La
isla desnuda
Lola
Nieto
La
Caja Books
Valencia,
2024
282
páginas
«En
Japón, la vibración de las palabras crea el mundo». A mitad de libro, Lola
Nieto (Barcelona, 1985) se decanta por esta expresión que bien podría ser la
que resume el espíritu del libro. La isla desnuda es un homenaje a
Japón, a la vez que una declaración de esa increíble virtud que es la de
reconocer que apenas uno entiende alguna cosa de entre los millones de sucesos
que le rodean. Y esas pocas cosas que Nieto alcanza a entender tienen que ver
con algo más que los sonidos de las palabras, a las que da un valor artístico y
emocional muy alto, porque se refugia con frecuencia en la etimología para dar
sentido a lo que escucha, a lo que lee, a lo que se habla. La etimología es un
recurso explicativo, aclarativo, que define de forma que se va enriqueciendo
nuestro lenguaje, y con él nuestras sensaciones. De hecho, será el sentido
emocional de las palabras japonesas, a las que resulta más complicado rastrear
etimológicamente, el que nos indique por qué Lola Nieto viaja a Japón: para
encontrarse con esa forma de poner el propio corazón al desnudo que es, o puede
ser, la poesía.
Enamorada
de la cultura que nutre esa parte del mundo Nieto elabora un dietario que surge
de lo que carece de explicación, al menos si intentamos explicar una cultura a
través de los parámetros de otra. Allí donde no llegan los antropólogos o los
etnólogos, deberían intentar llegar los poetas. «Fui a Japón a perder»,
confiesa. Y es que a medida que uno avanza en la lectura de estas piezas, a
veces tan pequeñas como un aforismo, va descubriendo que lo que la autora transmite,
con éxito, es la sensación propia de extrañeza, de extrañeza de vivir, de la
extrañeza que surge al preguntarse uno qué es esto que ha vivido. Y es entonces
cuando brotan las debilidades de la autora, que confiesa sin rubor, porque no
pueden ser más humildes y más sensatas: las leyendas, los perdedores, los
antihéroes o las paradojas. Sí, también las paradojas, como las que contiene el
budismo, que es capaz de hallar la paz en ellas: «Se me ocurrió pensar que
quizá fui a Japón para aprender a cuidar tranquila del sufrimiento», o «escribo
para perder / y tocar la ternura».
Aunque
a veces la fragmentación da la sensación de tender hacia el nerviosismo, como
si la escritura fuera necesaria para tranquilizarse, lo que se impone es cierto
deseo de espiritualidad. «¿La música sana o enloquece?», dice en una de las
primeras páginas, poco antes de hablar de la «charla diaria con las heridas»,
que es una buena forma de definir un dietario emocional. Cuando uno entra en
debate con los fantasmas, tanto los que ha ido incorporando desde su pasado como
los que le salen al paso en las nuevas experiencias, llega un momento en que
habla para sí desde esos instantes que están entre el sueño y la vigilia; Lola
Nieto ha sido capaz de captarlos y quedarse ahí, y desde esa extrañeza
mostrarnos cómo nos afecta la experiencia de un viaje, en qué consiste eso que
conocemos como viaje interior. De hecho, a medida que progresa, vamos
conociendo más sobre ella o, para ser más exactos, ella se va conociendo un poco
mejor. En realidad, descubre las formas de la música —interior y exterior— que
le ha acompañado durante el viaje, esa que le lleva a la admiración cultural,
que es lo mismo que intentar comprender, que es lo mismo que el aprendizaje:
resolver, aunque sea a escala nanométrica, un poco más esa pregunta acerca de
quiénes somos.
Fuente: Zenda
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