nos llegó de América Latina pero que siempre tuvo cabida en África, en Asia, en las leyendas populares, y hasta en la Biblia.
Ahora podemos comprobar cómo ese movimiento, esos días entre estaciones que jamás terminarán de cuajar, también existió, y existe, y existirá, en países como Siria, en regiones de Siria como el Kurdistán, al margen de convenciones, al margen de los sucesos cotidianos: no sabemos si allí la gente se lava los dientes cada mañana, y también ignoramos dónde van a hacer la compra o la calidad de su fe, si es que es fe lo que se apodera de sus voluntades. Sobre ese terreno construye Salim Barakat su primera novela, este ‘Los sabios de la oscuridad’ que ahora nos entrega la valiente editorial Karwán. En la familia de un mulá nace un muchacho que crece y envejece a una velocidad pasmosa. Antes de veinticuatro horas ha decidido casarse y a tal fin elige a una muchacha de pocas capacidades intelectuales. El suceso sacude como un peñasco de una tonelada arrojado al estanque de las ranas que se transformarían en príncipe tras un beso. El asunto se desarrolla a gran velocidad y da pie a una serie de temas superpuestos que se despliegan por debajo de la trama: el conflicto kurdo, el amor y el desamor filial, los engaños de los enamoramientos, el cuestionamiento de la realidad, la necesidad de la fantasía, la ilusión de echarnos los días y las noches a las espaldas, la disonancia cognitiva.
Se podría pensar que se trata de un milagro, pero como se narra en un flash back libérrimo, el origen en pura quimera, tiene la consistencia de los sueños. De hecho, por momentos pensamos que estamos frente a una novela surrealista, un texto sin plan previo, una de esas experiencias que van surgiendo a medida que el autor despliega frase tras frase. Y, sin embargo, solo el contraste entre lo concreto, como es la familia y las reacciones de la familia, y lo ambiental, como es la naturaleza y la calle, basta para hacernos caer en la cuenta de que Barakat tiene muy claro cuál es su intención: plantear dilemas, exponer que el estado natural del hombre es la irresolución. Para ello se vale de una narración metafórica. Ahora bien, ¿de qué es metáfora esta novela? Las claves son complicadas de entender, pues tienen demasiado afecto por lo cultural y se trata de una cultura que desconocemos en gran medida. Pero, al mismo tiempo, esta obra es una ocasión dignísima de comenzar a conocerla. A nuestro juicio, la metáfora habla de la desolación que produce darnos cuenta de que no somos dueños de la realidad. Cualquier empujón ha echado a rodar al mundo por completo, y ante ese movimiento nos presentamos como una mera brizna de hierba sujeta al capricho de la tormenta.

lunes, 11 de noviembre de 2019

BORGES INVISIBLE

Borges invisible

Claudia Capel
El Desvelo
340 páginas


"La literatura es para Borges una forma de felicidad, el refugio poético para superar cualquier obstáculo. Descubre a los ocho años que le fue dado ser poeta y publica su último poemario un año antes de morir. Cumple su destino, como dice al recibir el Premio Cervantes. Y disfruta de su Oriente personal, el incesante amarillo del presente y el continuo amor invisible".
Quien así habla es Claudia Capel, escritora argentina afincada en España, que acaba de publicar 'Borges invisible' (El Desvelo Ediciones), una biografía poética en la que Capel escarba en el mito literario del autor de 'El Aleph' para encontrar al Jorge Luis Borges más humano con sus anhelos, sus decepciones, sus incertidumbres. Para ello la autora ha recurrido a sus poemas, sus cartas y sus recuerdos.
Capel hace hincapié en la búsqueda del hombre que se esconde tras el mito literario, lo que ella llama, el 'Borges invisible'. "'Borges invisible' es la biografía del Borges menos conocido, más íntimo", afirma. "No habla del hombre público y famoso sino del poeta que escribe en busca de un nuevo lenguaje, que trabaja la síntesis, el estilo, la voz personal inconfundible. Es el poeta que conserva el asombro para escribir hasta los 85 años con fervor y verdad".
Pero ¿queda aún algo por descubrir de un hombre del que se ha escrito hasta la saciedad? Para la autora argentina, la respuesta es afirmativa. "Creo que sí hay un Borges por descubrir; esa es la intención de mi libro. Un hombre tímido, divertido, sensible, asombrado. Y me gusta este año porque se cumplen 120 años de su nacimiento y un siglo de la publicación de su primer poema, en Sevilla, en 1919", comenta Capel.
Nacida en Buenos Aires, adoptada por Sevilla, Claudia Capel es poeta, traductora, gestora cultural. Autora de varios libros de poesía, ha sido directora de las revistas literarias de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, 'Prisma' y 'Proa', entre 2010 y 2017. Actualmente, dirige talleres literarios para Fundación Cajasol (Sevilla, Córdoba y Cádiz) y en la Fundación Caballero Bonald de Jerez.
Hay dos puntos clave en la biografía borgiana abordada por Capel: la querencia especial por el trabajo poético del escritor argentino y su relación con las mujeres. "Cuando le preguntan siempre lo mismo, por los mismos cuentos y los mismos tópicos, él desvía la conversación hacia la poesía. No le importan las preguntas, siempre se las arregla para hablar de poesía y citar a sus maestros y amigos invisibles", explica la autora.
Sobre su relación con las mujeres, Capel destaca la relación estrecha que tuvo con las hermanas Lange, y sobre todo, a lo largo de su vida, con su madre, que fue también confidente y colaboradora.
"Su relación con las mujeres es lírica; él siente una gran admiración por la mujer, empezando por Leonor, su madre. Creo que los arquetipos son 'la eterna presencia noruega' de las hermanas Lange y el idioma inglés como lengua confesional. Su única autobiografía, sus dos míticos poemas de amor y lo más personal de su correspondencia, están escritos en inglés", concluye.

Fuente: Eldiario.es

LA CASA INTACTA

La casa intacta
William Frederick Hermans
Gatopardo
75 páginas

En la edición española de La casa intacta, una breve y brutal novela de Willem Frederik Hermans (Amsterdam, 1921- Utrecht, 1995), el lector recibe 60 golpes, al menos uno por página. Es una de esas historias –bendita traducción española de Gatopardo– que perdura: un relato sobre la locura y la risa macabra de la guerra que incluye la bancarrota moral de sus protagonistas. Cuando su batallón se desvía hacia una ciudad balneario, un soldado vencido y harapiento se encuentra solo en una casa grande y lujosa, que aparece como un respiro a su alrededor: la vana ilusión de que la guerra es simplemente un espejismo. El soldado, que es a la vez el narrador, se hace pasar por el propietario de la finca y proyecta sobre él su propia imagen. No es tan fácil salir de la propia cabeza y meterse en la de otra persona, aunque sí usurpar el papel del prójimo para seguir siendo uno mismo. Se ha visto en la espléndida película de Robert Schwentke, El capitán (2017), en Hermans cuenta en La casa intacta el horror de la guerra a través de un impostor que refuta el papel de la resistencia la que un soldado desertor del ejército alemán halla el uniforme abandonado de un oficial nazi y transfigurándose toma el mando de un campamento donde están recluidos otros prófugos. A partir de ese momento empieza a transformarse usando la autoridad que le proporciona su nueva identidad. Agua caliente, por fin. El impostor okupa se baña, duerme y despierta para darse de bruces con los nazis tocando el timbre en busca de hospedaje. El encuentro es tenso. Convence a los soldados alemanes de que la propiedad es suya y se presta a convivir con ellos, desesperado por ocultar su verdadera identidad y reacio a escapar del torbellino de la guerra. Si a partir de ese momento alguien pretende encontrar en el protagonista un atisbo de esperanza o de heroicidad frente al enemigo se equivoca. No lo va a conseguir. El narrador resulta un ser tan poco simpático como sus falsos huéspedes y el horror se desencadena alrededor de ellos. La casa intacta vio por primera vez la luz en 1951, cuando el discurso imperante en Holanda era el de la heroica resistencia antinazi. Leyéndola ahora no cuesta imaginarse el choque que debió suponer en aquel momento para los lectores la victoria del caos y de la bajeza frente a la altura ética que las epopeyas destinaban a los resistentes. A Hermans, que vivió la guerra y la ocupación apenas habiendo salido de la adolescencia, le interesaban más las desviaciones sádicas de la condición humana que el discurso oficial. Jamás se creyó las paparruchas sobre la unidad de los holandeses para combatir a los nazis. No todos fueron leales patriotas, por el contrario hubo colaboracionistas y aprovechados, como él mismo se encargaría de demostrar en el desenmascaramiento en los años setenta del economista Friedrich Weinreb, que se había lucrado vendiendo a sus correligionarios judíos falsas rutas para evadirse durante la Segunda Guerra Mundial. En el mundo salvaje y comprimido por la guerra de Hermans cualquiera puede disfrazarse pero resulta imposible salir de su propia enajenación mental para convertirse en otro. La empatía no existe en las situaciones límite. La casa que aparece al principio como una especie de oasis a salvo de la escabechina exterior es, al final, un pozo de inmundicia y violencia. Nada se mantiene a salvo, como escribe Cees Nooteboom en el epílogo, del “clímax pandemónico de locura, asesinato y destrucción”. En la misión sagrada del versátil escritor holandés –Hermans publicó ensayos, estudios científicos, poesía, cuentos y novelas– siempre estuvo fustigar las conciencias de los lectores con la verdad, que no coincidía con la versión interesada o paniaguada de los hechos con la que el establishment pretendía contentar a la sociedad. Se dedicó a combatir ese relato oficial, en el caso de la guerra utilizando las imágenes de la ocupación que habían quedado grabadas en su memoria juvenil.

Fuente: La Nueva España

lunes, 4 de noviembre de 2019

LA HERENCIA


La herencia
Vigdis Hjorth
Traducción de Kristi Baggethun y Asución Lorenzo
Mármara y Nórdica
2019
441 páginas

Lo expresó Malraux en algún momento lúcido o cáustico: el problema de este mundo es que no hay adultos:
“Habían acordado tácitamente salvar su reputación, su autoestima, hacía mucho tiempo que habían establecido un pacto tácito, que no podía romperse, de que ellos eran víctimas de la traición e insensibilidad de su hija mayor, mientras esa historia estuviera en vigor serían objeto de una compasión sin la cual no podían vivir, se nutrían de ella”.
Aun sin alcanzar la madurez que debería tener un adulto, se puede desarrollar, y afinar, eso que en psicología se conoce como disonancia cognitiva, la estrategia de razonamiento por la cual uno se libra de toda responsabilidad sobre las consecuencias de sus actos, pues encuentra la forma de justificarse y, lo que es más grave, se la cree. Si a eso añadimos el peso del confort de la autocompasión, nos encontramos frente al tipo de soledad que practica, o se ve obligado a practicar, la narradora de esta novela, La herencia, potente y enigmática. De sus claves emocionales podemos deducir que la familia no solo es una farsa, sino hasta un fraude. El camino está trufado de mentiras y rencores enconados, y esa herencia a la vista, la disputa sin guerra por una partición más o menos equitativa de algo que es imposible dividir por igual, hace saltar por los aires cualquier tentativa de mantener el fraude en paz. De hecho, solo el alejamiento ha hecho soportable que existan unos supuestos lazos de sangre pero, eso sí, muy en la distancia.
Vigdis Hjorth (Oslo, 1959) utiliza un lenguaje mínimal para describirnos una inteligencia y una sensibilidad, entremezcladas por no decir que se trata de la misma materia, en disputa consigo misma. Hay claves existencialistas en la narración, pero se trata de un existencialismo del siglo XXI, el que hereda el tipo de pensamiento que se nutre de redes sociales a la hora de expresarse, no de la filosofía debida a la actuación directa sobre la piel del mundo. Y eso que la protagonista no puede dejar, como desearía, de participar de un destino común. El relato empieza con el intento de suicidio de una madre acostumbrada a ejercicios histéricos. Los hábitos egoístas y lamentables de esa madre han condicionado la vida, si es que se le puede llamar así, de unos hijos dispersos. De hecho, la narradora prácticamente con quien se comunica es con el lector, como si quisiera contemplar el mundo como un paisaje pero no le resultara posible por culpa de los demás, los no adultos, el infierno según Sartre.
Los enamoramientos cruzados y no correspondidos, el discurso claustrofóbico pues está impedida para salir de su existencia, la incomunicación existencial, dictan los pocos recursos con los que se afronta una situación conflictiva, muy superior en presión sentimental a las toneladas que es capaz de soportar alguien que es experto en teatro. No sabrá resolver el suyo y el drama está servido, un drama de lo cotidiano, que hace que una frase de lo más corriente, sin aspiraciones sintácticas, cobre su peso en la memoria. Todos los fantasmas familiares se acumulan, atorando el sumidero por el que se podrían fugar a medida que pasa el tiempo. Sin posibilidad de liberación, la narradora está condenada a no saber perdonar, a no entender por qué debería perdonar. La novela versa sobre lo que nos impide vivir, pero también sobre los que nos impiden vivir, dando la sensación de que actúan impunemente y por propia voluntad. La representación a la que asistimos es una denuncia del modela social occidental, tan elogiado en los países escandinavos, el paradigma de un tipo de bienestar que esconde maldad, lo más sórdido, incluido el incesto. La narración no servirá de terapia y el malestar se quedará con nosotros como otra condena más, una que añadir al castigo de no poder quedarnos dentro de nuestra propia piel:
“En las Comisiones de la Verdad creadas después de las guerras había al menos un alto grado de acuerdo sobre quiénes eran las víctimas y quiénes los verdugos. ¿Cómo puede haber una reconciliación cuando ni siquiera hay acuerdo sobre eso?”