Tiempo
para los pájaros
Celia
Corral Cañas
Traspiés
Madrid,
2020
121
páginas
Fue
Borges quien enunció, en un famoso verso, que él, es decir, los hombres,
estamos hechos de tiempo, y calificó a tal materia como deleznable. Sin duda la
narradora de esta novela, Tiempo para los pájaros, es consciente de la
consistencia del tiempo, y también es consciente de que desearía que el tiempo se
construyera con hilos de materiales nobles. Pero el tiempo es un dios, sí, el
padre de todos los dioses, es Cronos y también es el pasado y es el destino.
Que la suerte nos la hacemos es parte de un aprendizaje que, como todo lo que
debemos aprender, duele. Hay dolor, aunque no sea un dolor agudo, en las frases
con que Celia Corral Cañas (Reinosa, 1987) elabora esta obra, su ópera prima en
el terreno narrativo. Y hay una clara intención de descubrimiento empezando por
la cuestión de si es posible llegar a conocerse a uno mismo. Uno siente la
tentación de hablar de autoficción, de novela de situación, de flujo de
conciencia, pero el formato que cataloga es, a estas alturas, una cuestión
menor. Se trata de una obra reflexiva que pretende retratar.
Es
un retrato de una generación, como se nos explica, pero dentro de esa
generación es un retrato, a su vez, de un estrato social en el que se está
imponiendo la sensación de exceso de fracaso y, lo que viene a ser más doloroso,
de un fracaso inexplicable, inmerecido. Se trata de una clase media que ve cómo
se está terminando la clase media. Se trata de lucha de clases en su nueva medida,
esa lucha que, dice Warren Buffet, ha ganado definitivamente la clase más alta.
Pero por encima del retrato de la generación, se impone el de la narradora. En
ese sentido, hereda el espíritu, digámoslo con tanta prudencia como valor, de
Proust, o del Camus de La caída. Celia Corral Cañas construye un
personaje en el que la contradicción pasa a ser la meditación, la esencia, la
otra materia, más maldita que deleznable, de la que estamos hechos. De hecho,
en un par de ocasiones confiesa sentir, saber, que su eneatipo se corresponde
al número 7. Los estudios psicológicos que tratan sobre el eneagrama definen
nueve enatipos, en función de nuestra relación con el mundo, con la vida. El
número 7 es el entusiasta, el individuo que abre múltiples proyectos, al que le
falta tiempo para atender a todas las tentaciones del planeta. Y, sin embargo,
se nos va dibujando alguien que por encima de los saltos de estímulo a estímulo,
vive en el pasado, se refiere siempre a lo que ya ha conocido, ve la vida con preocupación
por la falta de justicia y con un espíritu romántico; se trata, posiblemente,
del eneatipo número 4, el bohemio.
Si
la evocación es una constante del narrador, también lo es su dificultad para
mantener la atención en una sola memoria. En realidad, el personaje es un
referente de lo perplejo que podemos llegar a mostrarnos. Socialmente, nos
habla de la vida en precario, psicológicamente, se pregunta si para conocer la
dignidad basta con saber que uno está respirando. Es alguien que señala a los
que tienen juicios firmes, pero no deja de apuntar sus propios juicios sobre
los demás, aunque, eso sí, con el respeto de quien duda de ellos. Por otra
parte, estamos frente a alguien que se sostiene tanto sobre el pensamiento, que
termina por tener una trocanteritis inevitable. En ese sentido, nos remite a
Atlas, el gigante que sostenía el mundo y que padecía de problemas de garganta
debido a la postura en la que debía mantenerse: el peso de la responsabilidad
produce patologías en nuestro punto más débil.
Pero,
¿cuál es la responsabilidad que tanto le pesa a la narradora? Se trata de
alguien consumido por la impotencia que supone no poder rescatar al mundo. En
la película La lista de Schindler, el protagonista llora en los minutos
finales por no haber podido salvar a más gente. La respuesta de aquellos que le
deben la vida consiste en fundir un anillo en el que graban una frase del
Talmud: “Quien salva una vida, salva el mundo”. En esta obra, esa vida podría
ser la del gato que adoptan, que es un espíritu libre y puro, en comparación
con las posibilidades de miseria humanas, de las que se nos cuentan las
consecuencias, sin entrar en denuncias, en culpables. Ni siquiera se calumnia a
eso que llamamos sistema. Porque la novela se centra en esa región del espacio
adulto que es el fingimiento o, para ser exactos, el abandono del fingimiento,
que tiene lugar en el ámbito privado. Si tuviéramos, definitivamente, que
encuadrarla en un género, nos decantaríamos por el diario. En cualquier caso, y
como representación generacional, del itinerario vital de una generación, se
nos advierte, la obra es una contundente declaración ideológica, como lo son
las de Belén Gopegui o Isaac Rosa.
Fuente: Revista de Letras