Campo
del cielo
Mario
Quirós
Tusquets
Barcelona,
2020
199
páginas
Existe
una forma de literatura de extrañamiento que se cobra su derecho a ser la más
universal: aquella en la que el mensaje es tan claro como la capacidad de no
entender nada. No queda patente como una minusvalía, pues es un narrador en
primera persona, alguien que presencia, más que participa, en lo reflejado, quien
nos habla, sino como un registro con el que empatizar. Ese lugar en el que se
coloca el narrador, el mismo al que nos lleva y el punto de vista en el que nos
implica, está indicando, con mucha clase, que ni él ni nosotros si estuviéramos
allí, hubiéramos entendido nada. Tal vez porque no hay nada que entender. Tal
vez porque todos los mundos, y sobre todo este en el que viven los personajes,
son mundos pequeños y son mundos paralelos. Y son mundos por los que ha merecido
la pena darse un paseo, aunque sea literario.
Mariano
Quirós (Resistencia, 1979) ya nos había demostrado que es un narrador con clase
y con algo que contar: que es complicado llegar a entender cómo ha sido el
lugar y la humanidad de la que uno viene. Ahora nos regala este libro de
relatos con el que viajamos a una localidad, Campo del cielo, que es una isla
afectiva e impermeable a los tiempos que corren. O eso o, sin mentarlo, el
tiempo en que suceden los relatos es parecido a aquel en que sucedían los de
Onetti, Rulfo, Vargas Llosa o incluso Carver. Por un lado, podríamos pensar que
están fuera del tiempo, que pertenecen al espíritu de la eternidad. Por otro,
que esa ausencia de internet, teléfonos móviles y todo lo allegado al capitalismo
de atención (léase Tinder, Facebook, Netflix, Google, etc.) es intencionada, es
un viaje en el tiempo, un regreso a una época en que las relaciones humanas
pasaban, sí o sí, a ser el primer plano sensorial en nuestras prioridades, en
nuestras riquezas y en nuestros problemas.
De
hecho, en Campo del cielo lo más novedoso y lo más evolucionado que ha sucedido
es una caída de meteoritos hace cuatro mil años. Y estos meteoritos son casi la
única intervención exterior sobre este paraje cerrado, de una claustrofobia
meditada: los personajes tienen opción de salir, pero, tristemente, eligen el
encierro. Se trata de seres casi extraños; niños, adolescentes, jóvenes, gente
siempre en formación, algo homúnculos, como si la humanidad no pudiera cuajar
en Campo del cielo, pero sí apuntara a ser de alto grado. Lo fantástico será lo
ordinario: los familiares se desconocen con el mismo tipo de carencia de
entendimiento que existe entre desconocidos, no entre personas que no se
entienden. De esta manera, con narradores en crecimiento, pero dotados de pulso
literario, nos vamos quedando en una región endogámica también en lo moral. Se
trata de un pueblo de perdedores, gente salvada, o casi salvada, por la
literatura, por la imaginación de Quirós. Se trata de una obra coral, una
suerte de novela de situación teatralizada como un puzle de piezas bastante
cerradas, porque los relatos son circulares, como debe ser una pieza corta. A lo
que hay que añadir el estilo depurado de Quirós, esa escritura que casi nos da
la sensación, de tan natural, que es la de alguien carente de estilo, al menos
en este país en el que por estilistas se entienden a los barrocos de la prosa.
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