Medio planeta.
La lucha por
las tierras salvajes en la era de la sexta extinción
Edward
O. Wilson
Traducción
de Teresa Lanero Ladrón de Guevara
Errata
Naturae
Madrid,
2017
318
páginas
Si
uno tuviera que elegir entre los pocos hombres buenos que ha dado la humanidad
en los últimos cien años, la lista podría empezar por Gombrich, por ejemplo,
que tanto amaba el arte, o por Barenboim o por Edward Said, incluso por Antonio
Machado, que se nos ocurra, así, de buenas a primeras. Pero nosotros nos
quedamos con Edward O. Wilson (Alabama, 1929). Quien haya leído su libro
testimonial El naturalista, lo
comprenderá mejor que nadie. Consciente de que el amor por los animales se
expresa mejor cuando uno se refiere a las aves que vuelan o a los mamíferos, a
los que habitan arrecifes de coral o a los dueños de las selvas, él, por un
problema de la vista que le traba la visión estereoscópica, esa que nos ayuda a
crear en el cerebro la sensación de profundidad, dedicó su alma a los insectos,
unos animales que, por norma general, vistos en grandes dimensiones no destacan
por su belleza. Su especialización en un mundo como en el de las hormigas,
donde el animal no es cada individuo, sino el grupo, significa mucho sobre qué
es lo que porta este hombre en su corazón: pura empatía, pura compasión en el
sentido más amplio del término: el individuo padece las penas y alegrías de los
demás individuos, el ser humano, que se expresa en singular, es un animal
plural. Con esta visión es como afronta este libro, Medio planeta, un resumen divulgativo, expresado para la gente de
las tres edades, en el que toda la biodiversidad, todo el naturalismo aparece
representado.
Su
hipótesis parte del enunciado del título: con la conservación de la naturaleza
de medio planeta, podríamos respetar casi toda la riqueza natural, salvar casi
al cien por cien de las especies de animales y plantas. El problema es que
vivimos una época que los científicos llaman Antropoceno, es decir, en la que
el hombre es el centro del planeta y dispone a su servicio de él, lo esclaviza,
lo explota y piensa que nada sucederá mientras el planeta siga produciendo. La
mayoría de los empresarios de alto rango piensan igual. Puede que incluso mucha
gente crea inevitable la desaparición de seres vivos para la supervivencia de
la especie humana, y hasta conveniente. Pero, esta es la razón que hace de
Wilson la mejor persona del mundo, la compasión se extiende hasta a las larvas
carnívoras de los insectos. A su juicio, y al de muchos otros, el Antropoceno
ya ha pasado a la historia. Ahora estamos viviendo en la era de Eremoceno: la
edad de la soledad, cuando solo hay hombres y ni siquiera forman parte de una
tribu. Y así, sin haber llegado a conocer el mundo natural, la condición humana
se está moviendo hacia ese punto de no retorno, cuando, Wilson no cesa de
creerlo, todavía está a tiempo de cambiar de sensibilidad y remar para su
recuperación.
Wilson
comienza reseñando las interacciones biológicas básicas y la delicadeza de los
ecosistemas. Se para en ciertas especies reguladoras y denuncia la problemática
de las especies invasoras. Menciona las diversas formas de conservacionismo, el
paralelismo entre la biología clásica y la biodiversidad, las limitaciones, las
muchas limitaciones científicas, desde el desconocimiento, todavía, de millones
de especies, lo cual impide que se avance en el orden de actuación. De ahí que
por ahora convenga preservar una parte del planeta. Wilson recurre a ejemplos
asombrosos, de esos que hacen inevitable sentirse atraído por el microcosmos
animal y que mantienen la lectura con un punto de atracción que hace de este
libro mucho más que una apología. Es literatura y de la buena: es literatura
sencilla.
Antes
de proponer una solución, cifra el horror de maneras que no nos habíamos
planteado hasta el momento. Por ejemplo, comenta que consumimos una cuarta
parte de la producción fotosintética de la Tierra, que esa proporción de
biomasa termina en nuestra manos y estómagos y que sigue creciendo. Y esa es la
palabra clave, el crecimiento. En un mundo que se mueve por el crecimiento
económico, en lugar de luchar contra los elementos, él propone un nuevo
concepto, más moral: cambiar el crecimiento económico expansivo por el
intensivo. Es una adaptación más, es darwinismo: “El crecimiento económico
intensivo, en cambio, es el generado por la invención de nuevos productos de
alta tecnología junto con un diseño y uso mejores que los productos ya
existentes”. Para ello requerimos de un cambio de paradigma en nuestra relación
moral con la naturaleza, sin abandonar a nuestros semejantes: “Si el altruismo
hacia los otros miembros del grupo contribuye al éxito grupal, el beneficio que
recibe la estirpe y los genes del altruista puede superar la pérdida provocada
en los genes por el altruismo individual”. Lo dicho, para que alguien tan
sabio, que ha vivido casi los noventa años en que se ha producido el mayor
deterioro de la naturaleza y por tanto de la vida, siga confiando en las
capacidades del hombre, hay que ser la mejor persona del mundo.
Fuente: Culturamas
Fuente: Culturamas
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