Lo que corre por mis venas
Las cartas que Sheila MacDonald escribió a su madre desde Rodesia, la actual Zambia, son una crónica fresca y llena de sentido del humor sobre la vida de una mujer recién casada en la antigua colonia británica, donde la autora no pretende ser otra cosa que una europea en África.
La libertad es un éter que va tirando de ti mientras caminas, como si tuvieras atado a la muñeca al mejor amigo del hombre y éste te mostrara, con el rabo alzado, lo que supone tener ganas de vivir. Y cuando llegas a casa, escuchas inevitablemente la música del piano, sin darte cuenta de que eres tú quien acaricia las teclas. Lo difícil es aprender que no se puede tocar el piano con guantes de boxeo. Al igual que uno no puede salir de paseo con el perro si le calza botas de hormigón. Cualquiera de las dos cosas te llevaría a perder la sonrisa. Conseguir que una obra transmita esa alegría de vivir es un mérito tan extraño que la cataloga en la antología de narraciones únicas. Por ejemplo, en toda la historia del cine solo existe una película que lo consiga, y eso a pesar de ser un musical; se titula Cantando bajo la lluvia. En literatura uno tiene que hacer muchos esfuerzos para pensar en algún título de este género, y revisar toda la biblioteca. En ficción, como apuntó Tolstói al inicio de Ana Karénina, no existe. En viajes, tal vez, tal vez El antropólogo inocente, pero no. No, porque reírse de uno mismo no es lo mismo que representar la libertad que da la alegría de vivir. Y así sucede que pasan por nuestra vida miles de páginas, hasta que nos encontramos con este libro genial, que iguala a Cantando bajo la lluvia, y que recopila las cartas que Sheila MacDonaldescribió a su madre durante los años de estancia en Rodesia a principios del siglo XX.
“La calidez y la amistad y la juventud y la alegría corren por mis venas y los muchos altibajos (…) no me preocupan lo más mínimo”.
Lo genial del libro no es que lo enuncie, sino que lo transmita. MacDonald consigue que la seguridad de que las cosas saldrán mal sea una fiesta. Su desesperanza y su llanto son los del espectador de una vida, no los del sufriente. Pertenece a la rarísima estirpe de quienes no desean presumir de sus desgracias, de quienes ni se les ha pasado por la cabeza entrar en la carrera de ser el líder en padecer despropósitos, dolores de cabeza, malentendidos, enfermedades. Las amargas lágrimas de la desilusión no nos llevan a morirnos de risa, pero sí a la sensación, mucho más grata, de que si eso nos sucede es porque estamos vivos. Y si no nos podemos permitir ese lujo, será porque hemos saltado al otro lado de la tumba.
Su intención, en principio, es recopilar las mejores anécdotas para contárselas a su madre. Pero su madre quiso que todo el planeta pudiera participar de esa alegría, de esa libertad. Y a nosotros no nos cabe sino agradecérselo. La humildad que muestra para adaptarse, la felicidad de la vida sencilla y las confidencias, de la complicidad, la sensibilidad por las rosas y también por las gallinas, hasta la inoportuna presencia de un repollo, bastan para hacernos felices. No deja de intentar importar costumbres, porque no podemos dejar de ser quienes somos y querer acomodarnos a lo que nos hizo sentir cómodos. Pero no existe libro menos procolonialismo o proneocolonialismo que este que tenemos entre manos. MacDonald no pretende ser otra cosa que una europea en África. Y desde esa perspectiva, se ríe de los arquetipos coloniales, tanto de los colonos como de los colonizados. Se ríe o, mejor dicho, se sonríe del costumbrismo de unos y otros, de Europa y de África. Como si solo existieran las personas, una a una, y no los clanes. Ama el lugar, pero reconoce las incomodidades, sobre todo a medida que va siendo madre. De ahí que a medida que avancemos en las fechas de las cartas, se cuestione más los hábitos de vida. Pero siempre sin perder el tono, ese que le da, sin que ella lo sepa, un carácter de antropología de lo cotidiano al libro. Un género literario inocuo basado en la ciencia de la ignorancia, que es tanto como decir en la ciencia de aprender a caminar y a decir las primeras palabras. Un libro lleno de humanidad. Un libro para recordarnos que vivir no es necesario, es un regalazo.
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