Sobre el tiempo y el
agua
Andri Snaer Magnason
Traducción de Rafael
García Pérez
Salamandra
Barcelona, 2021
334 páginas
Los recursos que generan
buena literatura son sencillos: acudir a la memoria propia, reduciendo los
márgenes a lo que somos en tanto habitantes del planeta; solventar la erudición
científica con comparaciones que nos resulta fácil de comprender, con imágenes
que nos resulta sencillo reproducir en la imaginación; no aturdir con
acumulación de previsiones nefastas y no dejar de encontrar elementos que nos
puedan sorprender, factores que no habíamos sospechado. Magnasson es islandés y
sobre la piel de Islandia construye buena parte de su relato, pues el ensayo se
lee como un texto narrativo, demostrando que se pueden derribar las barreras de
los géneros. Los glaciares, por ejemplo, son parte esencial de la obra, como en
el capítulo que se habla sobre la gran diferencia entre la naturaleza y la
ciudad: la muerte. En la naturaleza es posible encontrarla, al contrario que en
las ciudades, donde se esconde. En la naturaleza entras en contacto con la
muerte, o con los restos de la muerte, la reconoces y te recuerda que debemos
reconciliarnos con ella. Todo debería nacer y morir y, sin embargo, ahora
parece que sólo nos queda la resignación de morir:
“Si no hacemos nada, seremos la generación que tubo el paraíso en sus manos y lo arruinó, y sólo por intereses y codicia. Nuestro legado será deplorable porque nada de lo que producimos vale la mitad del océano, nada es tan maravilloso como el hielo glaciar, nada tan misterioso como la selva virgen por la noche”.
Magnasson pertenece a la
estirpe de quienes no se han criado con la idea de la madre tierra impresa en
la conciencia, pero han ido cobrando conciencia de que esa es la idea que
debería imponerse en la conciencia, y trabaja por y para ello. El mundo, al que
empuja la estirpe humana, viaja a un ritmo que no cesa de acelerarse: no le da
tiempo a adaptarse a los cambios ni a asumir que el tiempo ya no transcurre de
forma apaciguada. De ahí la presencia constante del abuelo, de la figura del
abuelo, que aparece de vez en cuando en las páginas de la obra. El abuelo
representa una vida a ritmo lento, sosegada, con mucha menos basura, para la
que nos proponen una suerte de medidas inanes: “el paciente no cambia su estilo
de vida y quiere convencerse de que todo se solucionará inhalando aceites
aromáticos. El asunto es a vida o muerte, pero la gente no lo ve así. La
mayoría de las soluciones que se ofrecen son simples placebos, soluciones
homeopáticas”. Junto al abuelo, la otra figura referente es el Dalai Lama, a
quien el autor ha tenido la ocasión de entrevistas un par de veces, y que no
habla en términos excesivamente técnicos ni excesivamente espirituales,
mostrándose tan preocupado como mundano.
La guerra, las grandes
guerras del siglo XX, cambiaron todo, todo lo torcieron, aceleraron el
consumismo, que es la base del deterioro. Frente a ella, Magnasson coloca los
mitos y las leyendas, y tiende puentes entre los que existen en diversos
lugares de la Tierra, significando que todos tenemos necesidad de creer en los
mismos bienes, de construir en las mismas fantasías, de sobrevivir a los mismos
males y nadar en aguas semejantes. Alrededor de distintos centros de interés
genera cada episodio: el abuelo y los glaciares, los cocodrilos como animales
de extrema delicadeza, los arrecifes de corral como epítome de lo bello o la
emisión de gases como síntoma de gran codicia:
“Cuando las hermanas de
mi abuela,
Guðrun y Valur, nacieron débiles y enfermas, se llamó a un sacerdote y no a un médico, y las dos murieron. Ahora que la tierra está en peligro, ¿a quién habría que llamar, a un economista o a un ecólogo?”
Este libro habla sobre el tiempo y el agua, nos aclara el autor en la
introducción, antes de advertir acerca del futuro inmediato, pues los cambios
sucederán a lo largo de la vida de un niño que ya ha nacido. Pero el niño es
tan inocente como el planeta y sólo las decisiones valientes podrán salvar esos
paisajes que Magnasson describe con tanta ternura: la costa, el glaciar, la
tierra casi virgen que uno siente que nace cuando se enfrenta a ella.
Fuente: Revista de letras