miércoles, 26 de febrero de 2025

A ORIENTE POR EL NORTE

 

A Oriente por el norte

Anne Morrow Lindbergh

Traducción de Blanca Gago

Nórdica

Madrid, 2025

215 páginas


 


El inicio famoso de Anna Karénina que ideó Tolstoi, ese que se refiere a las familias felices y a las infelices, para aclararnos que son las tragedias las historias que merece la pena ser contadas, ha sido denostado con contundencia en muy pocas ocasiones. Nos referimos a relatos que nos hablen de la alegría de vivir, algo que no lo van a retransmitir los hechos, ni la trama ni, lo diremos con atrevimiento, la psicología de los personajes. La alegría de vivir viene impuesta por el tono de la narración. El ejemplo más patente que se nos ocurre no viene de la mano de la literatura, sino del cine, y se titula Cantando bajo la lluvia. Esa misma alegría de vivir es la que contiene este libro de viajes, A Oriente por el norte, escrito por la que fuera mujer del famoso aviador Charles Lindbergh, Anne Morrow Lindbergh (Englewood, 1906 – Vermont, 2004). Nos relata la peripecia que fue viajar en avión desde Nueva York a China atravesando el estrecho de Bering por el camino. Y nos habla, con toda la inocencia que puede contener la literatura, sobre la libertad, que se iguala con tanta frecuencia con el vuelo, pero que aquí viene a significarse sobre todo por el descubrimiento. «No se trata de lo que nos pareciera Rusia, sino sus gentes, y a mí me gustaron», sostiene, y anuncia que esta es la réplica que está dispuesta a dar cada vez que le pregunten por ese país, una mujer que afirma, en una de las primeras páginas, que «El cuento de hadas de ayer es el hecho de hoy. El mago camina solo un paso por delante de su público».

Estamos en el inicio de la década de los treinta cuando emprenden este viaje, planificado con mimo, como deben planificarse siempre las aventuras, porque las aventuras hay que cuidarlas. Confiesa la autora que emprende el viaje con la mochila del desconocimiento, y a medida que avanzamos en la lectura nos damos cuentas de que posee uno de los grandes dones que hacen a la gente grande: las ganas de aprender. Así pues, lo que consigue transmitir es sorpresa. Y esta sorpresa la encontraremos mayormente en las escalas, no en los desplazamientos. La sorpresa vendrá por el estilo de vida de la gente con la que irá topando. Comenzando por esos habitantes de territorios que más parecen de exilio que vitales. Lugares inhóspitos donde las personas se apañan para vivir casi aisladas, lugares donde tendrá lugar lo inusitado, donde comprobaremos que llevar a los humanos al límite de lo humano no tiene que significar privarles de humanidad. Y luego vendrán los encuentros en Japón o China, culturas tan diferentes, educaciones tan distintas que se nos hace inconcebible la convivencia perpetua, pero sí la elaboración creativa a partir del encuentro.

Hay algún pasaje en el que se describen las vistas desde el avión o se atraviesan fenómenos meteorológicos, y algún momento en el que los protagonistas de la aventura debieron de pasarlo mal. Pero eso no impide que la impresión de belleza y de epopeya se imponga con alegría. Estamos frente a un relato en el que se nos habla de distancias y de culturas, pero en el que no existen las fronteras, ni las físicas, ni las geográficas ni las mentales. Estamos ante una autora agradecida por vivir, y eso, a su vez, lo agradece el lector. Será ella quien mejor lo exprese al inicio del libro: «Y es que, aunque suene paradójico, cuanto más irreal se vuelve una experiencia —traspuesta la acción real en palabras irreales, símbolos muertos de la propia vida—, más vívida resulta. Y no solo parece más vívida, sino que su núcleo esencial se esclarece».

lunes, 24 de febrero de 2025

LAS BARRERAS DE ARENA

 

Las barreras de arena

Jean-Yves Jouannais

Traducción de José Ramón Monreal

Acantilado

Barcelona, 2025

171 páginas

 



Lo único que puede existir más efímero que una modificación en la arena es una modificación en el viento. El aire existirá siempre, como existirá siempre la arena. Así pues, en algo parecen asemejarse, al menos mientras no intervenga el hombre, pues al viento lo más que le podemos sacar es un poco de su arrebato para mover unas palas, mientras que la arena nos sirve, y mucho, en la construcción. Para que la construcción sea útil precisaremos de otros materiales a los que añadiremos la arena, porque de lo contrario, una construcción de arena será efímera, en ocasiones por culpa del viento, pero las más representativas a causa del agua, a causa del mar. En la infancia nada hay tan entretenido como construir castillos en la playa, en la zona donde sabemos que los devorará una ola en cuanto suba la marea. Construirlos significa reconocer que parte de la diversión es el derribo. Pero este sucede lenitivamente, no con explosiones. Así suele actuar la erosión, esa es una buena costumbre de la naturaleza. A partir de esa conciencia, Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964) nos regala otro delicioso ensayo, unos años más tarde, en el que nos devuelve el enamoramiento que sentimos con El uso de las ruinas.

Volveremos a reconocer la influencia de Borges, que es una categoría taxonómica en literatura. Pero ahora añadiremos alguna más, como las de los historiadores clásicos griegos y latinos, desde Heródoto a Tácito. E incluso en algún momento puede aparecer Proust, añadiendo su carga de profundidad a la sensación de lo efímero que transmiten los textos de Jouannais. Esta afirmación, esta contradicción de términos, carga de profundidad y efímero, es la gasolina que va cargando el motor con el que avanzamos en la lectura. El autor emprende una investigación acerca de la historia de las construcciones bélicas, y ese interés, que va sustituyendo en su biblioteca a las anteriores pasiones, sirve para implicarse en una exploración de algo tan esencial como es el reconocimiento del fin tras la necesidad del combate y de la defensa. Cabe una lectura metafórica, aunque lo que se impone es el ensayo que explica su propia construcción, el metaensayo, algo así como el relato que sustituye al ensayo sin abandonar sus intenciones académicas ni divulgativas. Hay mucho de conciencia literaria en un autor que no abandona su intención de aprender e invitarnos a acompañarle en lo que va aprendiendo.

Jouannais nos advierte, en algún momento, que la historia de la guerra no debe ser el relato de aventuras al que nos acostumbraron. Detrás de cada saco de arena con el que se construyó una barrera hay sudor humano. Aunque la lectura de este ensayo a lo que más se va asemejando es a esa mezcla de ensayo y ficción que practicó Borges, solo que en el caso del autor argentino la balanza se inclinaba hacia la sorpresa de su propia imaginación, y en este caso lo que nos sorprende es el descubrimiento, también imaginativo, de la realidad, si es que la historia la podemos considerar realidad. Volvemos a estar frente a un libro delicioso, a una de esas pequeñas joyas que nos llegan a cuentagotas cada año. Una lectura muy recomendable.

miércoles, 19 de febrero de 2025

NIÁGARA

 

Niágara

Joyce Carol Oates

Traducción de Carme Camps

Lumen

Barcelona, 2025

716 páginas


 


«En Troy, Nueva York, al parecer se dejaban de decir muchas cosas. Por tacto, por bondad, por lástima». La frase se encuentra en una de las primeras páginas de esta novela, Niágara, y tal vez defina mejor que ninguna otra una de las principales pretensiones de la narrativa de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938): hay que conseguir decir todo, o al menos lo que de verdad importa, sin olvidarse del tacto, la bondad y la lástima. En esta ocasión, Oates nos habla de una familia encadenando la suerte de cada uno de los miembros de la misma. Comenzamos conociendo a la madre, que vive el suicidio de su primer marido al día siguiente de la boda, tras un compromiso sin motivo, comprometido y un tanto convulso. En el mismo sitio de la tragedia conocerá a su segundo marido, que se enamorará de ella ciegamente, y allí, en la zona de las cataratas de Niágara, se instalarán y tendrán tres hijos. O al menos ella tendrá tres hijos, pues se siembra la duda acerca de la paternidad del primero, y esta duda contribuirá a la construcción del carácter de todos.

A continuación, seguiremos al marido, abogado de éxito que se embarca en un proyecto condenado al fracaso, debido a que conoce a una mujer que despierta en él no el deseo sexual, sino el deseo de ser Robin Hood. El impulso es muy potente y conlleva éxito en muy pocas ocasiones, pues lo normal es que implique más y más tragedia.

Una elipsis temporal nos llevará a varios años más tarde, para seguir a cada uno de los hijos, dos muchachos y una muchacha, la hermana pequeña, en unas situaciones en las que el factor común son las relaciones de pareja excéntricas, divergentes, tanto como lo son los personajes que Oates ha ido creando. A medida que avanzamos en la lectura, nos vamos dando cuenta de que se está componiendo un relato social, de que lo social se impone, a pesar de que bien podríamos estar callados dado lo peliagudo que puede resultar, por tacto, por bondad o por lástima. «Había estudiado ciencias, y debería haber estudiado derecho también. Porque (estaba empezando a verlo) el mundo es un juicio continuo, argumentos entre adversarios en busca de justicia (escurridiza, seductora)», afirma, sobre uno de los personajes, pero dando a entender el tipo de relación que tienen todos con el mundo inmediato.

El punto fuerte de la novela vuelve a ser la compensación maravillosa con que combina Oates lo creíble con la imaginación. En cada ocasión nos está llevando al límite de lo verosímil, tensando, pero manteniéndonos dentro de un pacto narrativo que convence, que nos empuja dentro de la novela, por muy a contra de naturaleza que sucedan los hechos que relata. Será la inseguridad patológica de la madre, una mujer que se considera a sí misma inacabada, el personaje que se mantiene vivo a lo largo de todas las páginas, la que contribuya a generar esa atmósfera exigente, pero respirable a pesar de todo: «Con los años se convertiría en una mujer que esperaría lo peor para liberarse de la ansiedad de la esperanza». La ansiedad de la esperanza es un género sentimental atractivo y un tanto gótico.

Los personajes de esta familia, aunque se vea más claramente en el caso del padre, están constantemente eligiendo entre la vida y la conciencia, sin que ese debate genere nada benigno. En ocasiones, eso sí, asoma el amor, o el cariño, sobre el barro de la miseria social, como asomaría la mano de quien se está terminando de hundir en un charco de arenas movedizas. Las relaciones entre humanos son tensas, hasta llegar al extremo de presentar al primogénito como un pacificador voluntario en un caso de secuestro con arma de fuego, porque el peso del pasado, que se ha ido acumulando página tras página, está en brega por ser superior al del fluido desalojado, es decir, al de aquello que te ayuda a flotar. Joyce Carol Oates vuelve a demostrar que es una novelista de raza, sin fisuras, que es una candidata seria al premio Nobel y que merece figurar en lugar preferente en nuestras estanterías.


Fuente: Zenda

martes, 18 de febrero de 2025

HABITACIÓN SIN VISTAS

 

Habitación sin vistas

Dror Mishani

Traducción de Sonia de Pedro

Anagrama

Barcelona, 2025

184 páginas

 



Si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, hay momentos en que deberíamos pensar que ese tipo no merece mucho la pena. Estamos asistiendo a un episodio de violencia brutal en la región donde se enclava Palestina e Israel, sin dejar de exclamar ¡qué barbaridad!, pero sin que se nos caiga el palillo de la boca. Somos más conscientes de la brutalidad que de la razón humana, esa de la que Dios debió dotarnos si nos construyó a su imagen y semejanza. Claro está que el Dios del Antiguo Testamento también tuvo sus momentos impulsivos, de una agresividad desesperante. ¿Qué diablos es lo que somos? Lo que debe de distinguirnos de Dios es la parcialidad: si él observa al planeta en su conjunto, nosotros apenas podemos atender a lo que alcanza nuestra aura, que es poco más allá del límite que marca nuestra piel. El solipsismo es una forma extrema de subjetivismo según la cual sólo existe aquello de lo que es consciente el propio yo, es decir, lo que percibimos cerca. La suma de los solipsismos sería la definición de la humanidad entera. Algo de este espíritu recorre el diario que Dror Mishani (Holón, 1975) ha escrito desde el 7 de octubre de 2023. Este escritor israelí es, ante todo, un padre de familia. De esto es de lo que más nos va a hablar, de su gente, de la preocupación por los seres queridos.

A lo largo de los días sus impresiones evolucionan, comenzando, como no puede ser de otra manera, con cierta sugestión social, justificada, por el terrorismo: «Marta no es judía, no ha crecido ni se ha educado en Israel, por lo que no conoce el horror en que se fundamenta el alma israelí», dice sobre su mujer. Lo que no cambia, en ningún momento, es su espíritu pacífico, antiviolento, su convicción de que cualquier solución pasa por eliminar la violencia hasta de lo más recurrente de nuestro lenguaje y, por supuesto, de todos nuestros actos. La única forma de entendernos es erradicando la agresividad. El problema es de contaminación. Por eso él no abandona sus principios literarios: «Yo prefiero tener una visión que se detenga en los pequeños detalles de la escena, en las pequeñas historias de la gente normal y corriente». Y entre esa gente se encuentra su hija, que piensa que hasta los niños palestinos quieren matar a los judíos, o su hijo adolescente, centrado en su mundo interior, ese que le protege a la vez que le aísla.

Pero Mishani no se quedará ahí y saldrá a la calle, y un poco más allá, impulsado por la curiosidad, que es otra herramienta literaria a la vez que una cura para los posibles efectos negativos del solipsismo. Si durante páginas se ha centrado en los efectos del horror sobre su familia y vecinos, sobre sus condiciones de vida, poco a poco va apuntando a la existencia de otra gente que también sufre. Hacia la mitad del libro podemos asistir con él a un episodio en unas huertas próximas a la frontera con Gaza, en el que el contraste sintiente es evidente: «Al otro se encuentra Gaza. El eco de las explosiones de las bombas que lanzan los aviones del ejército israelí se oye todo el tiempo. También el sonido de los helicópteros y los drones de combate», es lo que comenta acerca de lo que les sucede a los palestinos; mientras tanto, de este lado: «En esos campos se cultiva una quinta parte de las lechugas que se consumen en Israel, y ya se está notando su escasez en los mercados».

«—No, no considero que los de Hamás sean peores que los nazis —respondo con calma (dirigiéndose a su madre), aún si alterarme—. Además, a mí lo que me da miedo son las consecuencias de esta guerra para nosotros y la desgracia que vamos a provocar ahora en Gaza y que de forma indirecta también va a afectar a Israel. Nada justifica la matanza que llevó a cabo Hamás, pero no creo que lo que hicimos antes y continuamos haciendo ahora nos ayude a evitar la próxima masacre. La crueldad de Hamás el sábado negro no justifica de modo retroactivo años y años de dominio sobre la vida de los palestinos.»

Van a ir asomando, así, poco a poco, sus preocupaciones, su reivindicación del respeto, que es como intenta relacionarse incluso en tiempos violentos. Intenta conciliar, porque su única certeza es que no estamos solos y por lo tanto es imperativo facilitar la convivencia, aunque no puede evitar su condición cultural heredada, tan naturalmente aceptada como si se tratara de un rasgo biológico. Y, mientras tanto, se refugia en el Libro de Ezequiel o en La Ilíada. Para nosotros, este diario es una ventana a una región de la humanidad que de otra manera no conoceríamos, que está oculta por las bombas y las declaraciones de quienes pretenden dirigirnos. Si cabe la posibilidad de que Dios hiciera un buen trabajo creándonos a su imagen y semejanza, será a través de los principios que defiende Mishani.

viernes, 14 de febrero de 2025

HISTORIA NATURAL

 

Historia natural

Andrea Barrett

Traducción de Magdalena Palmer

Nórdica

Madrid, 2025

235 páginas

 

 


No es que queramos desvelar el final del último (y tal vez más importante) de los relatos que componen Historia natural, pero la propia Andrea Barret (Boston, 1954) nos facilita una buena pista sobre la intención, y el logro, de su literatura: «”¿Por qué?”, le preguntaba la gente (…) solo podía decir que no lo sabía (…). Que se había sentido sola en su antigua vida». Pero la soledad no acaba ahí: el personaje se ha sentido fagocitado, ha dudado sobre si pertenece a un grupo y ha temido pertenecer a él. Odia y ama su trabajo, porque le gusta la actividad, pero la aleja del mundo. Desprecia y necesita los halagos. No puede dejar de pasar por el mundo sin dejar cicatrices y sin llevarse algunas cicatrices puestas. Y luego están los cambios, que se nos imponen o que no llegan a suceder porque nos encabezonamos en permanecer, o que somos nosotros los que cambiamos, o no, o que lo único que cambia es la ciencia. No saber y pasar por el mundo dándonos cuenta, en definitiva, de que sí vamos aprendiendo. Así se manejan los personajes de estos relatos, que son figuraciones que pertenecen todos a un mismo grupo, a una misma familia y al entorno de esta familia. De hecho, se incluye, unos árboles genealógicos entrelazados a modo de apéndice para poder seguir los vínculos entre los personajes.

Barrett vuelve a utilizar voces de narradores tranquilos, a veces en primera persona, otras en tercera, para mostrarnos trozos de vida. No hay grandes fantasías ni enormes golpes de efecto, pero sí la afectación que nos puede provocar sentir que lo que estamos leyendo ha podido ser real, y como tal merece la pena contarse. Comienza por llevarnos a la época contemporánea de Darwin, lo cual no es una coincidencia en esta autora, aficionada a la historia natural, amante de la ciencia y la naturaleza. Y a medida que vamos avanzando cronológicamente, con cada relato, se la época queda como algo más que un decorado, es una condición. No se trata de que subyugue a los personajes, sino de que les centra en lo que atañe a la relación: van cambiando las inquietudes, van evolucionando las actividades, y tanto inquietudes como actividades están enfocadas al conocimiento, a las ganas de ampliar el mundo.

Estamos ante un elenco de personajes femeninos, muchas de ellas mujeres naturalistas, de origen más bien humilde. La intención de Barrett es una digna y serena reivindicación de mostrar que la historia no es lo que figura en los libros de texto, sino aquello que le ha ido sucediendo a las personas. Sí que el tiempo que nos toca vivir nos impone muchos sesgos, pero Barrett también nos habla sobre lo universal, aquello que se da entre las relaciones, entre los seres humanos y entre los seres humanos y el entorno natural, que ha sido, es y será universal. Uno se atrevería a decir que eterno si no es por que teme que la muerte de la historia natural del planeta esté en ciernes.

El libro se termina con el relato que da título al volumen, en el que comprobamos que lo que más posibilidades tiene de salvarnos, lo que nos hace humanos, sigue siendo la memoria. Y esta memoria es personal, por supuesto, pero también familiar. Andrea Barrett ha compuesto un bonito libro sobre los asuntos que más importan y menos histeria producen, lo cual es muy de agradecer en los tiempos que corren.

martes, 11 de febrero de 2025

EL VIAJE

 

El viaje

Estíbaliz Madrazo San Emeterio

Nazarí

Granada, 2024

166 páginas



 

Vivir consiste en ir descubriendo que uno está vivo. La palabra clave de la afirmación es el verbo descubrir. No se trata de caerse del caballo durante el camino a Damasco, una y otra vez, porque no es necesario un golpe tan fuerte. A veces basta con mirar alrededor. Y si lo que uno encuentra no es lo bastante sugerente, o es demasiado conocido, puede largarse a otro lugar que le facilite los descubrimientos. Si tienes dentro un alma con algún rasgo de poeta, al regreso estarás en condiciones de descubrir, o de volver a descubrir, como si nunca lo hubieras hecho, aquello que creías conocer.

El mérito de Estíbaliz Madrazo San Emeterio (Bilbao, 1979) en este dietario que se titula El viaje, es el de una persona convencida de que es posible mantener, a lo largo de muchos años, una mirada no contaminada. La obra se ha ido gestando a lo largo de diecisiete años, aunque uno debe añadir que son esos años más toda la vida. Aunque incluye algunos apuntes desde otros lugares, el grueso del dietario está escrito en Ciudad de Guatemala, Buenos Aires y Bilbao. Los tres lugares donde se ha formado la autora que confiesa, en una de las primeras páginas, el sentido de estos viajes: «Ahora que me estoy quedando sola conmigo misma, empezando a querer y a quererme mejor, es como si tocara el fondo de las cosas y ya no sé siquiera cuáles son las preguntas». Es posible que a la hora de la verdad no existan tales preguntas. Es posible que el descubrimiento sea más fructífero si uno no sabe lo que busca, pues se trata de estar abierto a que la vida te sorprenda.

Durante su estancia en Guatemala, la autora se centra en microhistorias, en anécdotas, en sucesos, en lo que le sale al paso, mientras que más tarde y, nos atreveríamos a decir, más madura, durante los años de estancia en Argentina, se vuelve reflexiva. A ambos sitios acude como cooperante, es decir, a ambientes en los que va a reconocer la necesidad, y en ambos lugares recurre, de vez en cuando, a la poesía, que es lo que nos salva en los peores momentos de crisis. Es sensible y no esconde que se ve afectada. De hecho, demuestra que afilar los sentidos en condiciones sólo puede significar estar dispuesta a mostrarse sensible con lo que sucede al otro lado de la piel. Pero eso afecta al interior, y así nos va descubriendo lo que la ha construido, o al menos lo que ella considera que la ha construido, dejando este libro entre esos del género que podrían llevar por subtítulo una confesión. Escrito con sencillez, en este dietario subyace constantemente la cuestión de la felicidad, tomándose a uno mismo por el mejor registro: ¿soy feliz? ¿Qué me hace feliz? No se trata de definir la felicidad, que es un concepto confuso, sino de sentirla, que es un sentimiento claro:

«Percibir el movimiento. Ser consciente de mí en este momento. Atreverme a soltar. Reconocer la atracción, el encanto, el enamoramiento, como expresión de Amor que sostiene la Vida. Celebrar que lo que me apasiona vivir no es solo mío, sino cómplice del universo. Recorrer el laberinto con asombro e impaciencia. Conmoverme por la sensación de que todo lo que sueño, lo que anhelo en este tiempo, ya lo viví, lo estoy viviendo. Saber que tengo el coraje para decidir y actuar. Sentir que es tiempo de sacarme los zapatos y correr hacia el mar.»

lunes, 10 de febrero de 2025

VICTOIRE

 

Victoire

Maryse Condé

Traducción de Martha Asunción Alonso

Impedimenta

Madrid, 2025

257 páginas

 



«En estas páginas pretendo reivindicar el legado de una mujer que, aparentemente, no dejó ninguno». La frase la escribe Maryse Condé (Guadalupe, 1937 – Gordes, Francia, 2024) poco antes de llegar a la mitad de la obra. Victoire, que es quien da título a la narración fue su abuela o, como se subtitula en esta edición en castellano, la madre de su madre, en un giro que parece innecesario, pero no lo es: el libro busca explicar una parte de lo que ella es a través de una parte de lo que fue su madre, reivindicar, en la medida de lo posible, cómo nos construimos y por qué nos hemos construido así. En el original en francés, el subtítulo es les saveurs et les mots, algo así como sabores y palabras, en clara referencia a lo que llenó la vida de la abuela, la cocina, y la de la autora, la literatura. La investigación a la que se somete Condé para ser tan fiel como pueda a la realidad que vivió su abuela, le da a la obra un tono explicativo, que nos indica que se trata más de un estudio que de una obra de invención. Nos hallamos frente a la voz de alguien tan consciente de su cometido que para ser sincera, para recrear con sinceridad, trata de no permitirse juegos florales. De lo contrario, caería demasiado en una mitificación que dejaría al lector demasiado expuesto emocionalmente.

Esta distancia obedece a la intención de mantenerse firme en el impulso que genera el relato, y que no es otro que el de saber quiénes somos a través de conocer de dónde venimos. Para ello no sólo dispone de los actos y las reacciones de Victoire, sino también del conocimiento de cómo se vivía en una época de la que apenas conocimos nada y que, dada la veloz evolución del mundo, se nos antoja ficción. La obra tiene así un cierto ambiente coral, una acción en la que los vínculos son la fuente de las actuaciones de unos personajes que viven como si se estuvieran inventando el mundo. Dentro de ese grupo de gente, Victoire pertenece a quienes habitan dentro de una cadena de calvarios, a los que sufren humillaciones. Las miserias, los marginados y los marginadores, el racismo y el clasismo, todo lo que tenga que ver con expresiones humanas y sociales de amor y odio, son el motor y la gasolina de esta obra. Siendo así, la relación entre Victoire y su hija, la madre de Condé, tendrá que ser incómoda, por momentos incluso ausente, en ocasiones áspera. No se impone la ternura, que no deja de estar ahí, al fondo, casi más como deseo que como realidad. Para Condé este lazo es fundamental, dado que así va conociendo a la madre que la educó a ella, dado que esta cascada de orígenes de tantas cosas, mayormente de afectos, la ayuda a entender a su madre y a conocerse mejor a ella misma. En realidad, este tipo de trabajo deberíamos intentar ponerlo todos en práctica, parece ser una de las principales intenciones de la autora, porque esta suerte de reconciliación es imprescindible a la hora de vivir en calma sobre la superficie del planeta.

Hay dos factores especialmente emotivos que quisiéramos destacar: el primero es musical, es la intervención constante del aria de la Habanera de la ópera Carmen, de Bizet —El amor es un pájaro rebelde / que nadie puede dominar—, donde se habla de la dificultad para entablar relaciones de amor compensadas; el otro es ese ambiente en el que parecen convivir, en el que da la impresión de que cada uno habita dentro de su soledad y que sólo en ocasiones se comparte. Sólo por esta inquietud que genera, sobre el amor y la soledad, Victoire ya merece ser leída. Estamos frente a una mediación para reflexionar sobre lo que nos enturbia y lo que nos puede hacer felices.


Fuente: Zenda

viernes, 7 de febrero de 2025

TAL VEZ VIAJAR en CULTURAMAS

 

Tal vez viajar

Ricardo Martínez Llorca

La huerta grande

Madrid, 2025

260 páginas

 

Por Carlos Marín

 


La sensibilidad es un bien escaso. En el campo de la literatura, se ha confiado con demasiada frecuencia a la poesía, en raras ocasiones al relato y, desde luego, casi nunca al ensayo. De hecho, cuando ha querido aparecer combinando percepción y pensamiento en prosa, nos ha entregado algunas de las mejores páginas de la historia, como en El libro del desasosiego. Este ensayo que tenemos delante, este tratado sobre el viaje, a lo que más nos recuerda es al espíritu con el que está escrito el libro de Pessoa. Y en la comparación no desmerece. La sensibilidad que demuestra Martínez Llorca nos hace pensar que ésta es una forma de inteligencia, que la sensibilidad es tal vez la versión más respetable de la inteligencia, si es que no son la misma cosa. No es la primera vez que nos lleva a estas reflexiones: ahí está su ópera prima, la novela Tan alto el silencio, o el estremecedor libro testimonial Luz en las grietas, ambos, como este Tal vez viajar, vinculados a la aventura que supone la mochila, la naturaleza, lo ajeno, la montaña, un territorio donde Martínez Llorca se mueve como pez en el agua. Pero no será un pez cualquiera.

La elegancia en el tono que sostiene este ensayo se convierte en una carga de profundidad en el oído y la comprensión del lector. Cada párrafo puede obligarnos a detenernos un buen rato para profundizar en su significado. Martínez Llorca no escribe utilizando calderilla y ha construido un libro que no es apto para los amantes de la velocidad.

La obra se construye en distintos capítulos que atienden a diferentes parcelas del viaje: el turismo, los tópicos, el miedo, la aventura, el sueño, la emulación, el neocolonialismo, las redes sociales, la lectura, la libertad, caminar, el mestizaje, el nómada frente al sedentario, el colapso y la desaparición de la naturaleza y las culturas, etc. Aunque bien sabe Martínez Llorca que las emociones y sentimientos son casi imposibles de compartimentar, de ahí que subyazca a lo largo de todo el ensayo el mismo espíritu, el de alguien que lamenta que el mundo entre en mala deriva, entre otras razones debido al exceso de turismo. Es bien sabido que esta costumbre que ha adquirido la gente, convencida de la necesidad de moverse utilizando el verbo viajar cuando quiere decir hacer turismo, está reduciendo el mundo a una máscara. Desconocemos qué tipo de viajes protagonizaba Martínez Llorca, aunque es fácil deducirlo cuando él afirma que al viajero que más le hubiera gustado acompañar mientras leía sus libros es a Paul Theroux: un tipo tranquilo que busca lo especial en la tranquilidad.

No es casualidad que el ensayo lleve por subtítulo Agenda de jardines, oasis, horizontes: jardines y oasis constituyen un fenómeno similar, son islas en medio de los desiertos, los naturales y los de cemento; en cuanto al horizonte, se nos viene a la cabeza esa afirmación de Eduardo Galeano cuando decía que la utopía sirve para caminar, pues otro tanto sucede con el concepto de horizonte que defiende Martínez Llorca, un lugar que jamás alcanzaremos, pero siempre motivará a intentarlo. Lo importante es no rendirse.

Acaba de empezar el año y ya tenemos sobre la mesa un ensayo que, nos atrevemos a decir, puede competir por ser el mejor libro de 2025. Una obra depuradísima, que no sabemos cuánto tiempo ha necesitado para redactarse, pero está escrita a lo largo de toda una vida. Uno de esos libros que el autor ha necesitado detenerse para poder escribir. Martínez Llorca confiesa que la enfermedad le obligó a cambiar de estilo de vida, como le ocurriera a Manu Leguineche, pero gracias a esa enfermedad Leguineche nos entregó La felicidad de la tierra, que es una obra genial. Tal vez viajar es otra de esas obras magníficas que debemos al malestar que sólo se puede combatir con el alma de un poeta.

 

domingo, 2 de febrero de 2025

ANTOLOGÍA DE SPOON RIVER

 

Antología de Spoon River

Edgar Lee Masters

Traducción de Eduardo Moga

Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2025

693 páginas

 



Cuando Luis Mateo Díez matiza en la presentación el sentido de la obra, acierta como acierta no ya un lector, sino un creador: «Su cósmica verbalización de voces, ensueños, amargura, injurias, deseos abortados, reformas traicionadas y, en fin, vidas sin sentido que se yerguen majestuosas contra el miedo y las contrariedades que las despedazaron, es fruto de una imaginación que pertenece a la literatura universal». La enumeración descriptiva se completa más adelante cuando menciona «esa fina hebra de pasiones, éxtasis y locura que componen los trabajos y los días del común de los mortales». Edgar Lee Masters (Garnett, Kansas, 1868 – Melrose Park, Pensilvania, 1950) hace en esta Antología de Spoon River, una de las obras más magníficas que ha dado la poesía estadounidense, una recreación emocional de toda una civilización encerrada en su microcosmos. Para ello elabora los epitafios de sus habitantes, es decir, imagina que está paseando por un lugar colmado de fantasmas.

Estos versos, que atribuye a lo que dicta uno de los personajes, podrían muy bien representar el sentido de la obra: «y vosotros, que deambuláis por entre las tumbas, / creéis saber de la vida. / Creéis que vuestros ojos abarcan un ancho horizonte, quizá; / en realidad, solo veis el interior de vuestro tonel / (…) /Estáis sumergidos en el tonel que sois. / Los tabús, las normas y las apariencias / son las duelas de vuestro tonel». Resulta abrumador pensar en lo universal que es esa advertencia. Lo común a cada uno de estos habitantes es la dificultad de vivir, el estúpido sentido que da el pensar para qué ha vivido uno. No se trata del sentido de la vida, de por qué vivir, sino de para qué. Están al otro lado de la tumba, donde se supone que ya no tienen cuentas que rendir, y ahí desatan todo tipo de miserias humanas, en toda suerte de volúmenes, explicando que sí existe el bien y el mal, sobre todo el mal, tan ligado a la estupidez, a las debilidades, el que genera el malestar de las deudas pendientes.

No se cuentan las historias, y sin embargo se apuntan con tal fuerza que uno da por supuesto que tras cada vida hay una gran novela. Una descomunal novela si tiene en cuenta que las vidas se entrelazan, de manera que Spoon River es un lugar que haría parecer el tránsito por Macondo o por Yoktapanawpha algo así como un paseo por el parque una mañana de domingo. La construcción, y la medida de la construcción del relato coral, queda a la imaginación del lector. Y espolear la creatividad de quien recibe la poesía es uno de los grandes logros literarios que se pueden alcanzar. Ya solo por eso, sabemos que Antología de Spoon River es una obra maestra. Marcharemos con cuidado sobre las tumbas y entre los espíritus, que construyen un lugar en que no se desea vivir, un lugar donde haber nacido nos habla de la maldición del destino, que es la primera de las injusticias a la que nos enfrentamos. Y esta obra no deja de ser una denuncia constante de injusticias.

Las pérdidas, el desgaste de haber vivido, los sucesos que se imponen sobre las voluntades, los culpables y los diferentes grados de crueldad, atraviesan todos los versos de unos personajes que enuncian parte de los secretos, pero tal vez no el contenido completo de cada secreto. Al fin y al cabo, la voz es algo subjetivo. Hay, eso sí, un trasfondo de querer honrar a la comunidad, un concepto que indica que este pudo haber sido un gran sitio si tal vez las circunstancias hubieran cambiado. Pero los pequeños gestos, los que definen la personalidad de cada individuo, los que nos empujan a querer saber más de ellos, no pueden nada contra una vida que les ha arrollado.

Galaxia Gutenberg ha fiado la edición a Eduardo Moga, que ya hiciera un excelente trabajo en la traducción de Hojas de hierba. Ofrecer una edición bilingüe es todo un acierto y permite disfrutar y entretenerse más tiempo en estas páginas que, repetimos, son una de las más grandes obras de la literatura universal. Bienvenidos a Spoon River, un lugar que visitaremos miles de veces y en cada ocasión entendiendo que estamos yendo un paso más allá en las virtudes de la obra, que son infinitas.