miércoles, 31 de mayo de 2017

'El mapa del mundo de nuestras vidas', de Bru Rovira

Geografía es un cuerpo

Si uno ha leído algo de Bru Rovira, lo que lamenta es que su obra no sea más amplia. En este libro, ‘El mapa del mundo de nuestras vidas’, revisa la actuación de cooperantes de Médicos sin Fronteras, cuya existencia adquiere sentido si están en contacto directo con el sufriente.


El concepto es una preposición: una vida con los demás. Y el impulso es primario: la curiosidad. El primero pertenece a los protagonistas del libro, miembros de Médicos Sin Fronteras, algunos de ellos relatando episodios que se remontan a una época en que al no ser famosos les sucedía la imagen de ser sinceros, y otros logistas, porque de nada sirve un cirujano sin antibióticos, incluso sin bombillas. El segundo, la curiosidad, es la de Bru Rovira (Barcelona, 1955), que ya nos está acostumbrando a la buena literatura de libros en el buen sentido de la palabra buenos.

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'Luz en las grietas' en Quimera

Y aquí está, la reseña publicada en Quimera en el número de mayo. Gracias, mil gracias


martes, 30 de mayo de 2017

DESDE EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

Desde el país de nunca jamás
Alma Guillermoprieto
Traducción de Margarita Valencia
Debate
Barcelona, 2011
380 páginas



Anatomía de los viajes al conflicto

 

En una época en que la información se sucede con el formato y el ritmo de un videojuego, la lectura sirve para detenerse, para iniciar una meditación. Y los libros que se centran en reportajes de viaje le suponen al lector entablar con el texto la distancia que precisa este tipo de obras, la que ayuda a conocer más allá del polvo que empaña la superficie. Compartir la experiencia de trasladarse a otro lugar equivale a la de trasladarse a otro tiempo, lo que facilita que el viaje al conflicto conserve intacta su frescura. Como bien sabe Alma Guillermoprieto.

“La fe revolucionaria es dura, y exige sacrificios absolutos: la danza me pareció de repente una disciplina frívola”. Y con esa motivación Alma Guillermoprieto, una de las mejores periodistas vivas, razona el abandono de su carrera como profesora de baile para afrontar necesidades como la de “entender la violencia –y la indiferencia ciudadana ante ella-“, que, apunta, parece haber sido el sino de los latinoamericanos. Y, también, para “conocer los sueños y padecimientos de los nuevos ciudadanos latinoamericanos bajo las condiciones de una modernidad que nunca acaba de llegar”.

Desde el país de nunca jamás es una recopilación de las crónicas que Guillermoprieto ha escrito a lo largo de treinta años, todas ellas vinculadas a América Latina, y todas con el conflicto como eje narrativo. No importa si este conflicto toma la forma más descarnada, como una masacre en El Salvador, o explota alguna versión algo cutre de la vida cotidiana, como la neurosis colectiva que produce el asesinato de una actriz de telenovela brasileña.

Se presenta el libro como una suerte de patch-work social y político, en el que se retrata toda América Latina: desde un Fidel Castro fiel a sus principios y una Cuba bipolar, a los repudios por el horror de la sangre y todo lo bélico; desde la rebeldía juvenil a la literatura; desde las diferentes cataduras morales de los demagogos, gobernantes y empresarios, a la lucha de clases y la lucha étnica; desde lo más pintoresco a la teología de la liberación. De toda esta colección de retazos se decanta la esencia del proyecto literario de Guillermoprieto, que es la búsqueda del hombre decente. Una búsqueda que incrementa su voracidad intrigante al producirse en un territorio en plena formación, al estar retratada por alguien que está siendo testigo de la evolución de buena parte del planeta. Interesa, pues, que este cronista sea un reportero libre. Y esa es la impresión que da Guillermoprieto, la de alguien que se limita a registrar sin que nadie le pare los pies. Hasta el punto que al describir imágines, algunas colmadas de horror, se diría que practica puro voyeurismo: apenas existen los recursos literarios en su prosa.

El estilo es tan sobrio como difícil, uno de los puntos fuertes de sus crónicas. Al leer sus reportajes, uno tiene la impresión de que una crónica no puede ser nada más que esto: alcanzar al lector como si se estuviera dirigiendo a su mejor amigo y necesitara informarle con velocidad, pero con paciencia. Su principal herramienta de trabajo parece ser la memoria, más que el cuaderno de apuntes. Las definiciones de los personajes están condensadas en muy pocas palabras –“Evita no era una persona, sino un gesto hecho cuerpo”, dice para definir a la mujer de Perón-. Las intervenciones de los entrevistados toman forma de diálogos naturales, integrados en un texto mayor, y sólo se recurre a ellas cuando no queda más remedio. Y no existen otros juicios morales al margen de los que el lector pueda extraer de lo narrado, porque, por ejemplo, ¿qué tipo de juicios morales son necesarios emitir cuando se habla sin veladuras de los crímenes de Ciudad Juárez o de la matanza de El Mozote?

Leyendo libros como este Desde el país de nunca jamás, cabe plantearse si frente al reportaje cualquier otro género literario no empalidece. O, por utilizar la expresión de Guillermoprieto, no puede parecernos una disciplina frívola. Y, sin embargo, al mundo sigue faltándole poesía.

Fuente: Quimera

EL RESCATE - AZAR

Recupero esta reseña que me encargó Jorge Carrión para Quimera

El rescate. Azar.
Joseph Conrad
Montesinos
Traducciones de David González, Denise Despeyroux y María Teresa Ortega
Barcelona, 2008
361 y 393 páginas

El océano moral en la mirada de Conrad

“El sueño tras el esfuerzo, tras la tormenta el puerto, el reposo tras la guerra, tras la vida harto complace la muerte”. Estos son los versos de Spenser que la familia de Conrad mandó cincelar en su lápida, unos versos que pretenden reflejar el orden de sus impulsos vitales, aquellos que comenzaron en su infancia, al colocar un dedo índice sobre el punto más exótico posible del mapa mientras pensaba: “Un día iré allí”. Hasta que a los diecisiete años toda su memoria se borró y, una vez virgen, comenzó a rellenarse de mar. Adoptó como patria a los tifones y las calmadas preñadas de malaria, a los puertos con ruido de papagayos y a los tripulantes cuya fisonomía era una declaración ética. El mar, incluido el contrabando de ron y de armas, lo transformó en un hombre libre. Hasta que acosado por la enfermedad se casó, decidió apoyar su melancolía en un bastón y cuidar su barba con esmero cartesiano. Entonces se hizo caballero, y como tal escribió sus mejores obras a contracorriente de un inglés aprendido, adoptado, cuyas normas acataba con genuflexiones.
¿Por qué es Conrad el mejor escritor de la historia? Tal vez porque un escritor se mide frente al mar, frente a la épica, frente, por qué no decirlo, a la aventura y a los misterios profundos del alma humana, de los cuales la psicología apenas es la superficie. Tal vez porque en su obra exista una declaración de principios vinculada a la conquista del honor de los hombres, representada, en este caso, por la que él consideraba la más alta de las virtudes: la lealtad.

La prueba de fuego es afrontar alguna de sus obras consideradas tradicionalmente, y con cierto margen de error, como de un calado menos hondo, por la simple razón de que apenas nada en la historia se puede igualar a Lord Jim, a El corazón en las tinieblas o a La línea de sombra. Entre las supuestas obras de segunda fila se encuentran estas que ahora recupera Montesinos, Azar, que reedita después de cinco años, y El rescate, de la cual solo existía una edición, publicada en el año 2000 por Pre-textos, bajo el título de Salvamento, en una excelente traducción de Miguel Martínez-Lage. Si hacemos énfasis en la traducción es por las dificultades que implica trasladar su inglés, un lenguaje tan personal, tan denso, en ocasiones un enmarañado escollo barroco, pero de una sutileza radical, entendiendo por radical lo que atañe a la raíz, que si bien requiere una inmersión mayor en la lectura, uno tiene la impresión de salir mejorado, un tanto más sabio, después de dejarse llevar. Basta contrastar su obra con la de dos de sus contemporáneos de aventura, Stevenson y Kipling, dos monstruos dotados de un lenguaje transparente, dúctil, que fluye con una facilidad pasmosa, para darse cuenta de a qué nos referimos. Pese a la dificultad, en las versiones que nos presenta Montesinos, bien dignas, Conrad sigue triunfando, sigue emocionándonos, al igual que nos seguiríamos emocionando frente a la más tosca representación de Hamlet o de La Gaviota.
Si estamos, en definitiva, ante lo que podríamos considerar dos novelas de amor, no es porque el amor –el amor pasional, ese que sucede entre hombre y mujer- esté ausente en el resto de su obra, si no porque se trata de la sustancia con que construye la trama. Esta presencia tan definitiva ya la podíamos encontrar en obras de corto aliento, como la poderosísima Gaspar Ruiz, donde es el detonante de un heroísmo que cae en la locura, o el refinado relato El hacendado de Malata, oportunamente recuperado por la editorial El Olivo Azul en el volumen Entre mareas. De las dos que aquí nos reúnen, la que se ha calificado como menos “conradiana” es Azar, dada esa catalogación como novela de amor, esa ausencia de aventura identificada con el viaje, y por estar protagonizada por un personaje femenino. Y, sin embargo, al volver a leerla uno cae en la cuenta de que existe cierto paralelismo entre esta obra y Lord Jim, de la cual Azar no sale tan mal parado.

Nos encontramos, en primer lugar, con el mismo narrador, con ese Marlow a quien la soledad y el silencio de la navegación le ha dotado de un insólito carácter reflexivo, de una locuacidad vehemente, de una enérgica habilidad para transmitir “su juvenil y desesperanzada extrañeza al no encontrar su lugar bajo el sol ni el reconocimiento de su derecho a la vida”. Por otra parte, está de nuevo esa explosiva combinación de espíritu romántico y existencialismo, cuyo detonante es una sorprendente decisión en la vida del protagonista, algo que le llevará a descubrir el infierno de la conciencia y que, en esta ocasión, es la debilidad en el momento de someterse a un suicidio muy estético, contemplando el mar, frustrado por el azar, por la presencia de un perro estúpido pero vital. A esto cabe añadir esa división de la novela en dos partes, la primera centrada en la conciencia de la protagonista, en su tormenta interior, interpretada a partir de los testimonios de conocidos comunes, y la segunda más centrada en la acción, en la toma de decisiones y puesta en marcha de movimientos que precipiten una solución final que, en este caso, será un final feliz. Ahora bien, si en Lord Jim la primera parte era mucho más contundente, poseía la pegada de un campeón de los pesos pesados, en Azar no es hasta que llegamos a la segunda, con la intervención de los sentimientos de otros personajes, tan ambivalentes como la aplastante bondad de un marido melancólico o los siniestros celos de amor filial de un padre resentido, cuando el interés se agiganta. Y es que da la impresión de que no le faltaban argumentos a quien criticó ciertos excesos de los que Conrad se defiende en el prólogo. La historia es muy menuda, y en manos de Maupassant habría dado para un maravilloso cuento de quince páginas; en las de Conrad pasa de las manos a la voz, una voz más de Marlow que nunca, una voz que se impone sobre los personajes en las primeras tres cuartas partes de la obra, con ímpetu, con la improvisación de un narrador oral que se permite alterar el orden cronológico, sustituir el vaivén geográfico por el temporal; algo que puede tener lugar porque Flora De Barral, el personaje que vertebra la historia, es una protagonista pasiva de lo que sucede en su propia vida, apenas tiene derecho a decidir, a manipular su destino, a interferir en el azar. Con frecuencia da la impresión de que Conrad, o Marlow, ese tipo con la maldita costumbre de interpretar todo, debate con morosidad sobre la moral y el sentimiento, va mascullando impresiones sobre el alma humana, las de un observador honesto preocupado por la atmósfera de la vida, hasta que encuentra la salida y, una vez que ve la luz al final del túnel, sale disparado hacia allá dejándonos con el mejor sabor de boca, pues en una situación tan incómoda como excepcional, Conrad siempre encuentra un personaje admirable.
De distinto perfil es El rescate, donde este héroe admirable sí es un aventurero, el capitán Lingard, que ve su existencia alterada por algo tan novedoso en la obra de Conrad como un personaje femenino muy seductor, Edith Travers, con quien llega a compartir momentos cargados de un potencial erótico tan elípticos como intensos. Aquí de nuevo encuentra en los trópicos el ambiente para proceder a su particular exploración del mal, representado en el conflicto entre amores ilícitos, devociones, objetivos honorables y deberes de clase, que sucede, en buena medida, dentro de un personaje que se nos presenta como un hidalgo de los mares, un capitán aferrado al ideal de la caballería. Escrita con más templanza que Azar, El rescate, una obra puramente narrativa, es una novela con una trama que se enreda porque cada contendiente juega su propia partida de ajedrez, un relato en el que el potencial de lo que va a acontecer carga la atmósfera, pues se presiente la tormenta donde es imposible hallar pistas que la vaticinen: el cielo estrellado, el mar en calma, sin brisa, el inquietante silencio, la ausencia de certezas.
¿Por qué es Conrad el mejor escritor de la historia? Posiblemente porque en toda su obra no exista una sola página absurda, una sola frase necia o trivial.


‘El duelo es esa cosa con alas’, de Max Porter

El duelo es esa cosa con alas

Max Porter

Traducción de Milo Krmpotic
Rata Books
Barcelona, 2016
140 páginas

¿Por qué existe un Dios padre y un Dios hijo, pero no un Dios hermano? De hecho, los dioses creadores, los dadores de vida son padre o madre. ¿Por qué no otra categoría de progenitor? Sencillamente, porque en los vínculos verticales directos, padre o hijo es lo más próximo. La relación contiene mucho de vertical: qué es lo que supone ser padre, ser maestro en el arte de vivir, o qué es lo que supone ser hijo, aprender en el arte de vivir. Como diría el pitufo gruñón: paparruchas. Un buen padre no cesará de aprender de sus hijos. Un buen hijo aprenderá fuera del entorno de sus padres en qué consiste eso que es querer y ser querido. Al final, de eso es de lo que trata este libro.

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lunes, 29 de mayo de 2017

‘Knockemstiff’, de Donald Ray Pollock

Knockemstiff

Donald Ray Pollock

Traducción de Javier Calvo
Literatura Random House
Barcelona, 207
210 páginas
Un ejemplo: un chico de doce años se masturba en el granero y es descubierto por su padre; en lugar de una revista porno, utiliza la muñeca de su hermana de cuatro años, tipo Nancy; el padre le grita que pare, pero el chico está en un momento que decide no parar y termina salpicando la cara y el pelo de la muñeca de su hermana delante de su padre. Y el cuento sigue, pues esto es solo el comienzo las dos primeras páginas. Pero sin la objetividad de este párrafo, sino con un lenguaje bronco y en ciertos momentos con hallazgos que sorprenden. Y así una página tras otra. De no ser porque detrás de cada relato se esconde una reinvención de un clásico, en este caso es el mito de Pigmalión, recomendaría a los de vísceras delicadas que no se tomen la molestia de seguir leyendo. Donald Ray Pollock, (Knockemstiff, Ohio, 1954) da un paso hacia el más duro todavía del realismo sucio.

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domingo, 28 de mayo de 2017

'Luz en las grietas' en medios

Librazo, que me ha hecho pensar por qué se le da tanta cancha a libros como por ejemplo El año del  pensamiento mágico de Didion sin siquiera mencionar a obras como la tuya, una referencia "autóctona", que sin duda juega en la misma división. (Gabi Martínez, escritor)

Es un libro honesto, conmovedor y valiente (Luis Fernando Moreno Claros, Babelia)

Mientras tanto, el autor juega con el presente, la situación que lleva al narrador a afrontar este texto, esta carta de despedida, donde se desgrana la lucha por sobrevivir. Poco a poco se van imponiendo los diferentes relatos de viajes y montaña hasta centrarse en los más importantes episodios de su vida de aventuras. Esta nueva obra tiene un altísimo nivel literario. (Pilar Martínez, Culturamas)

Uno de los destinos que no quise, pese haber tenido como asturiano la tentación tan cerca, fue el de ser alpinista. No quise y no fue por no quererlo mucho: demasiada era la luz que me proponía la mano en el vértigo donde nacía, imposible, una flor nacida entre las rocas. Hoy me llega «Luz entre las grietas», de Ricardo Martínez Llorca, y lo leo conmovido en mi cabaña. Otros están arriba, desde donde se ve el fin del mundo: en mis dedos, sin embargo, está el paso difícil, la geografía mínima del tacto; de pastor, persiguiendo la cabra de la luna, mis pasos sobre la tierra. (Xuan Bello, escritor)

Esta es la clase de obra que nos hace más humanos, porque nos da a conocer el dolor de otros. Es dura, hermosa, reveladora. Valiente: el autor llora el desamparo familiar. Y aunque con solo 50 años dice haber renunciado al éxito literario, Luz en las grietas debería alcanzar a muchos miles de lectores. (Román Piña, Revista de letras)

Leer este talento de las letras, Ricardo Martínez Llorca, brillante y creativo (Wishars, la web de arte)
Es realmente hermoso (Jesús del Campo, escritor)

“El libro tiene palabras que viajan de la sombra hacia la luz para sumergirnos en el interior de su protagonista dejándonos hacer un recorrido vital doloroso, hermoso, aventurero”. (Pati Blasco, escritora y escaladora)

No soy de desear nunca el mal a nadie, pero tengo que reconocer que algunas veces he agradecido ciertos males que han sufrido escritores a lo largo de sus vidas porque gracias a estos han salido libros geniales. Eso me ha pasado con este libro: ‘Luz en las grietas’, de Ricardo Martinez Llorca. (Víctor González Molero, Libros y literatura)

Luz En Las Grietas, ha sido una experiencia sobrecogedora. Ha sido una lectura especial, con sobresaltos, pero, sobre todo, para mi muy enriquecedora y especial. No podía imaginar que este libro me haría descubrir y disfrutar de un narrador ejemplar. Cuando coges este libro, no puedes ni intuir lo que te vas a encontrar, y a cada hoja que pasas más trabajo te cuesta cerrar. Saber quién hay detrás de cada línea o palabra de este libro, a través de esta narración, te hace conocer la fuerza natural de Ricardo Martinez Llorca a través de sus, viajes, vivencias, escaladas, montañas y sobre todo su vida llena de grietas… llenas de luz. (Noel González, alpinista)

Aún no os habíamos recomendado el libro de Ricardo Martínez Llorca, lo hemos leído, paladeado, sufrido…LITERATURA con mayúsculas. Creemos que ni el propio Ricardo sabe el inmenso talento que tiene para la escritura.
Por favor no se lo pierdan (Charo Ruano, escritora)

Me ha hecho sentir, más que cualquier compasión, orgullo. (Juan Luis Conde, escritor)

Lo pierde, como tantas otras cosas, y lo cuenta con un baile excelso de oraciones que van y que vienen, que se alargan como laberintos borgianos y se reducen aforísticamente. Del aforismo al flujo de conciencia, de la sentencia a la oración. Y todo regido por unas leyes poéticas que convierten al relato en el solo de violín que busca ser Martínez Llorca en la vida. (Víctor G. Molero, Todoliteratura)

Igual que las palabras, cuando nacen, crean el silencio de la confusión, la memoria es un manto de niebla sobre el reflejo de nuestras vidas. Ricardo grita suavemente mientras pinta a trazos de un pincel de agujas las curvas de su vida. Que como las piedras de un pueblo abandonado de la sierra se resisten a las dentelladas del viento del puerto y los arañazos eternos de la hiedra. Pero el destino no es un sueño y es el que nos llama por el nombre cuando estamos solos en el rellano de la escalera. El autor es de aquellos hombres valientes que se visten día a día con la hoja del calendario para llevarse la vida puesta. De aquellos humildes y generosos que nos regalan su corazón desnudo en tinta. “Luz en las grietas” es el viaje de un valiente, de uno de aquellos que encuentra un rayo de luna en el fondo de una callejuela una noche de tormenta. Un viaje por la vida a través de las montañas, de los libros, de la música, de las emociones. No diría que es un libro de viajes sino un libro de vida. (Jordi Tosas, guía alpino)

Con la duda del mañana, pero con la responsabilidad y la necesidad de ser contada, Martínez Llorca logra tejer un texto intenso y muy emotivo. Con una notable prosa, con un pulso directo pese a sentir cerca una posible despedida, y con el deseo de seguir soñando con la vida, Luz en las grietas conmoverá al lector que se deje llevar por las emociones, por el sentido de la amistad, por la soledad. (R.G., Másjerez)

Es una historia de dignidad, es una historia sobre la imposibilidad de olvidarse de la vida, que está siempre ahí, clavándose como un punzón en los riñones y que es lo que hacemos cuando todo va bien. El narrador cuenta lo que le pasa, con mucha más fuerza que compasión, y la sinceridad se impone. (Carlos Marín, Culturamas)

Frente al acoso escolar y la defensa del débil, que le supondrá un derribo tras otro, Martínez Llorca nos abre una ventana en cuanto entra en la pasión. La vida sin pasión es menos vida. Y en su caso, tras una infancia forzosamente contemplativa, conoce el verdadero amor en la amistad al aire libre, en los grandes viajes que protagoniza, hasta que se rompe en uno de los episodios que da más temor leer, o en la montaña, donde perdió la vida su mejor hermano y sobrevive a situaciones límite. (Teresa Rivas, Quimera)

Y así continuamos luchando, “siempre en derrota, nunca en doma”. Porque la vida es lo único que tenemos, lo único que nos queda. (Koldo CF, Un libro al día)

Olvidamos en la mayoría de ocasiones en las que cogemos un libro que el que ha hilvanado esas líneas es alguien y no algo, pensamos que con poner la atención al producto ya bastará sin dejar ningún momento nuestro al artesano. Pues bien, si eso es lo que solemos hacer, con Luz en las grietas no nos quedará opción porque producto y productor se funden en un mismo relato. El relato es el relator, el cuento es el cuentista, lo escrito es el escritor. (V.G., Libres de lectura)

Acabo de terminar Luz en las grietas y ahora ya sé que no habrá una sola página que me ofrezca aunque sea una pequeña tregua, sino que todas y cada una de ellas no harán más que enfrentarme a verdades dolorosas. Sé que he alcanzado las últimas palabras, las últimas letras, casi con la lengua fuera, sin poder sobreponerme del todo a la profunda impresión que supone su lectura y de la que no es fácil recuperarse. (Jokin Azketa, La línea del horizonte)

El libro es estupendo. El autor, además, deja algunas frases en distintas páginas, que nos invitan a reflexionar tal y como lo hace él. Es por ello por lo que el libro necesita un momento de tranquilidad, un lugar en el que leer con sosiego. (Gabriel Ramírez, El Correo de Andalucía)

Una historia de superación que dura toda una vida dónde el protagonista se arriesga a vivir para superar sus miedos conmocionando al lector constantemente. (Nonstopes)

Porque Luz en las grietas es un canto a la vida. (Alberto Piernas, Actualidad literatura)

ALPINISMO BISEXUAL

"¿Le importaría no enviarme más correos? Muy agradecido". Y ya. Desconozco el motivo, y más teniendo en cuenta que basta con enviar el correo a la papelera sin abrirlo, si uno se siente incómodo. Lo que sucediera entre este muchacho y los demás, terminó por afectarme. Yo me limito a intentar compartir alegrías, también con él, porque se lo merece. Sea como sea, hoy recupero las impresiones que en su día publiqué sobre su obra en La línea del horizonte

Entre cumbre y cumbre, el mundo

Alpinismo bisexual es una recopilación de las mejores colaboraciones de Simón Elías en medios como Desnivel o Campo Base. Con un fino sentido del humor, el montañero nos cuenta que el mundo puede ser un lugar entretenido y nosotros unos tipos menos frívolos.

Si el Dios del Antiguo Testamento se dejara caer por las calles de una ciudad del norte de Europa, tardaría muy pocos minutos en dar con sus huesos en la cárcel. El mismísimo Tribunal de la Haya decretaría prisión incondicional para el mayor de nuestros mitos, imponiéndole una fianza que dejaría secas las arcas de todos los cielos que ha creado la mitología. Algo semejante ocurriría con muchos de los mitos que nos alimentan, incluido el Panteón Olímpico, con el mujeriego Zeus a la cabeza. Pero si los etéreos habitantes del monte más famoso de Grecia no superarían las pruebas de limpieza moral y delitos penales a que podría someterle el fiscal más perezoso, no es debido a su actuación en lo alto de la cumbre, sino a su paso por la tierra de los hombres, a sus dedicaciones mundanas. Entre col y col, lechuga. Entre cumbre y cumbre, el planeta que llamamos Tierra, el mundo.
Simón Elías (Los Cameros, Rioja, 1975), guía de montaña, profesor en la Escuela de Montaña de Benasque, Piolet de Oro en 1995, y colaborador en varios medios afines a la montaña, recopila en este volumen, Alpinismo bisexual y otros escritos de altura, las mejores de las crónicas que ha escrito cuando se encontraba en el mundo, en los espacios que ocupan su vida entre cumbre y cumbre:
“Lo más interesante del alpinismo no es la actividad, el simple acto de subir montañas, sino todo lo que gira alrededor de una idea tan descabellada: los viajes, las noches de espera en ciudades que intimidan, la ley de países sin política, montar a caballo, despellejar animales, las pulgas, el nomadismo, las diarreas…”.
Ahí es donde debe mostrarse como un poeta de la acción, y acude a la poesía con un sentido del humor empeñado en darle la vuelta, como a un calcetín, a lo cotidiano, para ver qué resulta de su enfrentamiento con un idealizado mundo alpino que, tal vez, se encuentre en peligro de extinción. En realidad, lo que Simón Elías hace es prestar atención a los detalles con los que resulta imposible no encontrarse: en los baños del avión, en los pasillos de los aeropuertos, en los autobuses públicos nocturnos, en las calles de Londres, en las rutas de Tíbet, en los bares de Logroño, en las fiestas populares del mundo rural. Y, a continuación, pone en marcha su mirada, repleta de parodia, para hacer de los encuentros una fiesta y salir disparado hacia adelante, hacia su proyecto de sentir que está existiendo.
El absurdo, y la calidad del absurdo, en este caso entre la ternura y una sofisticada dosis de intimidación, se encuentran en la mirada del observador. Lo que importa es estar dispuesto a sonreír. Y para ello, nada mejor que la sorpresa. Y los hechos se califican como sorpresa por su capacidad de hacernos sentir que estamos aprendiendo: cualquier acto, cualquier cosa, cualquier persona que nos sale al paso, es una novedad: “Viajar es educar la mirada para que encuentre lo diferente, lo insólito”. Y el recurso que tenemos a mano es una combinación de heroísmo y humor, porque leyendo Alpinismo bisexual es imposible no esbozar sonrisas, pero también no sentir que se echan de menos los mejores tiempos:
Durante años hemos ido a la montaña para buscar espacios de libertad. La escalada, el puro ejercicio físico de ascender, era algo anecdótico; lo importante era compartir un vivac con los amigos, comer una pasta que sabía a té del desayuno y compartir un cigarrillo bajo las estrellas, lejos de toda legislación. En la montaña, en la naturaleza salvaje, nos alejábamos de las constricciones sociales y crecíamos como personas, como amigos, como comunidad; luego intentábamos implementar esos valores en la vida urbana para hacer de ese mundo violento un lugar un poco más apacible. Finalmente hemos hecho lo contrario. Hemos traído a la naturaleza la competición, la selección biogenética y los cronómetros. También el respeto a las leyes y la implantación del intercambio comercial como centro de una actividad en la que la felicidad se medía por la cantidad de tierra acumulada en las orejas. Hemos creado un conjunto de reglas inviolables que rigen la vida campestre y que asfixian todo elemento lúdico. Vinimos a buscar espacios de libertad y construimos monstruos normativos. Íbamos a hacer un viaje de escalada y acabamos haciendo turismo de montaña”.
Sin duda, Simón Elías es una de esas personas que desean pasar por la vida sin alterar lo que le sale al paso. Y, sobre todo, sin alterar la paz y la limpieza de la naturaleza, de los picos, convencido de que el mundo es mejor que nosotros. A pesar de lo divertido que resulta leer sus crónicas, uno termina convencido de que Simón Elías es alguien para quien la vida, por suerte, es una cosa muy seria. De ahí que sea capaz de encontrar una definición de la enfermedad de quien se embarca en un viaje sin compañía, tan sutil como esta:
“Tras una cena frugal regresé hacia el hostal con la primera punzada de melancolía. Es un sentimiento conocido: la enfermedad de los viajeros solitarios, mezcla de clase magistral y de tristeza”.
Cualquiera que haya pasado varios meses en solitario, recorriendo mundo, puede reconocerse en esas palabras. Y cualquiera que desee leer unas cuantas páginas dignas de estar en nuestras estanterías, debería hacerse, ya, con estos escritos de altura.

sábado, 27 de mayo de 2017

‘En el corazón del país’, de William H. Gass

En el corazón del país

William H. Gass

Traducción de Rebeca García Nieto
La Navaja Suiza
Madrid, 2017
275 páginas

Uno mira al corazón de lo que se supone representa los mejores tópicos del universo, y se encuentra con un lugar donde no desearía vivir. Ni él, ni nadie en su sano juicio. Las miserias más fáciles de conocer, son las de los lugares donde vivimos. A eso se le conocer, por norma general, como la suerte de tener raíces. Cuando tener raíces tiene tanto de beneficio como de maldición. De hecho, el único beneficio que tiene es el de presumir de pertenecer al lugar más hermoso o más libre o más lo que sea del mundo. Y ya sabemos que detrás de la presunción se esconde un miedo o un complejo, si es que son cosas diferentes. Si uno se aleja del lugar, por voluntad propia, y luego trata de describirlo, pensará que su pueblo es el mundo. Nada describe mejor en qué consiste la condición humana que el resumen de la vida en una aldea, como Comala, o un condado, como Yoktapanawpha. De ninguno de los dos lugares puede uno escapar, porque los ejidos son algo así como un infinito campo desolado que no puede atravesarse. Lo demás es yermo y vacío. Solo encuentra vida, y miserias, y por tanto sentido, en su territorio. En ese aspecto, el proyecto literario de William H. Gass (Fargo, Dakota del Norte, 1924), desarrollado poco a poco a lo largo de décadas, al que más se asemeja es al de Edgar Lee Masters. Un Sur de Estados Unidos semivacío, en el que habitan gente que tiene, tal vez, las características de los Snopes, la familia que popularizó Faulkner en su obra.

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viernes, 26 de mayo de 2017

Naturaleza, Guerra, Cooperación y Jardín

Fuente: Culturamas

La naturaleza es un campo de batalla

Razmig Keucheyan
Traducción de Víctor Goldstein
Clave Intelectual
200 páginas
Vendido o comercializado como un ensayo sobre ecología política, el libro versa sobre cómo interpretar ese oxímoron: la política es el gobierno de la polis, la ciudad. Todo lo que no sea ciudad, o carretera, en teoría es naturaleza. Pero el exceso de polis hace que sea necesario el gobierno de la naturaleza. Porque el colapso ecológico será lo que destruya al mundo. La huella ecológica supera ya el número 1, es decir, consumimos más naturaleza de la que el planeta es capaz de regenerar. Keucheyan toma partido por lo sensato, lo noble, lo humano que, paradójicamente, no es el invento del hombre, la ciudad, para indagar en las opciones de gobierno de ciudad y naturaleza a la par, intentando que la huella ecológica descienda. O conseguimos eso, o morimos todos. Un libro urgente.


La guardia

Joydep Roy-Bhattacharya
Sexto Piso
305 páginas
Primero fue la naturaleza, ahora es la guerra. La guardia es uno de esos libros testimoniales en los que uno ignora cuánto hay de vivido o de autobiográfico. Se diría que su exposición es garantía de testimonios. La verosimilitud se impone y demuestra que la única forma de viajar que no es una versión más o menos sofisticada del turismo, es participar de la guerra. Kandahar, destino maldito, pero destino metafórico de lo que supone la guerra en la actualidad, es la región elegida para poner el desmoronamiento en la voz y los ojos de una mujer. En territorio más hostil si cabe, dado su género, La guardia es un proyecto de alto impacto en el esternón.



En el banco en el jardín

Michael Jakob
Traducción de Rodrigo de la O Cabrera
Abada
224 páginas
Este es el libro del sosiego. Sentarse en un banco, rodeado por un jardín (ojo, por un jardín, no por un parque), es la forma de vida más natural que puede construir el hombre. Los jardines son imitaciones civilizadas de la naturaleza, hechas para ser disfrutadas, no para caminar o jugar sobre ellas, como lo sería un parque. Uno se sienta en el banco del jardín para estar solo, pero para estar en la naturaleza a la vez que es una versión moderada del flaneur: alguien que contempla el espectáculo de la ciudad, pero tiende una mano a la naturaleza. Un libro delicioso.



Todos los caminos llevan a India. 30 impulsoras de un proyecto solidario en India

Loreto Hernández
Casiopea
184 páginas
El enunciado sigue en el aire: dedicar la vida a una vocación solidaria, es intentar vaciar el océano con un cubo. Sí, casi seguro. Pero quien salva una vida, salva el mundo, reza el Talmud. También es cierto. Como lo es que entre los cooperantes existen muchos vividores, gente a la que no se le puede reprochar nada, porque se parapetarían detrás de una tonelada de burocracia para demostrar la razón de su trabajo, pero cuyo objetivo es, al final, vivir bien en el territorio en que disfrutan vivir. Cualquiera que haya visitado la India en condiciones, no en la cuarentena de los viajes organizados, ha podido conocer a cooperantes sinceros, a misioneros testarudos, a los que huyen y encuentran su escondite en la farsa de una cooperación… Porque la India es un compendio de todo. Respecto a los primeros, sobre los que trata este libro, la gente que intenta vaciar el océano con un cubo, uno se atrevería a aconsejarles que arrojaran el cubo al océano, porque salvar una vida es salvar el mundo.

CITA CON LA CUMBRE

Cita con la cumbre

Juanjo San Sebastián

Desnivel
Madrid, 2005
192 páginas
13,50 euros

Gracias por existir



Publicada por primera vez hace unos cuantos años en una de esas editoriales que se rigen por criterios periodísticos, es decir, para las que una obra pierde su vigencia con la celeridad con que una noticia desplaza a otra en la cabecera de los telediarios, Desnivel rescata este texto para que conste que merece estar entre los fondos de cualquier biblioteca. También de las particulares.
Juanjo San Sebastián es un alpinista que frecuenta toda clase de aventuras, desde la escalada de paredes norte al boxeo aficionado, desde el vuelo sin motor hasta las grandes alturas. Cargados de prejuicios, uno puede pensar que un tipo duro, un superviviente del Himalaya, apenas ha tenido tiempo para cultivarse o para educar su sensibilidad. Y uno puede engañarse. Estamos ante un escritor que se emociona ante un trago de aire. Y, por supuesto, ante la amistad y su expresión más extrema.
El libro se inicia con unas hermosas páginas acerca del aprendizaje y el sufrimiento. Remontándose a su infancia, Juanjo asocia los hechos que moldearon su vida con el tipo de dolor que le produjo. Y ese aprendizaje le resultará imprescindible no sólo para superar la pérdida de algunos de sus dedos tras un escalofriante episodio en el K2, sino también la amputación interna, la más dolorosa, de la pérdida de un amigo que fallece en sus brazos. Y así, a lo largo de las siguientes páginas, en las que detalla los sucesos que se precipitaron en las alturas, los vivacs por encima de ocho mil metros, la dureza de la escalada, las inclemencias meteorológicas, el desfallecimiento, los accidentes, la flaqueza y los encuentros, Juanjo San Sebastián va refutando ese tópico de la conquista de lo inútil con el que se ha calificado con frecuencia a este tipo de aventuras, y que los propios montañeros han hecho suyo. El contenido del libro, en realidad, es elogiar la versión más pura de la utilidad: lo inútil no es lo opuesto a lo práctico, y nadie con una mente armada para lo práctico se lanzaría a trepar cuatro mil metros de pared en una región empobrecida por el oxígeno; lo inútil es lo opuesto a lo útil, y nada hay más útil que vivir. Ese es el objetivo de este libro, demostrar que se está vivo, que se ha vivido. De ahí que se escoja a la amistad como el reflejo más caro del sentido de la vida. Juanjo debe de pensar, como Joseph Conrad, que la mayor de las virtudes humanas es la lealtad.
Resumamos el contenido del libro: grabando un documental para Al filo de lo imposible, cinco alpinistas afrontar la vertiente norte del K2. Dos de ellos hacen cima y descienden, y unos días más tarde, Atxo y Juanjo hacen cima a su vez. En el descenso se ven atrapados en una tormenta y un accidente les separa. Juanjo corre mejor suerte y puede refugiarse en un campo de altura, mientras Atxo afronta su tercer vivac. Sabiendo que es casi imposible que sobreviva, y a riesgo de su vida, Juanjo llega hasta Atxo mientras dos de sus compañeros acuden en su ayuda subiendo desde el campo base. Otro montañero, un italiano, renunciará a la cumbre del K2 para estar junto a ellos las últimas horas de vida de Atxo. Todos actúan bajo una idea no revelada: que Atxo no se sienta solo.
Cita con la cumbre es un libro elegíaco, escrito por un montañero que carece del don poético de la metáfora pero que, milagrosamente, elude caer en la sensiblería apocada. Es un libro para todos, es un homenaje a lo mejor del hombre: “No me ocurre lo mismo con Atxo, ni con unas cuantas personas a las que he perdido en estos últimos años, cuyo vacío puedo conservar ahora, exento de dolor. Si se pudiera inventar alguna clase de estimulador o artilugio que llenase esos huecos, no me lo pondría jamás”.

jueves, 25 de mayo de 2017

Conrad, Conrad, Conrad

Fuente: Revista de letras

1.550 páginas de felicidad. Gracias a Sexto Piso.




La muerte constituye una fuente inagotable de mala literatura. Y este valle de lágrimas en el que caen toda suerte de chaparrones da pie a morir de muchas maneras, aunque la más frecuente se produce durante la vida, es decir, antes de que a uno le den sepultura. He conocido a un inglés, durante un viaje, que confesaba que en el baño de su casa había clavado en el techo un mapamundi geográfico, en relieve, de modo que mientras se bañaba revisaba los lugares del planeta que había ido visitando y aquellos que le gustaría recorrer. Su criterio lo marcaban las cordilleras, los espacios abiertos teñidos de amarillo, las cuencas de los ríos históricos y, por encima de todo, la lejanía de las aglomeraciones humanas. De alguna manera, ese inglés utilizaba la bañera de catafalco, como Drácula utilizaba el sarcófago para morir durante el día. El tipo consideraba que estar vivo era viajar. En buena medida, cualquiera de nosotros ha abierto un Atlas con intenciones semejantes a las del inglés, en algún momento de sus días, aunque a estas alturas ya resulta complicado marcar con precisión un espacio vacío al que acudir. Conrad lo hizo siendo un niño y consiguió alcanzar su sueño. Otros exploradores, como Richard Burton o el Duque de los Abruzzos repitieron idéntica operación, pero ninguno de ellos tuvo que sufrir una muerte en plena mitad de la existencia, pues ninguno de ellos abandonó del todo el viaje. Conrad sí lo hizo y fue así como se vio obligado a renacer, enfermo, con los ojos lavados de tanto mirar, pegando sus restos de vida a la existencia a través de la literatura.
Ya no era el joven huérfano que vagaba por los muelles del sur de Francia o del Támesis buscando un barco en el que le aceptaran en dirección a los mares del sur, que en cierta manera era su patria, pues venía de un lugar del frío en el que la disputa por arañar kilómetros a las rayas de la frontera le hubieran convertido en un nómada aunque no hubiera salido de casa. En lugar de verse obligado a aceptar ese pasado, eligió inventarse uno y este no fue otro que todos los mares azules. Pero, por encima de los demás, los mares de calor húmedo que ocupan la franja tropical del globo terráqueo. Fue un marinero feliz por haberse sacudido la caspa de un exilio nada voluntario para cargarse a la espalda la del exilio en el que los canallas de los puertos repartían miradas lapidarias y los comerciantes lucían un papagayo sobre el hombro derecho. En ese mar y en esos puertos había lucha, alguna honrada y noble, pero otra en los callejones, a base de puñaladas traperas, y ahí fue donde comenzó a sentirse libre. Incorporó a su alma las islas y las ensenadas donde se comerciaba legalmente con ron e ilegalmente con armas, y ascendió hasta primer oficial de la marina británica, un cargo que le permitió ver a los hombres nobles y a los desalmados como a un paisaje del que debía extraer el espíritu con todos sus atributos.
Hasta que la enfermedad, el cuerpo hecho una ruina, le hizo morir y construyó una tumba que era un hogar en los riñones de Inglaterra, para calzarse un bombín y un bastón y comenzar a reflejar lo que había aprendido en una lengua que adoptó como nueva patria. Escribía con una tensión reverencial, a la que se veía obligado por dos razones: en primer lugar porque cada palabra pesaba como una losa dentro de una lengua que iba descubriendo como quien aparta escombros para abrirse paso, y en segundo porque era incapaz de apartar de su cabeza la convicción de que la raíz ética se encuentra enlazada al mar. El reto más grande de un escritor es batirse en duelo y en reconciliación con el mar. Estos principios morales de Conrad consiguieron que en su literatura no hubiera una sola línea que rozara el ridículo, por mucho que en ocasiones le costara descifrarla al lector.

Pero será en la media distancia donde Conrad se instalará en un trono del que no ha existido escritor capaz de arrebatarle el primer lugar, aunque Henry James consiga en ocasiones desplazarlo. Esa media distancia es la de la novela breve o la del cuento largo, la que ocuparía en su momento entre cuarenta y ciento cincuenta pliegos manuscritos. Esta recopilación que Sexto Piso saca a la luz reúne todas las piezas que pertenecen al mejor Conrad. Para que los veintinueve relatos almacenen idéntico empuje, todos ellos han sido traducidos de nuevo por Carmen M. Cáceres y por Andrés Barba, quienes acometen el trabajo con el esfuerzo de saber que a Conrad no basta con traducirle: hay que reescribir de modo que su prosa no pierda consistencia. No cabe flaquear ante ese narrador de Conrad, siempre dotado de una verborrea en ocasiones tan inverosímil como para hacer de ello una virtud y mantenernos en vilo a lo largo del trayecto por el río Congo hasta el corazón de las tinieblas. Aunque escriba en tercera persona, su narrador siempre será más omniscente en lo que atañe al alma humana, o a las almas de sus personajes, que a las hazañas o desventuras. Sabrá ocultar parte del mundo de manera que postergue el punto álgido, sin que se pierdan las referencias que nos atan al relato, como por ejemplo sucede en, Gaspar Ruiz, donde uno sabe, porque así nos lo mencionan, que el protagonista es capaz de gestas sobrehumanas, pero no se imagina hasta qué extremo hasta que no llega a leer el brutal desenlace.Y así construyó uno de los más grandes proyectos literarios de la historia, pegado a la existencia o, para ser más exactos, a la parte que importa de la existencia que es la vida. Aquejado por deudas y obligaciones, Conrad se vio en la tesitura de tener que escribir novelas voluminosas, para ser leídas por entregas o para complacer a los editores, en las que, con frecuencia, la trama y la acción se van rindiendo a medida que pasan las páginas, pero que conseguía sostener sobre los pilares de lo puramente literario, sobre eso que separa a la literatura del cine en el arte narrativo. Lord Jim, que tal vez sea la mejor de sus grandes novelas, se lee con mucha más avidez durante la primera mitad, en la que presenta el infierno que es tener una conciencia, que durante la segunda, en la que se trata acerca de la redención por la aventura. En El agente secreto se echa de menos el mar o las secuelas de los viajes. Salvamento no deja de ser un culebrón, pero la historia de amor con el calor pegajoso del trópico y el aislamiento y el lenguaje denso, hacen de ella una novela de escrutinio del alma. Tal vez sea en Victoria donde mejor dosifica los clímax de acción para mantener en vilo al lector, aunque el ansia de poder presente en Nostromo consiga un efecto parecido.
Son, por otra parte, los hombres nobles en la debilidad, conscientes de que su nobleza mantendrá su integridad, aquellos por los que siente y logra que sintamos especial ternura, situándolos en un segundo plano, pues por delante quedan las querellas. Como ocurre en La línea de sombra con el cocinero Bascombe, que es el que sobrevivirá en nuestra memoria después de leer un relato de fantasmas sin fantasma. O el capitán Whalley de El fin de las ataduras, un hombre incompleto que posterga la muerte para dejar una herencia a su hija, en la que las quinientas libras son una metáfora de redención por haber sido marino, alejado de la familia gran parte de su vida, y su serang ese compañero sin el cual la vida carece de sentido: es preferible vivir sin ojos que sin compañía. El cómplice secreto atosiga por la desesperada experiencia que vive el capitán que acoge a un intruso en su barco.
Hasta la estupidez está presente como una parte inseparable de la condición humana en relatos como Una avanzada del progreso y, por qué no, en la motivación que lleva a unos oficiales a postergar su destino de enfrentarse a punta de sable en El duelo. Quizá sea esta obra la única que se ha llevado al cine con éxito, si bien para ello se hubo de depurar el texto hasta el hueso, para luego reinventarse la historia, pues de ese calibre es la escritura de Conrad, tan puramente literaria. La experiencia la repitió con éxito Coppola en Apocalypse Now, donde muy a su pesar tuvo que añadir un trasfondo bélico para traducir la consistencia del horror con una intensidad semejante a la novela en la que se inspira.
JuventudTifónLa posada de las dos brujas o El alma del guerrero son algunas de las obras de las que uno guarda gran recuerdo porque también llega a leerlas como impresiones físicas. En la descripción, Conrad ha sido el gran maestro, tanto para lo siniestro como para lo noble o los duelos del corazón. Por todo ello, esta recopilación merece figurar en nuestra mesa de lectura durante unos buenos meses y, quién sabe, tal vez volver a leer cada página después de haber cerrado por primera vez el volumen. Decir que aquí está todo lo mejor de Conrad equivale a decir que aquí está todo lo mejor de la literatura que importa, la que nos contiene como seres morales, la que duda de un destino teledirigido por drones, la que nos hace torpes frente a la batalla, testarudos en las convicciones de generosidad y débiles de corazón. Pero conocer nuestra debilidad nos hará más fuertes.