Una
historia particular
Manuel
Vicent
Alfaguara
Barcelona,
2024
204
páginas
«Acababa
de cumplir setenta y cinco años, y me preguntaba si resultaba estético estar
cabreado». Estético. La escritura de Manuel Vicent (Villavieja, Castellón,
1936) siempre ha respondido a criterios que tienen que ver con la belleza, pero
siempre ha sido una postura ética, una mirada compasiva o una identificación de
justicia. Aquí vuelve a sacar lo mejor de sí mismo para enfrentarse a su propia
historia, llegando a una vejez en la que demuestra congraciarse con la vida, porque
no existe ni una sola palabra que contenga un ápice de rencor en esta revisión
estética, ética. Al mismo tiempo que nos demuestra que lo importante de ser uno
mismo es estar en paz con quien has sido, vamos a asistir a apuntes para un
resumen de la historia de España desde la postguerra a nuestros días. «A mí
solo me gusta contar lo que he visto, lo que me ha pasado, la gente a la que he
conocido, los sucesos que he presenciado», reconoce en la primera página de
este hermoso libro, que comienza con una recuperación de la infancia que
enseguida nos hace pensar en la que puede ser su mejor obra, Contraparaíso.
Pero
el niño que sentía el sol como una bendición irá creciendo y por el camino
solventará sueños y deseos, penas y alegrías, encuentros y desencuentros,
además de su afán por ser escritor, lo cual le supone congraciarse hasta con la
mentira: «Se miente para defenderse, se miente para agradar, semiente para
convertir la realidad en una obra de arte». Se miente incluso a la propia
memoria, porque es imposible ser fiel a ella cuando uno proyecta sobre lo que
guarda su manera de entender la vida, pero esa mentira no es necesariamente una
caja de Pandora: detrás vendrá la conciliación de la belleza, de algo que uno
no se atreve a llamar sabiduría por miedo a ofender la humildad del otro: «¿Qué
otra cosa puede uno esperar de la vida sino que al final una perra te sea fiel,
te recoja la pelota, te sonría cuando la acaricias y llore cuando te mueras?».
Y
resulta que los perros son la parte más especial que rescata de su vida cuando
llega a una edad en la que no tiene que rendir más cuentas. Los episodios en
que se divide la obra son breves, concisos, elaborados a una distancia que
Vicent domina a la perfección. Excepto en un caso, que es cuando trata sobre
los perros que han colmado de bien sus días, en los que se extiende tanto que
da la sensación de haberse detenido para evitar que el libro se prolongue en
exceso. Si en todos los capítulos saca a flote al hombre sentimental, cuando
habla de sus mascotas nos lleva al borde de las lágrimas. En realidad, Vicent
trata con lo sensorial tanto en lo que se refiere a la literatura como en lo
que atañe a lo que mejor sostiene nuestras vidas, que es la amistad. Y mientras
tanto, va repasando sus vínculos con los sucesos que nos atañeron, de tal
manera que transmite la impresión de haberlo vivido con la intensidad con que
se viven los sueños.
Mitificar
desmitificando es el principal propósito de esta obra, que nos enfrenta con
sabiduría y belleza a los que somos, que es a la vez condena y salvación. Lo que
importa, lo hemos dicho al principio, es llegar al final de la vida sin
rencores, sin odios, sin veneno.
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