Alice Zeniter
Domingo sombrío
TRADUCCIÓN DE JUAN DÍAZ DE ATAURI
Acantilado
Barcelona, 2017
219 páginas
Casi todos los escritores han pasado por alguna etapa en la que hubieran deseado ser otro. En nuestro idioma, todos pasaron por comulgar con Borges, por ejemplo, durante el aprendizaje, antes de encontrar el mundo propio, si es que no había en su interior un páramo. Pero como la literatura es universal, como solo entienden de naciones algunos filólogos, muchos quisieron escribir la obra entera de autores que impactan sí o sí. Es difícil no haber querido ser Buzzati, Auster o el propio Borges. O Bohumil Hrabal, sobre todo tras leer Trenes rigurosamente vigilados. Ese es el libro al que se rinde homenaje en Domingo sombrío. Alice Zeniter (Alenzón, 1986) es una escritora francesa todavía en formación. Será interesante seguir su obra, sobre todo para ser los primeros en reconocer ese punto de inflexión y la novela redonda que un día saltará a la palestra. Por ahora, leeremos con agrado esta novela cuyo mérito se delata en los agradecimientos: una serie de nombres húngaros que le hablan de sus familias y sus recuerdos, y un año de estancia en Budapest.
Domingo sombrío trata sobre la época de oscurantismo que vivió Hungría bajo la influencia soviética, y para ello se vale de unos personajes a pie de vía. Porque a la hora de la verdad, la historia y el viaje es algo social, humano, no un análisis económico o político. Lo que cuenta es lo que vivieron las personas. En este caso, recordándonos a Hrabal, Zeniter sitúa a una familia en una casa rodeada de vías de tren, en una isla entre el progreso duro y material. Se trata, por otra parte, de una bildugsroman, una novela de aprendizaje, sin orden cronológico, porque la memoria no es una flecha. Ni siquiera la memoria colectiva. A la par que asistimos al crecimiento del personaje, comprobamos lo que supuso el despotismo en los países del este. En ese sentido, cada personaje de la novela podría ser cada hombre o mujer de Budapest entre 1950 y 1990. El intento de arrojar luz sobre épocas oscuras, cumple su función. El gobierno aplicaba a Hungría unos esquemas que nada tenían que ver con el país, imitando a Rusia como una marioneta imita a su amo.
A la par, la familia del protagonista se hace más corpórea por los silencios impuestos que por la realidad cotidiana: “La estrechez de la casa de las vías hizo más difícil la adolescencia de Imre. Tenía la sensación de estar tropezando constantemente con algún miembro de su familia. Se pasaba la vida fantaseando reorganizaciones que establecieran barreras entre su espacio personal y el del resto del mundo”. Ese resto del mundo que se caracteriza por las colas para comprar pan, los agujeros en la suela de los zapatos, la venta de baratijas y algo de sexo. Vayan donde vayan los protagonistas, y nosotros con ellos, todo es deprimente, todo tiene tacto de usado. A la par se esconde la religión y los insultos a Stalin. Se silencian los ideales, algo que, si uno no posee en la adolescencia, está condenado a caer en el alcohol. Y la muerte llega a ser algo a lo que uno se acostumbra.
Esta novela es un viaje a la Europa del Este que fue. A la que ya no podemos conocer de otra manera que no sea narrativa. Los documentales tienen demasiado sabor a libro de texto. La novela, por su parte, nos habla de nosotros, nos lleva de la mano a conocer a los seres por compasión.
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