Ciudadana
Claudia
Rankine
Traducción
de Raquel Vicedo
Pepitas
Logroño,
2020
171
páginas
“¿Ganaste?, me pregunta él.“No era un partido, era una clase.”
El
espíritu pedagógico impera en estas páginas que parecen regirse por la batalla,
o, para ser exactos, por una representación de la batalla. En este caso con el
lenguaje por activo principal, como sucede con las reglas del juego en las
simulaciones de lucha que son los partidos de deportes. El motivo para entrar
en liza es el racismo, una expresión discriminatoria que se sigue viviendo con
distinta intensidad, a veces hasta con olvido o con un respeto incoherente. Así
lo expone Claudia Rankine (Jamaica, 1963) en diversos capítulos, en unos
fragmentos a los que no se les escapa el lirismo. Ni tampoco la solvencia de lo
postmoderno, de unas vanguardias propias de décadas anteriores, pero todavía
solventes, siempre y cuando sus recursos estén en función de algo. En este
caso, de una educación, la misma a la que nos debemos los demás: la que se empeña
en guardar las rutas igualitarias, pese a quien le pese, sobre todo a un
sistema que sigue hundiendo las raíces y el malestar en la lucha de clases.
El
libro es más un documento que unas memorias, pero trabaja con la memoria. Y trabaja
con una visión del destino que es necesario derribar: el hecho de que los
atributos de cuna condicionarán nuestra vida. ¿Existe un destino previo? En la
visión poética de Rankine se intuye que sí, como se intuye que no es
inamovible. Al fin y al cabo, si algo nos rescatará de lo pernicioso, será la
poesía. Escribir, escribir poesía, será, de nuevo, una respuesta a un trauma,
un intento de catarsis condenado al fracaso, dado que el trauma es de largo
aliento colectivo, y de carácter hereditario individual. No se trata de un
golpe helado, sino del agotamiento que supone la constante alerta contra los
actos de discriminación, no siempre voluntarios, pero siempre afectando a los
mismos individuos. De alguna manera, el texto versa sobre la destrucción,
porque nos habla de los momentos en que nos arrebatamos la propia humanidad. Y
estos son demasiado frecuentes: las frases hechas, el acerbo popular, las malas
intenciones, los entendidos comunes, el odio, las proyecciones del malestar, el
fracaso del humor falsificado y hasta la autocompasión, la del ser y la de
raza.
La
intención es quedarse en la ciudadanía americana. Pero todos sabemos que
Estados Unidos es algo más que el espejo del mundo: es la expresión de lo que
nos espera, el humus de aquello en lo que nos hemos convertido.