Crónicas del encierro
Izaskun
Gracia Quintana
Salto
de página
Madrid,
2016
169
páginas
Para
que exista la soledad tienen que existir los otros. Esta solemne evidencia nos
lleva sin remedio a la tontería que son las famosas palabras de Sartre sacadas
de contexto: el infierno son los demás. Eso supone que el cielo soy yo. Lo cual
convierte la expresión, con tanta frecuencia utilizada como una sentencia, en
la frase más cursi de la historia.
En
la contracubierta de este libro de relatos, Crónicas
del encierro, se nos advierte de que la soledad es el factor común a cada
uno de ellos. Es decir, la ausencia de los demás. Pero esta ausencia puede
deberse al deseo del ermitaño o a la marginación. Es decir, a la vida
contemplativa o a la violencia. En cualquier caso, para Izaskun Gracia Quintana
la soledad es un encierro. En una suerte obsesión solipsista, en estos relatos
las personas están encerradas en su entorno inmediato: solo existe lo que
pueden conocer por la proximidad a sus cuerpos. De hecho, en uno de ellos, El triángulo de cerámica, un ejercicio
que nos remite a Edgar Alan Poe, la ceguera del personaje, que es la falta de
luz alcanzando sus ojos, se representa con total obviedad: el protagonista sin
nombre, la única presencia humana del relato, encerrado en una cámara oscura
solo palpa y olfatea. Hasta los ruidos le son negados.
El
relato que abre la serie, Tap,
también nos enfrenta a un personaje encerrado. En este caso si existe oscuridad
es debido a que elige mantener la persiana bajada. Y él elige mantenerse en la
cama para el resto de sus días, como hiciera, en buena medida, Juan Carlos
Onetti. El problema es que no cesa de escuchar la tortura de una gotera, que le
está volviendo loco. Aunque la locura ya le venía de antes, de ahí esa elección
de vida. A no ser que nos encontremos frente a un perfecto idiota, pues es
posible que el relato trate sobre eso, sobre la estupidez humana. Vacaciones nos hace recordar esa edad en
la que tenemos pequeños pensamientos de psicópata que la conciencia social nos
coarta; pero, ¿qué ocurre si desaparecen esas barreras y, por añadidura, no nos
faltan razones para odiar el mundo? El siguiente relato, El vestido azul, nos sitúa frente a un clásico en esto de la
soledad: la persona que ha enterrado su vida cuidando de una madre, que además
es una madre castrante; se trata de una denuncia del condicionamiento, de esa
costumbre de repetir lo que hemos aprendido y pensar que esa zona es una zona
de confort. Con El pozo da un paso
más allá en lo literario, pero una marcha atrás en el conocimiento; no se puede
mostrar menos en la narración; sabemos que ese pozo relaciona de alguna manera
el lugar secreto de unos niños con la leyenda de una tragedia minera. Es casi
imposible descifrar el vínculo que en alguna parte se intuye. Si la soledad es
la constante vital del libro, Barcos
hundidos refleja algo a lo que debemos atenernos al tratar el tema: la
esquizofrenia; la creación de un mundo para uno mismo donde no existe la moral.
Finalmente, Diario nocturno, el relato más largo
del volumen, aparenta presentarnos la realidad del vampirismo. Es decir, un
caso de fotofobia en el que las arañas sustituyen a los murciélagos, algo que
sí es posible, en la casa de alguien a quien supervisan los servicios sociales.
La sensación que da es kafkiana, en el sentido más puro del término: algo debe
ocurrir, pero ese final va posponiéndose constantemente. Y cuando sí existe un
final, resulta que este es, a su vez, una nueva postergación. Un buen homenaje
al escritor más importante del siglo XX.
Fuente: Culturamas
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