Sombras
chinescas
Simon
Leys
Traducción
de José Ramón Monreal
Acantilado
Barcelona,
2020
337
páginas
Ya
sabemos que la codicia movería a la condición humana de no existir una fuerza
superior, como es el miedo. Sin embargo, en tanto seres sociales, el miedo pasa
a un segundo plano, excepto en los estudios psicoanalíticos de Jung, porque ahí
sí, se impone el imperio de la codicia. Se trata de la gasolina que mueve el vehículo
superpoblado en el que viajamos, ese que se dirige directo a un acantilado. La
palabra codicia no aparece en ningún momento en este volumen, Sombras
chinescas, aunque se trata del espíritu que moverá aquello que ve y
denuncia Simon Leys (Bruselas, 1935 – Canberra, 2014). Frente a un cierto
romanticismo que todavía podría respirarse, un romanticismo rebelde y
resistente, más sujeto al deseo que a la realidad, en los años setenta viaja a
la China de la revolución o la postrevolución. Su misión como agregado cultural
de la embajada belga le permite acceder a diversos lugares del país, para darse
cuenta de que todo lo que nos permiten conocer del mismo está condicionado por
anteojeras. Y detrás, más allá de los parajes permitidos, parajes humanos, económicos,
culturales, laborales, sociales, debe existir una China real, repleta de
sufrientes.
El
resultado, nos indica, es un país enorme construido a lomos de la población, a
costa de su sudor y su carne, en el que se ha explotado una nueva forma de
codicia. Entendíamos, en aquellos años, que la codicia venía siempre con un
formato capitalista, envuelta en tesis de desarrollo económico individual y competitivo,
en acumulación de capital y en lucha de clases. Sin embargo, Leys nos va
descubriendo un país en el que se anulan estas reglas para darles un nuevo
formato. El imperio de la publicidad está basado en unas consignas repetidas
hasta la saciedad, en lugares comunes, en ideas recibidas, como expresa él,
siguiendo la pauta de Flaubert. A nuestros oídos suenan absurdas, pero en boca
de los guías uno sólo puede pensar que tienen fe en lo que defienden. Pues es
la fe lo que se impone, no la razón ni los sentimientos, para sostener
espiritualmente, o en un sucedáneo de espiritualidad, las razones de este país.
Presumen de haber fulminado la lucha de clases sin pasar por el materialismo
dialéctico, por ejemplo, pero lo que han logrado, observa Leys, es establecer la
jerarquía por decreto, con lo cual en lugar de clases existen las categorías.
Resulta
muy significativo, sobre todo para un espectador activo e inquieto como Leys,
ese afán por intentar que la historia comience a partir del levantamiento
liderado por Mao. Ahí está la desaparición de los libros, registro de los años
anteriores. O la desaparición de la ópera clásica, refugio de las clases populares.
O el abandono, cuando no derribo, de monumentos y estatuas. Toda esta
figuración, esta tramoya, esta puesta en escena para mayor gloria de unos
líderes que pretenden ser identificados, por completo, con un país, se nos
narra con algo que uno llamaría humor de no tratarse de un compendio tan serio.
La impresión que da la lectura es la de estar asistiendo a una caricatura: esto
no puede ser serio. Ni siquiera el mentadísimo George Orwell fue capaz de
imaginar un estado así, tal vez porque la imaginación no termina de sustituir a
los encuentros con diplomáticos, con extranjeros integrados y
autocomplacientes, con profesores, con libreros, con políticos y, sobre todo, a
la observación de una vida que transcurre más allá del cristal blindado tras el
que pretenden que observe a una China que se dirige, a pesar de los cambios,
también hacia el acantilado.
Nos
hubiera encantado saber qué opinaba Simon Leys del rumbo actual del país, que
hubiera regresado para dar testimonio de nuevo. Se trata de uno de los grandes autores
-uno siente tentación de decir “pensadores”- de las últimas décadas, como
demuestra su Breviario de saberes inútiles. En esta ocasión la obra es
mucho más fresca, más directa, más impactante por lo que indaga que por lo que reflexiona.
En cualquier caso, como libro de viajes es de lo mejor que uno puede encontrar
en librerías. Y también como ensayo político, pues gran parte de sus denuncias,
el imperio de los lugares comunes, coexisten con nosotros, sea cual sea el
régimen que nos gobierne.