miércoles, 14 de abril de 2021

LO QUE RUGE

 

Lo que ruge

Izaskun Gracia Quintana

El Transbordador

Málaga, 2021

274 páginas

 


Atrapados en un trabajo que es como una especie de siesta, contentos de ganar lo suficiente como para ir viviendo, fiamos las experiencias a mundos exteriores en los que podemos habitar un rato, pero cerrar a tiempo para regresar a esa siesta complacida que llamamos realidad. Durante siglos la literatura nos ofreció resarcirnos de la realidad, a que optáramos por hacer de nuestra vida literatura, por convertir nuestros actos en lo que la literatura nos ofrecía, que tenía mucho que ver con la aventura. Don Quijote representa la sublimación de esos sueños, despertando de la siesta a un hombre que necesita de la literatura para volverse él aventura. La definición que los somnolientos damos a demencia queda en entredicho en el momento en el que el Caballero de la Triste Figura pasa a ser, a su vez, una fuga de nuestra realidad para representarnos el frágil desencuentro con la ficción que nos sana: para huir es necesario algo más que una armadura y un amor inventado; para huir necesitamos pertenecer al mundo del relato, que es en el único sitio en el que existe un final que nos consuela, incluso cuando el final es la desaparición de los cuerpos. De hecho, en ciertos relatos sólo la desaparición de los cuerpos sirve de bálsamo, pues entre las funciones de la aventura está la creación y elaboración de emociones, y si hay una que nos gustaría sublimar hasta extinguirlo es el miedo.

Izaskun Gracia Quintana (Bilbao, 1977) se atreve a tratar los asuntos que tienen que ver con el miedo recurriendo a fórmulas de relato que no por conocidas dejan de tener un efecto de reconciliación con la realidad: existen mundos o posibilidades de mundos mucho más feos. En sus relatos recogidos en Lo que ruge sobrenadan unas dosis ajustadas de inquietud que nos ayudan a volver a la siesta y pensar que, por suerte, nuestra realidad no se asemeja a la de la aventura, a la de la emoción del miedo. Gracia Quintana escribe con exactitud, con oficio, con un aliento que permite la lectura sin dificultades, con un estilo que nos recuerda que lo importantes es lo que está sucediendo. Esa forma de escribir, digámoslo sin cortapisas, es mucho más compleja de conseguir de lo que aparenta. Para ser natural hace falta un talento enorme. Aquí se ajustan las distancias y no sobra una frase, ni desfallece la tensión en ninguna línea. Las reglas del relato, que siguen a las estrategias narrativas con una solidez que puede faltarle a la novela, se cumplen a rajatabla: no falta la sorpresa, ese sacar a la luz lo oculto y esconder lo evidente, o la sensación cumplida de que un relato debe se redondo.

El tiempo verbal que nos produce horror es el condicional: no es, pero podría ser. Sucede, con distinta intensidad, en los cuentos de Cortázar, que en algunos momentos podemos pensar que son referencia durante esta lectura. Y con menos energía, pero con un empaque bastante fantasioso, en los de Lovecraft, a quien estamos tentados de mentar cuando nos acercamos, en alguno de los cuentos, a los monstruos. Sin embargo, lo que más nos asusta es comprobar que en los mundos que idea Gracia Quintana existe la tradición, y que la tradición tiene tanto peso como en el nuestro: ha creado todos los paradigmas, incluidos los que nos llevan a la catástrofe de la decadencia y a la costumbre de la opresión. Las personas hemos podido llegar a comportarnos como ganado y, tal vez, en el futuro se nos críe al igual que si fuéramos un rebaño en el que nos sintiéramos muy infelices por culpa de esta soledad entre cuerpos con forma humana. Nos vemos apresados en monomanías que pueden tener un fundamento comprensible, como un asesinato, o inverosímil, como el nacimiento del demonio. La locura, finalmente, se puede atribuir al encierro o a la derrota, o a la fusión de ambas. Lo sabemos en la lectura, pero es posible que jamás lleguemos a comprenderlo en la realidad, donde deseamos que la locura se asemeje más a la de Alonso Quijano que a la de Hannibal Lecter.

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