jueves, 30 de septiembre de 2021

AGUA DULCE

 

Agua dulce

Akwaeke Emezi

Traducción de Arrate Hidalgo

Consonni

Bilbao, 2021

241 páginas

 


El personaje es “una niña precoz pero de moratón fácil, constantemente perforada por el mundo, por las palabras, por las burlas de Chima y sus amigos, que se reían de su cuerpo porque era blando y redondeado”. 

O, al menos, ese es el personaje durante la infancia. Lo cual apunta a una novela de crecimiento, una novela de aprendizaje, que se nos presentará de una forma muy imaginativa, o al menos muy imaginativa para el contexto del mundo occidental. Son tres las voces que nos irán hablando, aunque una de ellas, la de la propia protagonista, de forma muy ocasional y para recitar un poema o expresarse de manera epistolar. Las otras dos voces pertenecen al interior de la protagonista. Si Virginia Woolf nos mostró que se podía escribir una novela que sucediese por entero dentro de la cabeza de un personaje, Akwaeke Emezi (Nigeria, 1987) nos enseña que dentro de un personaje, de una persona, existe algo más que lo que protege el cráneo. Por un lado están esa voz que habla en primera persona del plural, Nosotres, que se traduce en un término de vocal final neutra significando la universalidad, pues se trata de una suerte de demonios, de conciencias, de dioses interiores que afectan a hombres y mujeres. Se nos presenta, en buena medida, como parásitos de los que dependemos para fraguar un diálogo interior, incómodo, eso sí, sobre el que ir creciendo. Tal vez el fundamento sea una suerte de animismo, considerando que nos habitan múltiples seres, que el principio vital debería administrarse en plural, que somos poliédricos y que somos líquidos.

Regidos por esos Nosotres, la vida se muestra en toda su dureza. Los años de infancia, en África, nos hablan de la crueldad que supone empeñarse en permanecer vivo. Para sobrellevarlo, el punto de vista desarrolla la narración con un cierto empuje surrealista, como si el mundo no estuviera plenamente escrito antes de conocerlo, sino que se fuera escribiendo a medida que uno despliega las palabras. Da la sensación de que la autora ha puesto no ya el lenguaje, ni siquiera la estructura, sino las vidas de los protagonistas a fermentar. Es una narración algo febril que tendrá su contrapunto en la segunda voz.

Y esta segunda voz surge desde lo oculto cuando la protagonista, ya adolescente, ya emigrante en Estados Unidos, descubre el sexo. Y junto al sexo una nueva forma de relacionarse con la gente. El relato pasa a ser más concreto, más mundano, en manos de este otro ser que la vigila, la acompaña, y la ocupa con toda su voluntad cuando hay ocasión de entregar la carne al hombre que la gusta. La protagonista es una marioneta de sí misma y va explorando, en los vuelos a los que le llevan los seres que la habitan, los límites de lo humano. La novela nos habla de nuestros fantasmas y de cómo aceptarlos, de lo imprescindible que es saber que no somos un ser unificado. Es una invitación a la psicoterapia a través de una lectura metafórica de nuestra consistencia, si es que lo que somos, seres desmigados que luchan por recomponerse, se puede llamar consistencia. Emezi consigue, así, una novela muy interesante, que por momentos nos lleva a explorar la cantidad de lo interesante que somos capaces de soportar.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

EL SENTIDO DEL ASOMBRO

 

El sentido del asombro

Rachel Carson

Traducción de María Ángeles Martín R-Ovelleiro

Encuentro

Madrid, 2021

85 páginas

 


Pánico viene del dios Pan, que era quien asustaba a los pastores y caminantes escondiéndose en el bosque para provocar ruidos aterradores. Nadie puede sentir temor en el bosque cuando estos ruidos forman parte de su vida, han sido uno de los fundamentos de su educación sentimental. Sentados en cómodos sillones, estos primos de los monos que ahora somos dejaron de comulgar con los árboles de los que descendió nuestro antepasado para agarrar un garrote. Ahí arriba siguen habitando aves e insectos, seres medianos y pequeños que forman una población sanísima, que se integra con una vegetación siempre dispuesta a curar sin necesidad de que sus principios activos se destilen en fármacos. Es necesario recuperar nuestra capacidad de convivir en la naturaleza para eludir las neurosis que hemos inventado enlazadas a la civilización que fuimos creando. La propuesta de Rachel Carson es muy sugerente: apartar los datos que confundimos con conocimientos para quedarnos con la esencia vital. Y para ello, sugiere, el adulto debe abandonar esa pose de maestro que tiene algo de solemne, y dejarse llevar por el sentido del asombro que tuvo siendo un niño, el que conserva el niño que camina a su lado.

En la antigua Grecia la instrucción se destinaba a los esclavos, en tanto que los hombres libres eran educados según la paideia, que proviene de la palabra niño y es el origen de lo que hoy conocemos como pedagogía. Tal vez no haya sido buena idea transformar la paideia en una ciencia. De hecho, la instrucción que recibían los esclavos se asemeja mucho a las fórmulas educativas actuales, las más académicas, las que no han recibido ninguna reforma contundente desde la época de la Revolución Industrial. Se forman alumnos como se extraía carbón o se montaba un coche en una línea de trabajo fordiano. Carson propone olvidar el contenido y atender al proceso. ¿Qué pretende, esencialmente, este proceso? Algo tan sencillo como mantener una curiosidad purísima, la que uno necesita para madurar, para crecer. Refugiarse en los datos que llamamos conocimiento, no implican mejorar a la persona, y en lo que atañe a la madurez no cabe quedarse estancado: si uno no progresa, retrocede, se hace cada día más pequeño.

Carson acude al bosque, de la mano de un niño, para conversar con él, como conversaban los hombres libres, los que se estaban formando como ciudadanos, en el ágora. Lo que sucede es que la conversación con la naturaleza no es igual al diálogo socrático. Se trata de un modo de conversar en el que uno se funde con el paisaje, convencido de que el paisaje nos construye más de lo que creíamos. Como lo demuestran las neurosis vinculadas al mundo urbano. Como lo ha demostrado Thoreau, Amy Liptrop o Wendell Berry.

martes, 28 de septiembre de 2021

LA ZANJA

 

La zanja

Carlos Eugenio López

Pre-Textos

Valencia, 2021

149 páginas

 


La referencia a El desierto de los tártaros es inevitable. El libro de Buzzati es tan intrigante, tan imaginativo, tan extraño y tan humano, que el propio Borges dijo de él que Kafka lo creó como precedente. Se trata de una de esas novelas que a cualquiera le hubiera gustado escribir. Hasta tal punto que Coetzee creó un libro semejante, que no oculta, sino que muestra, todo lo que el genio sudafricano le debe al italiano: Esperando a los bárbaros. El recurso a un hecho que nunca llega a suceder, en este caso una invasión, a un territorio alejado y casi improbable, pero posible, a un aislamiento absurdo, a un personaje que no entiende nada pero asume la inmovilidad, regresa con esta novela, La zanja, que se hizo con el Premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Carlos Eugenio López (León, 1954) sale airoso de esta apuesta y crea una novela muy digna, de una sencillez estremecedora y escrita con un cuidadísimo lenguaje. De hecho, lo primero que percibimos es una escritura muy afinada, rica en matices pero con la sonoridad precisa para hacer creíble la voz del narrador, un militar recién llegado a la estepa en la que se cavó la zanja donde, por regla general, debería haberse levantado una muralla defensiva. El narrador nos habla desde la memoria, destrozado por años de alcoholismo y afectado de soledad extrema. El lugar es una planicie ignorada, donde el calor satura un verano de seis meses y la nieve y el hielo cierran el paisaje los seis restantes. Los habitantes del destacamento son apenas dos oficiales, tres sargentos, un cabo y un número no definido de soldados, nativos del lugar, de los que apenas sabemos nada, que son bajitos y que su comportamiento es próximo al de los animales. De este tipo de encuentros es de los que debe proteger a un país, al que podríamos imaginar como un reino feudal, una zanja estúpida en mitad de la nada.

A los tres años de estar en su destino, y ya entregado al alcohol como lenitivo, el narrador recibe su notificación de ascenso y traslado, pero jamás llegará la siguiente misiva, como no llega nunca los patrones al castillo donde les aguarda el agrimensor K. Estamos en un lugar de una pobreza extrema, en la que apenas acompañan a los personajes las moscas, en el que nada cambiará y nada está destinado a cambiar. Ni siquiera después de la muerte de los protagonistas, o de un suicidio cerrado en falso. En realidad, el único elemento que serviría para distorsionar y poner fin al absurdo es un polvorín, del que apenas tenemos noticias. El resto es la espera, que todos sabemos sin sentido, que daría, precisamente, sentido a la enorme zanja: la espera del ataque de un enemigo, cuyos rasgos desconocemos, del que no sabemos si existe ni en qué forma existiría, que el narrador asume como una ficción cuyo fin es posponer, sine die, una situación que da lugar a nada. Y sobre esa nada se construye esta inquietante novela, que debería destacar dentro del panorama narrativo español de estos últimos años. Le deseamos la mejor de las suertes.

viernes, 17 de septiembre de 2021

SUEÑO Y VERDAD

Sueño y verdad

Pioneras en la aventura

Ricardo Martínez Llorca

Desnivel

Madrid, 2021

128 páginas



¿Es posible vivir soñando? Aquí ofrecemos una serie de perfiles de mujeres que demuestran que se puede hacer real lo que se creía imposible. Se trata de mujeres que imaginaron, desobedecieron, arriesgaron e hicieron de los sueños la verdad de sus días y sus noches.
Han recorrido el planeta en moto, en barco, caminando, corriendo, en avión o trepando por nieve, hielo o roca. Pertenecen a la estirpe de quienes nos enseñaron a soñar y a vivir, a la gente que porta la antorcha con la que nos iluminamos en la cueva de la realidad. Este libro es un homenaje, pero también una celebración del afán de vivir que nos inunda en los sueños y nos enseña la ruta hacia nuestra verdad.














jueves, 16 de septiembre de 2021

DIARIO RURAL. OTOÑO - INVIERNO

 

Diario rural. Otoño – Invierno

Susan Fenimore Cooper

Traducción de Esther Cruz Santaella

Pepitas

Logroño, 2021

270 páginas

 


Llamemos emoción a eso que nos sacude nada más recibir un estímulo; y sensación a la primera digestión del estímulo, lo que nos recorre en canal y a lo que todavía no somos capaces de poner nombre porque el lenguaje mantiene sus limitaciones en territorios de células que no pertenecen al cerebro; y llamemos sentimiento a la decantación de la emoción luego transformada en sensación, cuando ya atravesó la materia gris y se nos ha permitido reflexionar sobre ello y padecer, para bien o para mal, el resultado del estímulo primario. Será el sentimiento lo que nos haga crecer, lo que se integre definitivamente, lo que aprendamos con auténtico valor, tomando a la palabra valor en toda su polisemia: lo que vale, lo valiente.

Pues bien, estos Diarios rurales, de los que ahora nos llegan los que reflejan el otoño y el invierno, pertenecen a la raza de los buenos libros buenos, porque las emociones, las sensaciones y los sentimientos que de ellos extraeremos son buenos. Existen libros buenos en el mismo sentido en que existe buena gente. Y Susan Fenimore Cooper (1813 – 1894) participa de los autores que crean bonhomía. Leer sus diarios nos supone sentir, al final, que podemos ser mejor personas. Se trata de una inmersión en paisajes, aunque a veces descanse en atención a la poesía o a ciertas culturas, en la que los conceptos de calma y de belleza se igualan. Como se igualan, no nos cansaremos de repetirlo, en los cuadros de Constable. Aquí la naturaleza, lo natural, es lo puro. Nada hay de malos sentimientos en el recorrido que Fenimore Cooper hace por los bosques y los lagos, nada de codicia, de gula, de resentimiento o de asco. Ni siquiera flota el miedo, y eso, en un planeta en el que domina tanto el miedo, es de agradecer: habitar en los diarios de Fenimore Cooper es lo mismo que descansar.

Nos va dibujando el paso de las estaciones, como ya supimos a través de la entrega anterior, mostrando que lo importante es querer a las criaturas, a las aves y las plantas, sobre todo, pues son las mayores protagonistas del espectáculo amable de la naturaleza. El hombre que aparece por estas páginas es alguien entregado a trabajos manuales, campesinos o artesanos, alguien cuya labor mantiene unas dimensiones humanas, un aura de proximidad que nos hace sentir una sana añoranza y un grato deseo de compartir su tiempo. El tiempo, por otra parte, nada tiene que ver con el paso inmisericorde de los minutos. Aquí no existen las prisas ni las tiranías de las horas y los días. Aquí el tiempo es parte del ritmo natural, porque, en realidad, esta obra es un elogio a la vida en un grado cercano: la auténtica alegría de vivir no tiene nada que ver con la ebriedad, parece sugerir Fenimore Cooper.

Observar, meditar, aceptar, los verbos sobre los que actuaban los santos contemplativos o sobre los que se construyeron religiones, no son artificios. Nos pertenecen y forman parte de nuestra esencia. Eso es lo que nos gustaría ser, aunque no lo reconozcamos, porque en las grandes urbes, donde habitamos la mayoría de nosotros, no es posible en ejercicio de amor por los seres y los paisajes. Fenimore Cooper mira a lo local y trasciende a lo universal. Comienza con la emoción, que es local y es grata, y termina con el sentimiento que, aunque se trate de algo tan abstracto como el amor, es universal y es mucho más grato. Estos diarios son libros sobre una época y un lugar donde nos gustaría, sin duda, quedarnos a vivir.

martes, 14 de septiembre de 2021

FILOSOFÍA FELINA

 

Filosofía felina

John Gray

Traducción de Albino Santos Mosquera

Sexto Piso

Madrid, 2021

184 páginas

 


“La eternidad no es un orden distinto de las cosas, sino el mundo visto sin ansiedad”.

Buena parte del espíritu de este ensayo, esclarecedor, como todo lo que escribe John Gray (South Shields, Inglaterra, 1948), se encuentra resumido en esa frase. Preocuparse por la eternidad es tanto como preocuparse por la muerte. Y ahí se genera la ansiedad que nos impide disfrutar del momento. En realidad, la eternidad no es la suma de segundos hasta llegar al infinito, sino la ausencia de tiempo. Esto supone que eternidad se iguala a presente, al ahora, un principio que parece regir el ánimo con el que los gatos transitan por el mundo. La preocupación por la eternidad, y por la muerte, y las formas de combatir esa preocupación, centran buena parte de este ensayo. Entrar en combate contra la preocupación supone, a su vez, preocuparse. La contradicción consecuente navega por los análisis que Gray hace de la filosofía de tantos pensadores y tantas corrientes religiosas, provocando que cada propuesta nos resulte incompleta. Atendemos a los afanes de Marco Aurelio, de Séneca, Pascal, Montaigne, Spinoza, Samuel Johnson, Buda, los epicúreos o las propuestas de religiones mayoritarias. Pero también nos habla de algunos filósofos menos conocidos, cuyo pensamiento relaciona con la actitud de los gatos pues, en ocasiones, han sido los gatos la compañía de las personas.

Gray no se queda únicamente en la filosofía. Relatos literarios y apuntes biográficos cruzan para dar al texto un contrapunto que pisa la calle, para divagar menos con abstracciones y convertir el libro en un ejemplo de humanidad.

Que la filosofía atienda a la presencia de la muerte y a su peso emocional, delata en qué consiste la esencia de los hombres, preocupados por el sentido de la vida. El ego y la mismidad nos impiden arribar a lo que Gray llama “ausencia mental”, que sería un estado de pacificación sereno: “Pasamos por nuestra vidas fragmentados e inconexos, apareciendo y reapareciendo cual fantasmas, mientras que los gatos, que no tienen yo, son siempre ellos mismos”. La entrega al pensamiento sobre el ego se vinculará a la soledad, el otro mal que nos impide habitar en el presente, pues parece ser el factor que más impide la felicidad, sea lo que sea la felicidad. Así resultamos ser, en esencia, seres angustiados, nos pasamos buena parte de la vida huyendo de nuestra propia sombra: “Hodges (nombre del gato) era para Johnson una ocasión para darse un respiro entre tanto pensamiento, o lo que es lo mismo, un alivio a su condición de ser humano.” Ni siquiera la abstracción del amor nos libra de esa angustia, pues Gray lo califica como un refugio frente a la infelicidad. Y un refugio no es un lugar donde uno quiera habitar para siempre.

El ensayo desmitifica la filosofía y atiende, sin utilizar jamás la expresión, a la estupidez humana: “Podemos mirar algo sin tocarlo, pero la vida buena no es así. Solo la conoceremos viviéndola. Si pensamos demasiado sobre ella y la transformamos en una teoría, posiblemente se disolverá y desaparecerá. Contrariamente a lo que creía Sócrates, es la vida examinada la que no merece ser vivida”. Estamos, a fin de cuentas, frente a un texto que exalta la vida sin euforia ni indiferencia, ni huidas en falso, como parecen entenderla los gatos: “somos incapaces de controlar cómo vivimos ni las emociones que sentimos. Nuestras vidas están influidas por el azar, y nuestras emociones, por el cuerpo. Gran parte de la vida humana -y de la filosofía- es un intento de distraernos de esa realidad”.

lunes, 13 de septiembre de 2021

ÑAMÉRICA

 

Ñamérica

Martín Caparrós

Literatura Random House

Barcelona, 2021

675 páginas

 


¿De qué tamaño es el mundo?

El mundo es del tamaño de un rasgo que a alguien se le ocurrió escribir, un día, sobre la letra ‘n’ para sumar al alfabeto un sonido extraño. Todas las emociones caben en una punta de alfiler y cada emoción, sin embargo, llega a poseer la extensión de una galaxia. El mundo es del tamaño del factor común, pero también de cada suma de almas, que ha alcanzado proporciones siderales al añadirse siglos a los siglos. Eso sí, para intentar descifrar el tamaño del mundo nos valemos de un idioma, cuya idiosincrasia puede resumirse en la letra ‘ñ’. Por lo tanto, si queremos expresar el tamaño del mundo, lo mejor será acomodarnos a aquella parte del planeta con la que nos podemos entender sin trabas, sin segundos idiomas ni apreturas de traducción. Apenas hay nada en el resto del mundo que no se contenga en América Latina, por lo que recorrerla es atravesar todas las caras del poliedro. Y hacerlo compartiendo un idioma es evitar escollos, algún posible engaño, ir desnudo, afrontar la piel del mundo para conocer su alma.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) vuelve a escribir una crónica extensa, en la que prefiere repetir ideas antes de que continuar con la selección, porque caminar sobre el mundo nos supone repetir siempre los mismos gestos, ver los mismos soles, encontrarnos con los mismos sentimientos, reiterar las mismas ideas mientras nos abrimos a ideas nuevas. Hemos dicho crónica y no sabemos si se corresponde al género, aunque pudiera tratarse de la palabra más cercana al espíritu de un libro poliédrico, como el mundo, y vehemente, como los que habitan el mundo. No hay solución de continuidad, esos artificios que igualan cualquier género a la novela, sino una fragmentación que se corresponde a la de la misma realidad que nos impacta con sensaciones. Ni siquiera el estilo está depurado según los cánones académicos, porque la reiteración y las cacofonías caracterizan mejor la percepción que nos sale al paso que la farsa de una prosa blanquísima o el exceso de estilo. Es posible que no nos hallemos frente a un libro tan compacto como El hambre, la obra maestra de Caparrós, pero sin duda nos enfrentamos a un texto en el que no nos faltarán hallazgos a los que enganchar la atención.

El libro alterna la experiencia personal, que fragua los pasajes más sugerentes y más potentes, con el ensayo. De los viajes surgen encuentros que hilan el tapiz de la América que habla castellano. Oímos a los protagonistas, que han sido altos cargos o han ejercido de taxista, muchos de ellos de avanzada edad, relatando cuál es el tamaño del mundo, que se ha visto, a la fuerza, reducido a la geografía más inmediata. En ocasiones, organiza estos encuentros a partir de las grandes ciudades -México, El Alto, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Miami, Managua-, y en otras surgen como anécdotas que nos llevan a lo concreto cuando el centro de interés es otro: la violencia, la pobreza, las consecuencias de la colonización, etc. Es aquí cuando Caparrós nos azota con reflexiones, que por lo general están más dedicadas a generar dudas que a llevarnos a conclusiones. Caparrós no parece soportar bien las ideas con que ahora se construye el pensamiento, que se limitan a consignas de corto recorrido y se olvidan de atender al mundo de forma holística. Reniega de lugares comunes cuando habla sobre colonización, neocolonización y anticolonización, incluida la contemporánea, por ejemplo. Intentar averiguar si detrás de la denuncia existe una propuesta, nos lleva a acostarnos en la cama de un faquir. Lo que se pretende, en realidad, es fomentar la costumbre de cultivar un pensamiento propio. La revolución, como sostiene muchas de las religiones orientales, será personal o no será. No es poco, en un planeta que se está construyendo a base de idiomas reducidos a 280 caracteres, que pueden dar para sorprender con un ingenio, pero no para la reflexión sensata, profunda y de elaboración emocional. Se alejan, mucho, de algo que a falta de una palabra mejor llamaremos sabiduría.

domingo, 12 de septiembre de 2021

LOS EXTRAÑOS

 

Los extraños

Jon Bilbao

Impedimenta

Madrid, 2021

136 páginas

 


El pulpo en el garaje, el extraño que interrumpe una vida acomodada, sigue siendo un recurso que da lugar a comedias de situación, como en las series Alf o El príncipe de Bel Air, o a relatos terroríficos en los que hasta puede desaparecer el extraño, como en Casa tomada. Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) refresca el recurso con la participación de parejas: son dos quienes habitan la casa, dos quienes ocupan parte de ella y condicionan los sucesos, dos quienes se asoman para pregonar la arribada de extraterrestres o de dioses, y dos los perros cuya presencia intimida. Todo en un entorno conocidísimo para el autor, Ribadesella, que en ocasiones es ideal para unas vacaciones, y en otros una opción para el aburrimiento. Así dispuesto, algo hay de obra de teatro en la configuración de una novela breve, sencilla e imaginativa.

La pareja acomodada vive en una situación abúlica, en la que ni siquiera el cine porno les sirve de estímulo. Trabajan en sus mesas, comen cualquier cosa, ella está embarazada y tienen a su disposición una mujer que les ayuda con las tareas de la casa. La pareja que interrumpe está formada por el hijo de un conocido y una desconocida, supuesta secretaria de un amigo que vigila la torpe entrega a una vida supuestamente disoluta del muchacho. En realidad, se comportan como amantes que se ocultan hasta a sí mismos. Luego están los visionarios, quienes creen ver en unas extrañas luces la llegada de extraterrestres y el anuncio del nuevo Mesías, que son contrapunto utópico, si es que la locura puede ser utopía. Se trata de una suerte de intrusos ocasionales, de los que llaman a las puertas para hacer proselitismo. En cuanto a los perros, se transforman en las figuras de disputa y la posibilidad de terror, ante el miedo casi fóbico de la mujer embarazada y el forcejeo de los intrusos por mantenerlos sueltos, a pesar de las súplicas de la mujer.

La obra está atravesada por elementos cuyo simbolismo no es necesario explicar: las luces en el cielo, la locura, la serpiente, la pornografía, el embarazo y la rutina. Aunque bien pudiera tratarse de una obra que intente provocarnos inquietud por las atracciones que nos llevan, precisamente, a alejarnos de la rutina como las polillas se alejan de la oscuridad buscando la luz. Y en este caso, será en el halo de luz donde no aguarden monstruos de un tamaño más o menos caótico.

viernes, 3 de septiembre de 2021

HISTORIA DE LA COLUMNA INFAME

 

Historia de la columna infame

Alessandro Manzoni

Traducción de Elena de Grau

Jus

Barcelona, 2021

156 páginas

 

 


La historia universal de la infamia está llena de nombres propios. Pero no siempre son conocidos, al menos individualmente, los infames. Uno puede maldecir a Jack el Destripador o a Nerón. Le resultará más complicado cuando el ser infame es multitud: sabemos quién mandó lapidar a ciertos reos, pero desconocemos quiénes son los que arrojaron las piedras, que es algo así como un sólo ente, pero un ente plural. ¿Qué nos lleva a formar parte de la masa? Los mecanismos de defensa psicológicos, los que crean esa forma de neurosis, fueron estudiados por Erich Fromm o Carl Jung. Y aun así siguen bajo muchas dudas. Entre otras la herencia de la neurosis infame durante generaciones y generaciones, esos paradigmas que tanto costó encontrar quien los cuestionara. O la intención, muchas veces protagonista, de ser portavoz de tales paradigmas: siempre se ha hecho así es una de las peores sentencias que se pueden escuchar en la boca de nadie. Quererse atribuir la portavocía de esta sentencia, es síntoma de carecer de pensamiento creativo, de ideas propias, de voluntad de mejora. Nacimos para aprender y aprender supone irse haciendo mejor persona.

Esta historia que Alessandro Manzoni (Milán, 1785 – 1873) nos recuerda, la de la columna infame, nos vuelve a sorprender por la intención de los jueces de ser canallas. ¿Qué puede argüir quien decide que hasta que no escuche lo que le conviene, lo que conviene a la multitud, hay que torturar? ¿Y qué es eso que le conviene a la multitud? No hablamos de justicia social ni de reparto de riqueza. Hablamos, sin dilación, de atribuir el mal que se expande a la intención de un supuesto malhechor. En este caso, una enfermedad se dispersa entre la gente y para descargar la ira, se decide que alguien tiene que estar intentando envenenar a los vecinos. Se busca un cabeza de turco y se le exigen cómplices. Manzoni describe y analiza el proceso, tanto el judicial como la evolución social de la histeria que la peste ha generado entre la población de Milán. Y a la búsqueda de explicar por qué se torturó con tanta infamia a inocentes, hasta que confesaron una culpa inexistente, demuestra que pensar que al hacer las cosas como se han hecho siempre, se están cometiendo errores que suponen sacrificio de vidas. Al margen de alguna errata que se perdió entre las traducciones de leyes, y que nadie se molestó en corregir. Que siempre se haya torturado significa que siempre hemos sido infames, no que se justifique la nueva tortura.

Manzoni opone, constantemente, un sentido de la justicia administrativo, casi legal, con el que aporta la compasión. Y sostiene que parecen ser incompatibles. Al menos mientras sigamos siendo quienes somos: “quien desea plantear una verdad incontrastable encuentra tanto en los partidarios como en los detractores un obstáculo para exponerla con sinceridad. Aunque es evidente que les queda la gran masa de hombres apolíticos, despreocupados, desapasionados, que no desean conocerla en absoluto”. Es decir, multitud. Leonardo Sciacia nos advierte, en una nota introductoria, acerca del fascismo que contiene el estudio narrativo de Manzoni, y sostiene que este riesgo sigue conviviendo con nosotros. En el texto encontramos una sencilla frase que podría explicar el origen y la pervivencia de la infamia: “Apagar la luz es un medio eficacísimo para no ver aquello que no gusta, pero no para ver lo que se desea”. Así pues, necesitamos portadores de antorchas en medio de esta cueva en la que vivimos.