viernes, 15 de octubre de 2021

EL PROFESOR A. DONDA

 

El profesor A. Donda

Stanislaw Lem

Traducción de A. Murcia y K. Moloniewicz

Impedimenta

Madrid, 2021

90 páginas

 


Siempre está detrás Sancho Panza.

Un hombre poseído por una locura, de la que podemos salir beneficiados y que al espectador resulta divertida, pone en marcha los resortes de una actitud que implica cierta condena social. El ímpetu conlleva una condena: no haremos daño a nada ni a nadie, pero a pesar de ello, seremos considerados parias, versos sueltos. Y detrás está Sancho Panza para dar testimonio de ello, desde un punto de vista que nos aproxima al loco con mucha ternura y, en este caso, mostrando cómo los resultados son pura expresión de humor.

El profesor Donda está obsesionado por demostrar, a partir de la acumulación de datos en la inteligencia artificial, que lo contrario del error será la verdad: “la información no es ni materia ni energía, pero está claro que existe. Por lo tanto, debería tener masa”. Su exilio, pues el viaje es una constante en el esquema de don Quijote y Sancho Panza, le lleva por territorios absurdos, inventados por Lem y ubicados en un fantasioso continente africano. Al tratar sobre datos que recogen información, trata sobre todas las articulaciones del conocimiento, hasta el punto de inventar neologismos como interología, para definir la ciencia central, o entretemas para referirse a sus contenidos.

Todo el conocimiento debería ser información y toda la información debería ser ladrillos que componen el conocimiento. Esos son los principios de un profesor que debe su nombre a la expresión inglesa Do not do it!, no lo hagas, que nos recuerda, inevitablemente, al preferiría no hacerlo de Bartleby, que es la némesis de Donda. Hiperactivo, el profesor que ha creado Lem obedece a una ráfaga creativa del autor. Esta obra corta parece surgir de un impulso que sintió Lem y no quiso retener. Para nosotros será una comedia de extrañamiento, con ciertos enredos y una versión del humor verbal que, sorprendentemente, nos recuerda la ingenuidad de humoristas casi mudos, como Jaques Tati y sus personajes tan inocentes, tan inocuos, pero con una presencia que permanece.

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