GB84
David
Peace
Traducción
de Ignacio Gómez Calvo
Hoja
de lata
Gijón,
2018
682
páginas
Traducir
la última batalla a un formato actual, tan complejo que todos podamos
entenderlo, es el reto que se marca David Peace (Osset, 1967) en esta novela
cuya ambición es ser parte de nosotros, de la gente, de los humildes.
Los
hechos son conocidos por todos los que nacieron antes de 1980: en Gran Bretaña
se produjo la última gran huelga de la historia de occidente. A partir de esta
confrontación que condenaba a cientos de miles de personas a la pobreza, las
huelgas se han limitado a gestos de una jornada en el cómputo global de los
días laborales del año. Pero entonces no había más remedio que armarse de valor
y llevar la situación hasta extremos que rozan la violencia y el ridículo por
parte de los que no aparecen en la novela, gente como la famosa primera
ministra que destrozó media Europa y vendió todo su país. Ella invirtió una
buena parte del producto interior bruto de Gran Bretaña en machacar y controlar
a los huelguistas y a los medios de comunicación, mucho más dinero del que le
hubiera supuesto mantener las minas abiertas. Porque estamos frente al sector
más representativo de la lucha social. Los únicos capaces de organizarse
durante meses para apoyarse de manera que no se dejaran caer: los mineros.
Crearon sus propias formas de adquirir bienes primarios y repartirlos, al
margen del comercio, algo que gente como Margaret Thatcher no podía consentir:
una cooperativa es todo lo contrario al neoliberalismo.
Esta
novela, fraccionada en voces, en secuencias, en escenas, que juega con la
composición y las fuentes de texto para ubicarnos, relata las semanas de huelga
desde el punto de vista de quienes estaban jugándose algo. Están los
huelguistas, los que formaban piquetes y aquellos que pretendían trabajar
saltando sobre los piquetes, para dar de comer a su familia. Pero apenas están
las grandes cifras. Y sí ese estrato intermedio, que es donde en realidad se
jugaba la partida como si fuera un tablero de ajedrez: los directivos que no
ponen su nombre a las empresas, los sindicalistas elegidos como representantes
en la negociación y a quienes se ningunea para que la prolongación de la huelga
haga de la situación algo insostenible, y los hombres de la administración,
caballos de Troya en las mesas donde apenas se sentaban lo justo como para que
en los medios apareciera que el gobierno estaba apostando por la resolución no
violenta.
David
Peace ha hecho una extensa labor de documentación para conocer los nombres de
todos ellos, y para presentarnos a la gente como personas. Ejecuta una novela
increíblemente difícil: no es Steinbeck y no es Chomsky. Es justo lo que hay
entre uno y otro, donde se decide el martirio. Se nos habla mucho desde dentro
de las cabezas de los sufrientes, y se menciona a algún que otro mercenario que
boicotea las acciones de los huelguistas para poder justificar la violencia policial,
o la violencia del ejército disfrazado de policía. Porque de ese género fue la
vergüenza hasta la que llegó quien decidía. Miles de millones de libras
perdidas con el único fin de mandar a la miseria a cientos de miles de personas,
todo justificado por la manera en que funciona el libre mercado. Hay una
interpretación que estremece: pensar que el carbón contribuye a destrozar el
medioambiente y que, efectivamente, deberían buscarse alternativas a las
centrales térmicas mantenidas con el carbón. Pero entonces las administraciones
incluso desconocían que podían hacer uso de ese argumento. Al fin y al cabo, el
neoliberalismo trata el planeta como si todo fuera una extracción mineral: se
encuentra la veta, se explota, se agota, se busca otra veta. Así comenzó la
esclavitud que arrancó a tanta gente de África, por ejemplo. Y así se está
tratando la industria agrícola, que saca del suelo todos los nutrientes hasta
convertir miles y miles de hectáreas en paisajes lunares. Esta novela nos
explica cómo sucedió otro tanto con la fuerza motriz humana, nos relata el
momento en el que el mercado y los mercaderes deciden que la gente es ya un
deshecho y hay que enviarlos al cubo de la basura. Algo que jamás debemos
olvidar.