Leaving Atlanta
Tayari Jones
Traducción de Juanjo Estrella
El Cobre
Barcelona 2005
288 páginas
19,50 euros
La estructura de una nación
Hace más de veinte años, sin que
ninguno de nosotros se diera cuenta porque apenas apareció reflejado en los
telediarios de nuestro país, en uno de los suburbios de Atlanta comenzaron a
desaparecer niños afroamericanos de ocho, nueve, diez y once años. Algunas
patrullas de ciudadanos hallaron cadáveres en trance de descomposición, que
comenzaban a formar parte del humus del que se alimentarían los bosques
periféricos. El asunto bien podría dar lugar a un thriller o a una narración de serie negra, incluso a un relato a
caballo entre lo detectivesco y lo médico-científico, tan al uso en la
actualidad. A no ser que la idea caiga en manos de alguien con un espíritu más
creativo, como demuestra ser Tayari Jones, quien se sirve de estos sucesos para
hablar de la estructura de su país, que a su vez es el modelo social que se
pretende emular en el resto del planeta. Y así, sin casi darnos cuenta, sin
azotar al lector con denuncias ni relatos de opresión psicológica, llega hasta
nuestros cerebros una muy interesante novela, con varios niveles de lectura
perfectamente planificados, estupendamente medidos. El primero, el anzuelo en
que picará el lector, es el antes expuesto. El segundo, el que da un toque
amable y trágico a la novela, son las tres voces infantiles que relatan sus
vivencias y que pertenecen a tres compañeros de aula. El cuarto, referido a una
experimentación literaria más formal, es el uso de tres personas verbales, una
por niño, que el traductor mantiene en la segunda parte, atreviéndose con el
relato en segunda persona, en una decisión arriesgada y no del todo
convincente, pues la inmediatez que proporciona las frases en esta estrategia
anglicista, priva al idioma del sentido universal del uso de “uno” como sujeto,
y que es a lo que se corresponde en castellano el “tú” inglés (es decir, la
traducción más correcta de “tú piensas”, vendría a ser “uno se piensa”), en
cualquier caso, se trata de un detalle que no enturbia la novela. Porque la
verdadera sustancia está en el entramado de relaciones y lo que ello implica.
Tasha es una insegura niña de
clase acomodada, que está viviendo la separación de sus padres en compañía de su
hermana menor. Rodney es un tímido niño astigmático hipersensible, demasiado
consciente de lo que hace o piensa, y además cleptómano y con conciencia
social. Octavia es una niña negra entre las negras, pobre y condenada al
ostracismo por sus compañeros. Los tres se saben solitarios, aunque en el
primer caso es una situación ocasional, en el segundo caracterial y en el
tercero económica. En los tres casos se marcan claramente los territorios
familiares, las relaciones entre los agentes de la familia, no sólo los
inmediatos, sino también los alejados con quienes se mantiene contacto a través
del inevitable teléfono, tan presente en la narración americana de los últimos
cincuenta años. Y de los tres se relaciona su acogimiento en el centro escolar,
donde se socializan a falta de espacios abiertos seguros, incluyendo no sólo
las amistades y enemistades –sin obviar cierta crueldad infantil, pues tampoco
los niños salen con las manos blancas en esta novela- sino también a los
profesores.
Pero podríamos ir más allá,
podríamos hablar de la organización de la ciudad, de la barriada periférica
cuyo mapa, sin darnos cuenta, ha trazado perfectamente Tayari Jones y hasta de
la lucha de clases. Y también podríamos reseñar todos los detalles con que
amuebla la novela, y que van describiendo lugares en los que hubo vida. Y
también de las sensaciones de los niños, del miedo, de la asfixia, de cómo
afrontan los trastornos sociales y los desengaños entre ellos, en una perfecta
identificación de un mundo infantil que la autora traza con muchísima
sencillez. La que precisa esta novela tan bien planteada.
Fuente: Culturas/Tribuna
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