Bartleby
y yo
Gay
Talese
Traducción
de Antonio Lozano
Alfaguara
Barcelona,
2024
334
páginas
El
conocido personaje que ideó Melville, el escribiente que preferiría no hacer
demasiadas cosas, sirve a Gay Talese (Nueve Jersey, 1932) como vía de entrada a
una región de su biografía de la que todavía no había dado cuenta. Y ha considerado
que este es un buen momento, algo que agradecemos los lectores habituales de
este autor. Talese nos había enamorado con obras periodísticas del calibre de Honrarás
a tu padre o La mujer de tu prójimo, y daba la impresión de que se
trataba de alguien a quien sería muy difícil que se escapara nada digno de ser
divulgado. Observador perspicaz e incansable, astuto manejando los tiempos narrativos
y las dosificaciones de datos, Talese ha sido considerado un maestro del
periodismo y es, con toda seguridad, un escritor con el don del encantamiento.
Aquí, en este Bartleby y yo, comienza por darnos cuenta de los donnadies
que han marcado algo importante en su vida profesional, que han orbitado en su
biografía ayudando a construir el profesional en que se fue convirtiendo.
En
la primera parte del libro, se propone crear unos perfiles de personas sobre
las que no se puede escribir un perfil, tal y como estamos acostumbrados a
leerlo. Talese rompe las convenciones y lo hace con mucho estilo. Se trata de
gente cuyo interés radica en razones alejadas de lo que sería noticia, lo
demasiado especial. Así pues, nos entrega historias, o tramos de historias, que
todas unidas trenzan la realidad; son posibles, no ilusiones, no sueños, no ideales.
En realidad, lo que hace es hablarnos de sus inicios en el mundo del
periodismo, utilizar a estos personajes para auparse sin vanidad a una memoria
laboral de la que se siente orgulloso. Es complicado no traspasar la frontera
de la vanidad en estos casos, pero Talese lo consigue, mientras nos cuenta cómo
eran aquellos años, la política social que ha ido evolucionando sin dejar de
afectar a quienes los sobrenadaron.
La
segunda parte es una muestra de los trucos que puede tener un buen reportero a
la hora de conseguir la entrevista que todo el mundo busca. Convive durante un
mes con el entorno de Frank Sinatra y con quienes orbitan alrededor de este
monstruo de la actuación, del glamur y de la lejanía: «su poder, su atractivo
sexual, su soledad, su extravagancia, su generosidad, su ánimo vengativo y su
semipertenencia a la mafia», indica Talese. A Talese se le resiste superar la distancia
que rodea al cantante, mientras entabla relaciones con quienes trabajan para
él. Y así va construyendo un perfil de Sinatra sin llegar a verle, gracias a
los «amigos, parientes, sirvientes, parásitos y una tropa de individuos
relativamente secundarios que, como ya he indicado repetidas veces, siempre han
constituido mis fuentes principales de información y conocimiento».
En
la tercera parte, el eje será un edificio. Talese nos hablará de quien fue su
principal habitante, un médico, inmigrante, hecho a sí mismo, obsesionado con
que nadie le eche de nuevo de su lugar. El protagonista transita por toda una
historia de dinero, divorcios, maltrato y codicia no solo crematística, que nos
resulta conocida, pero que en manos de Talese cobra nueva potencia, y que dará
pie a una reflexión sobre el mundo inmobiliario y la especulación. El fin
trágico del médico contrastará con la evolución del mercado, tan ajeno a la
suerte de las personas, especialmente en el planeta Manhattan, donde tiene
lugar la triste y agresiva historia: Nicholas Bartha, que es como se llama el
médico, prefirió volar por los aires el edificio antes que entregarlo a cuenta
de una decisión judicial que tenía que ver con el divorcio. Pero ese solar se
habrá ido revalorizando, porque Nueva York es una ciudad con un alma que,
podemos deducir tras leer a Talese, a lo que menos se asemeja es a la idea que
tenemos de lo que debería ser un alma: es particular y es esencia, pero no es,
para nada, calma o justicia.
Fuente: Zenda
No hay comentarios:
Publicar un comentario