Que mi gente vaya a hacer surf
Yvon
Chouinard
Traducción
de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel
276
páginas
Es
probable que no sepamos definir en qué consiste la dignidad, pero lo que nos
resulta posible valorar es quién ha vendido su alma al Diablo. La dignidad,
como todo lo bueno, es inconmensurable, no se puede medir, de hecho, ni siquiera
podemos valorar cuánta gente hay digna y saber cómo afectan al bien de los demás.
Pero la segunda, la venta de almas al Diablo, no sólo se puede contabilizar, sino
que, además, podemos calibrar su impacto, porque la maldad se puede contar. No
sabemos cuántas vidas, ni de qué modo, han salvado los paseos por los bosques o
a la orilla del mar, pero sí guardamos registro exacto de los muertos que
provoca una bomba. Bajo esta premisa están escritas las memorias de Yvon
Chouinard, fundador de la empresa Patagonia Inc., dedicada a la ropa de
deportes de aire libre.
A
lo largo de las páginas que se reúnen en Que
mi gente vaya a hacer surf, no cesa de exponerse una bella declaración de
intenciones: Chouinard sabe que su labor como empresario, que su paso por el
planeta, deja una huella inevitable, pero pretende rebajar los efectos
negativos para Gaia. Y la humanidad es parte de Gaia, de hecho, parte de la
humanidad es quien ha fundado la hipótesis de Gaia, el espíritu de la Tierra
como un único ente sensible. Sin embargo, Chouinard no entrará en debates de
esfera espiritual. Es un tipo con sentido práctico y que maneja una información
tan demoledora como abundante. El libro sería una práctica zen, y de hecho el
espíritu zen aparece mencionado en más de una ocasión, de no ser por la
militancia contra la huella ecológica. Sabemos que este planeta, tal y como lo
conocemos en la actualidad, está abocado al colapso, que la civilización
posterior a la Revolución Industrial morirá de éxito en lo que apenas es un
latido en el ritmo del universo, de ahí que se conviertan en imprescindibles
valores ecológicos y ese atributo tan humano como la dignidad, que se conoce
como imaginación. Tampoco podremos calibrar el impacto de la imaginación en la
bonhomía que encontramos entre los hombres. Se nos proponen actos concretos:
sobre la organización humana de una empresa, por ejemplo; sobre las donaciones
y actos de salvamento ecológicos; sobre el activismo y la militancia; sobre una
expresión que Chouinard dice que responder a la democracia ciudadana, y que es,
en realidad, algo semejante al socialismo libertario: la actuación del pueblo a
pequeña escala, para reivindicar causas de justicia.
La
historia, nos dice Naomi Klein en el prólogo, posee el atractivo de intentar conciliar,
sinceramente, la tensión entre la demanda de crecimiento infinito de los
mercados y la necesidad de respirar del planeta. En ese sentido los postulados
sobre la expansión y el desarrollo agrícola, próximos a los de organizaciones
como Vía Campesina, son demoledores. La lucha de Chouinard está en el
equilibrio entre amores y pasiones: amor por la naturaleza, pasión por los
deportes de naturaleza. Y nosotros, la
gente, como parte del entramado de ese amor, de la naturaleza, a la que
pertenecemos y por la que seguimos sintiendo una nostalgia que se va haciendo
perenne.
“Si
todos llegáramos a contemplar nuestros productos de consumo como herramientas
que nos ayuden a vivir nuestra vida real, en lugar de meros sustitutos de esa
vida real, necesitaríamos muchas menos cosas para ser felices. Y conservaríamos
durante más tiempo las que ya tenemos”. La declaración vuelve a ser de Naomi Klein,
sí, pero a partir de las impresiones de un empresario obsesionado por el
fracaso del crecimiento económico y del triunfo de la obsolescencia programada.
Dos formas concretas de vender el alma al Diablo: “el indicador por el que se
guían los gobiernos para valorar la salud de sus economías es el PIB”, dice Chouinard,
“que mide la salud económica de un país por el valor de los bienes que produce,
y no por la limpieza y la disponibilidad del agua, la salud del suelo, la
biodiversidad de los ecosistemas o la temperatura de los océanos”. Es decir, ya
va siendo hora de inventar algo que sustituya a los rígidos principios de la
actual economía, que se tiene por algo así como valores universales, como tablas
de la ley, cuando son, en realidad, otro invento de los hombres. Si echamos
imaginación, como ha hecho Chouinard, si echamos un arrojo ciudadano y
ecologista, la ficción que dice que las empresas, y los países, no pueden
regirse de otra manera pasará a ser una realidad. Cambiaremos el ansia de
amasar riqueza por las garantías de que los niños crecerán en entornos libres
de productos químicos. Chouinard nos habla de un ambiente sano, de la vida de este
planeta, de buenas comunidades buenas. Nos habla de una posibilidad real de vivir
haciendo surf.
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