La canción de las sombras
John
Connolly
Traducción
de Vicente Campos González
Tusquets
Barcelona,
2017
444
páginas
Habituados
a su peso dentro de un panorama de novela negra bastante uniforme, a John
Connolly (Dublín, 1968) se le obliga a ser oscuro. Y a ser posible, el más
oscuro. Pero la oscuridad no está en los arañazos que sacuden al lector en los
párrafos más violentos, los más sanguinarios, de sus primeras obras del
detective Charlie Parker. La oscuridad tampoco está en las atribuciones que los
otros personajes le adjudican al protagonista de la mayoría de las novelas de
Connolly. Ni siquiera en eso que en este caso ya apunta más explícitamente, que
es un flujo de vida, de carácter más bien feo, entre esta vida y un supuesto
más allá, donde no existe un paraíso. El ángel que viene a visitarles, no
muestra su rostro debido a lo horrible de la máscara que ya se ha unido a la
piel. Si es que es piel lo que poseen los cuerpos astrales.
La
oscuridad está en el míster Hyde que se pasea por los personajes. Incluido a
Charlie Parker, que siempre mantiene una especie de vigilia para comprobar que
éste no se adueñe del cien por cien de lo que es. En esta novela, La canción de las sombras, regresa el
mejor Connolly. Hace tiempo que estábamos deseando que retomara el pulso que
caracterizó las primeras obras de la saga. De entrada, asistimos al doloroso
renacer del detective. Y nacer duele. Duele y mucho. Y afecta al estado de
vigilia, hasta el punto de que en algún momento lo traslada hacia otra persona,
su hija, quien tiene algo más que humanidad en su voluntad y sus deseos. O algo
distinto a humanidad.
Por
otra parte, Connolly sigue en su doble línea de género. Es novela negra porque
es una novela de detectives, con su intriga y su final inesperado, con la
intuición de los sabuesos y los giros argumentales, con la correspondiente
dosificación de datos; pero también es un thriller, con la intensidad que dan
esos malvados a los que cabe aplicar aquello de que el sueño de la imaginación
produce monstruos. De ahí la inacabable inventiva de Connolly, que bebe de las
mismas fuentes que El Bosco.
Dado
que Parker acaba de nacer, nos encontramos también frente a una novela de
transición. Al principio, y fuera de lo acostumbrado, Parker no puede dominar
los actos a su alrededor. Ni siquiera los propios. Parker está aplastado por la
vida y condenado a ser un mero espectador. No caben manipulaciones. De ahí
hasta el final, el proceso de regeneración se solventa en la voluntad y en lo
inexplicable. O lo que al menos no debe conocer el lector de esta reseña. La
nueva aportación es un tema real, al que Connolly trae a la actualidad: ¿qué
sucedió con los nazis, soldados y militares de alto rango, que emigraron de
Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y vivieron ocultos en rincones perdidos
del mundo? Porque el noreste de Estados Unidos no deja de ser un mundo aparte:
un lugar de clase media alta, con muchos rubios -ideal para refugiarse los
arios-, en el que el respeto pudoroso al vecino y la lealtad a un párroco y una
religión, imperan. Un lugar en el que apenas existe mucha más delincuencia que
la que Connolly crea en la ficción.
Algunos
de aquellos nazis, torturadores, asesinos, consiguieron llegar a este recodo, y
viven desperdigados, sí, pero forman una comunidad que ocultan incluso a sus
propios hijos. En algún momento, incluso Connolly se acerca a las tesis que
Hanna Arendt expone en Eichmann en
Jerusalén: ellos se limitaban a cumplir órdenes; si el mal estaba en la
orden, no era su misión definirlo y denunciarlo. Pero los tipos que aparecen en
La canción de las sombras ya han
vivido su vida, y durante este tiempo sí han podido decidir su suerte.
Condicionados por la necesidad de esconderse, eso sí, pero les cabe sortear
cada pequeña decisión de cada día. Les cabe la opción de meter en un cofre a su
míster Hyde. O tal vez no. Tal vez, el haber sido un fanático y haber
disfrutado de la sangre, como explica Stevenson en El doctor Jekyll y míster Hyde, te deje en ese lugar de por vida. La
única solución es la muerte. Y de eso, de la forma de morir, como siempre en
Connolly, hay unas cuantas versiones en esta novela tan brutal como magnética.
Fuente: Culturamas
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