El loco de las rosas
Mohamed
Chukri
Traducción
de Rajae Boumediane El Metni
Cabaret
Voltaire
Madrid,
2015
183
páginas
17,95
euros
El
sedimento de los parias muertos
En
busca de un héroe inocente que defienda la pobreza, la miseria, a los parias
más atroces y a los resignados, a los supervivientes entre los desechos
orgánicos, a los que apuñalan por tener un punzón envenenado en el bulbo
raquídeo, a los acosados, a quien no tiene problemas en masturbarse en medio de
una plaza pública, a quien le escuecen los higos que cuelga entre las piernas,
a los indeseables en general y a los que poseen un aura de locura insana para
sobrevivir, uno no puede por menos que acordarse de Mohamed Chukri (Beni
Chiker, 1935 – Rabat, 2003). El azote que supuso su novela autobiográfica El pan desnudo (traducido recientemente
como El pan a secas por la misma
editorial que hoy publica esta colección de relatos), y su consiguiente
autoficción en la misma línea –Tiempo de
errores y Rostros, amores,
maldiciones–, supuso uno de los escasos casos que se han dado en la
literatura del siglo XX que nos hizo saber que todavía quedaban cosas por
contar. Y que esas cosas eran importantes, contundentes, cegadoras de tan
pasionales y crudas al tiempo que, paradójicamente, nos abrían las miras.
Chukri,
a quien se le robó la infancia con desgarro, tuvo que experimentar lo más
canalla para comprender la relación de las condiciones humanas. Hipersensible,
su obra no cesa de recordarnos que a pesar de todo existe el afecto como rama a
la que agarrarse para no caer al precipicio. De este modo, tras aprender a leer
y escribir siendo adulto, negó cualquier artificio para adornar su obra, para
dotarla de mayor elocuencia. No existe una sola frase pedante o preciosista en
su literatura. Su literatura son hechos, no palabras, y las llagas de esos
hechos en el cuerpo, que sabe que no va a existir un mundo mejor. Chukri, como
los niños, no finge, afronta el mundo con la sensibilidad de la piel, que tiene
una especial significancia en el sexo. Y así la realidad de las cosas es
creíble no por el acto de fe que el lector se ve abocado a poner durante la
lectura, sino porque sabe que es imposible tener sueños de ese calado.
Siendo
esta la línea general de su obra, no deja de plantearse temas intrínsecos a
cada relato, sin caer en el narcisismo de la repetición. Así el cuento Violencia en la playa versa sobre la
existencia del mal porque sí, porque existe sin más. La red es un ejercicio del arte del gesto, de hacer del gesto de un
niño un relato. En Los que vuelven se
plantea la intolerancia al miedo de quien sabe que no comerá al día siguiente.
Por su parte, La maternidad es un
acercamiento al monstruo burgués. Y Los
que ríen y lloran nos cuestiona esa banal costumbre de identificar la risa
continua con la locura. En Shariar y
Sherezade pone sobre la mesa las consecuencias de sustituir a la memoria
por la obsesión por la belleza, hasta que deja de existir el presente. Prohibido hablar de las moscas demuestra
que el vaticinio de la penitencia, que será dolor físico, es peor tortura que
la propia penitencia. En Bashir, vivo y
muerto, sus personajes subliman esa horrible idea de que la soledad del
mendigo loco puede ser vista como un espectáculo por la muchedumbre. Con El vómito deja a las pinturas negras en
pantomimas, porque refleja algo vivido, no imaginado. Algo semejante ocurre en
la lectura de Árboles calvos, que nos
transmite la certeza de que lo que para unos es onírico y bellaco, para otros
es el día a día. En El ataúd une
distintas versiones de la locura, porque si no eliges la locura no sobrevives.
El último relato, El loco de las rosas,
invita a pensar que ni siquiera la religiosidad salva a la pobreza de tener
algo parecido a la dignidad, porque estamos acostumbrados a pensar que existe
dignidad en la pobreza y Chukri, como en el resto de su obra, ha venido aquí
para desengañarnos. Lo cual hace de él un autor imprescindible.
Fuente: Revista de letras
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