Episodios en la vida
de una esclava
Harriet Jacobs
Traducción de Carla Fonte
La Navaja Suiza
Madrid, 2022
332 páginas
El problema de recordar
es la tentación al desgarro o la tentación a la melancolía. De la segunda
apenas nos libra agarrarnos a una botella de vino o la química del alprazolam,
que parece el recurso al que más se acude. En cuanto a la primera, bien podría
ser un derecho que deberían ejercer unos pocos, pues a casi todos los demás se
nos podría tachar de autocompasivos, no sin faltarle razón a quien nos
atribuyera ese carácter. No deberíamos quejarnos ni deberíamos llorar por el
pasado, y deberíamos mostrar suficiente respeto hacia la memoria como para recordar
con cierta armonía, o al menos expresarnos con suficiente suavidad, incluso
cuando no son muchas las cosas agradables que a uno le han sucedido.
Este es el resumen que
uno puede hacer sobre el espíritu de este libro de Harriet Jacobs (Edenton,
Carolina del Norte, 1813 – Washington D.C., 1897). El título nos pone en
guardia y sabemos que la biografía que vamos a enfrentar no estará llena de
momentos azules y sí de supervivencia. La esclavitud empieza con el nacimiento
y es una condena que implica demasiado peso. No hablamos de grilletes, hablamos
de infiernos.
Y, sin embargo, Jacobs es
capaz de emprender la tarea con un pequeño tono de ternura, desde la
perspectiva que da el saberse mujer libre. No hay afán de aturdir o de hacernos
saltar las lágrimas. Leemos sus renuncias, sus miedos, su huida, su tortura
escondiéndose durante meses en una buhardilla en la que sólo podía estar
tumbada, el forzoso abandono de sus hijos para salvar el pellejo, y aun así,
teniendo todo el derecho del mundo a escribir con el cuchillo entre los
dientes, nos sorprende con su mirada serena, con su dictado sin filo, con su sobriedad.
Jacobs no puede olvidar y cree que para que no olvide la humanidad lo que significa
este terror, debe contarlo. Y lo cuenta como si estuviera hablando a los niños
de un colegio, a los ancianos de una residencia, a los lectores que quieren
saber y hasta a los cobardes que prefieren ignorar, porque creen que conocer de
primera mano que en el planeta existen miserias es una estrategia para
amargarles la vida. Y en la de Jacobs no hay momentos de felicidad, que es algo
de lo que cualquiera podríamos presumir, aunque sea ese instante idiota de una
mañana de primavera en el que quisiste sonreír sin saber por qué, tal vez
porque el sol se asomó a la ventana.
En una época en la que se
habla tanto de resiliencia, cuando a lo que nos enfrentamos es a la
desconfianza o a un muro económico, conocer el testimonio de quien recuerda el
infierno sin caer en el desgarro ni la melancolía es abrir una ventana para que
entre aire puro. Y después podremos volver al trabajo y al descanso.