Sprinters
Claudia
Larraguibel
Salto
de página
242
páginas
A
la ya conocida y atroz historia de Colonia Dignidad, se suma esta novela de
Claudia Larraguibel, cuyo temor se centra no tanto en describir la colonia como
en lo horrible que tiene el ir conociéndola. Recordemos: Colonia Dignidad es
una gran secta afincada en Chile, donde el dinero llueve, supuestamente, del
cielo, en una finca de dieciséis mil hectáreas, donde la gente lleva una vida
de otro siglo y sigue las reglas de un líder pederasta y tiránico que impone el
alemán como lengua de comunicación. No conocer lo que les separa del resto del
mundo, en el que al otro lado de esa frontera se habla otro idioma, que es la
función de los muros, es lo que permite que la colonia perviva en el aspecto
social. Los sobornos están a la orden del día y así se dificulta el acceso a
una propiedad privada que tiene sus propios guardias, incluidos perros
hambrientos de sangre. Escapar es casi imposible. Mientras tanto, en el
interior de la colonia se sucede una rutina que es terror, pero que muchos de
los miembros viven, en buena medida como metáfora de la sociedad, como lo
normal, lo cotidiano. Obedecer las reglas facilita la vida. Muchas personas se
sienten cómodos si se les indica que deben derribar la imaginación. Las normas,
cuanto más sencillas, más cómodas.
Larraguibel
nos muestra la historia fragmentada: una mujer, lo cual indica mayor valor,
pretende hacer una investigación sobre la pérdida del nombre de la colonia,
sobre la pérdida de la dignidad. En su relato se propone evitar el melodrama, y
así nos cuenta la historia fragmentada, porque el mundo lo conocemos así,
astillado. Un terremoto real es la piedra en el estanque que la decide a
ejecutar este proyecto. Tiene que viajar de Madrid a Chile, y luego hacia el
sur. Aunque sea la narradora de la historia, su participación es muy escasa. De
hecho, en algunos de los fragmentos es necesario que se mantenga al margen,
como cuando imagina o recrea los intentos de un abogado por entrar en Colonia
Dignidad con una orden judicial, acompañado de un retén de policías. Un
episodio que se nos muestra en gestación del documental, en un estado
intermedio de la escaleta, con algunas indicaciones añadidas para el
story-board de la película.
Hay
una mujer que consiguió huir y que como testigo se significa más por el
silencio, de alto octanaje, que por lo que narra. A partir de esta figura,
Larraguibel reflexiona sobre el hecho de que en su país de adopción se han
querido olvidar tantas y tantas cosas, que ya desconoce si el olvido y la
memoria son necesarios. Lo desconoce el país, queremos decir, el grupo, la masa
de gente, porque ella tiene claro que siempre es mejor sacar los cadáveres del
armario. Sería una suerte de terapia social, de arqueología de lo inmediato, de
rebatir el síndrome de Estocolmo que caracteriza a buena parte de la población,
como lo hace con los protagonistas de su documental: dos adolescentes que se
proponen huir de la colonia, durante el invierno cruel. Ambos son Sprinters, parte de los elegidos para
las cacerías, muchachos que corren tras las presas y que en alguna ocasión
fallecen abatidos por los disparos de los cazadores, capitaneados por el tirano
que dirige la secta. El horror de Colonia Dignidad nos era familiar. Pero
Larraguibel nos habla sobre el horror que puede ser el atrevimiento de sacar a
la luz.
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